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El sentido de la falta de sentido es, sobre todo, una pregunta. ¿Quién la hace? ¿Quién la puede hacer? ¿Qué nos motiva a responderla? Y ¿quién o qué la puede responder?
La pregunta ¿la hacemos nosotros, o actuamos en nombre de lo incomprensible? Es pedirle a lo imposible que nos hable de una posibilidad. La pregunta sale del sentido hacia la infinitud y le pide un origen a la infinitud. Ella, por supuesto, no lo da. Podemos decir que la infinitud no comprende la pregunta. Pero algo nos responde, porque vivimos. Los animales con origen que somos vamos desde un origen hacia el infinito. Ponemos un origen en el futuro infinitamente distante que llamamos universal. El punto que nos origina desde el futuro.
¿Quién puede hacer la pregunta? Pero ¿quién ha habido que no la hiciera solo con nacer? ¿Que no la repita con cada paso y con cada moneda que encuentra en su caminata hacia el futuro? Podemos decir, mirando a mi amigo argelino, que diferimos lo incomprensible. ¡Dame el infinito, pero no ahora! Dicen los santos que adoran a la esfinge. La ciudad que crece expande el sentido sobre lo cualitativo de la no-ciudad. Expandimos con la historia la comprensión sobre el terreno de la infinitud fractal. ¿Y qué mayor origen que la Historia? ¡Cuántos mitos y próceres nos motivan a buscar en el futuro lo que ellos supieron!
Lo diferimos, pero por momentos nos damos cuenta de que todo es incomprensible. Que no hay sentido en ningún lugar. Y luego regresamos a la avenida principal de nuestro pueblo a contarles a los demás cómo vivir según lo que vimos en el extrarradio. Siempre buscamos un origen del cual agarrarnos, alguien que dijo algo importante, una escuela filosófica o religiosa. Pero también traemos la tierra del monte encima y olemos a bosque. ¿Qué es ese olor? puede preguntar alguien. Le podemos dar cualquier nombre, pero el nombre no es lo que comprende al olor. Algo en nosotros comprende. Es cualitativo. ¿Qué comprende? La contigüidad de los aspectos del fenómeno.
Lo contiguo no es causa, y no tiene objeto que sea contiguo con otro. No es un modelo causal porque no tiene origen. O es un modelo causal cualitativo. Las causas que vemos con el sentido son un momento en la historia de las contigüidades que produjeron esta posibilidad de causa y producirá otras posibilidades en el futuro. La causa de la ontología del origen es la interpretación lógica de la contigüidad. Buscamos la causa de la neurona hacia la idea, y de la idea hacia la neurona. Pero lo que se nos presenta como causa es el instante que percibimos de una historia de asociaciones fenomenales que son el universo mismo. La neurona no inventa la idea, ni la idea produce a la neurona. Antes de tener ideas, las neuronas eran contiguas a sensaciones más simples, y las sensaciones eran contiguas a los estímulos que las producían, y los estímulos contiguos a otros organismos y a accidentes, y los accidentes eran ya contiguos a la sensación y a la neurona.
Por eso no encontramos la voluntad de la voluntad de la voluntad. Ni la comprensión de la comprensión, etc. La realidad tiene un impulso propio, una manera de moverse que no tiene por qué significar nada. ¿Quién o qué puede responder la pregunta por el sentido de la falta de sentido? Lo que sea que aparezca como respuesta es ya contigua a la realidad. Está agarrada por un lado que no es el sentido. Porque el sentido es para-el-alma. Pero el alma también es contigua, solo que no desde su infinito lógico interior. Eso sería el alma del alma del alma, etc. Somos contiguos con la realidad. Pero lo que somos es uno-para-el-otro, y no uno-para-la-contiguidad.
¿Cuál es la parte de nosotros que no es para-el-otro? ¿Qué significa esa parte? ¿Dónde está? ¿Y para qué sirve? ¿Cómo sabemos que la tenemos? ¿Y qué nos dice?
¿Quién puede responder? ¿No es verdad que nadie puede responder? ¿Pero no es nadie ya algo? ¿No somos cada uno, de alguna manera, Nadie? ¿Quién o qué es nadie? ¿Quién existe que sea el universal de sí mismo? ¿Que haya respondido la pregunta de su origen, de todo origen?
El Nadie es la parte de cada uno que el otro no ve. Que no puede ver. Mi Nadie es Nadie-para-mí-mismo. Cada Nadie es cualitativo e infinito, como son infinitas y cualitativas las cosas concretas. Tu Nadie es comprensible solo para ti. Es una comunicación privada e imposible de explicar. El Nadie no es el alma, ni el nombre, ni la idea de ti mismo. Es la sensación de ser tú que es tan fundamental que no la sientes. El Nadie de cada uno es la incomprensibilidad convertida en sentido. Así que solo el Individuo puede saber lo que significa la falta de sentido.
Solo así podemos vivir una existencia imposible. Con nuestra pequeña imposibilidad intransferible e incomunicable, como toda imposibilidad, que sin embargo nos sostiene desde lo imposible y que significa para cada uno de nosotros el sentido inexplicable del estar-aquí.
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