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La epistemología antrópica es infinita. Incluso infinitamente infinita. Sin origen, la sustancia de su sentido atraviesa infinitamente el circuito de sus preguntas, sin haber comenzado a circular en ningún momento discernible. El sentido de nuestras vidas es infinito. No por acumulación de ese número de partes, sino porque no comienza ni termina en ningún lugar. No vivimos silogísticamente, aunque en el día a día eso nos parezca. Llenamos la vida con premisas y conclusiones, y no vemos que la conclusión es también la premisa de la premisa. Que al concluir aparece la premisa, que ya era conclusión de otro circuito. No estamos hablando del inconsciente, sino de la parte del sentido que está por fuera de nuestra psicología y que es su funcionamiento más fundamental. Si no está en nuestra psicología, ¿dónde está y cómo funciona? Es un efecto de red. No está en ninguna psicología individual, pero necesita un gran número de ellas para aparecer. Como un software que computa su algoritmo de manera distribuida, en muchos procesadores, cada uno procesando un número relativamente pequeño de operaciones sin saber qué hace el software cuando agrupa todas las micro operaciones.
¿Podemos vivir infinitamente? ¿Practicar un sentido común antrópico? Ya lo hacemos. Solo que no podemos saberlo. El sentido es antrópico y nuestra ontología del origen es la interface fenomenológica de esa infinitud. ¿Pero cómo sería si trabajáramos directamente sobre la infinitud del sentido? La pregunta está hecha desde la interface fenomenológica y por eso no es siquiera formulable. Pero es posible que en algún momento podamos computar el infinito y entonces vivamos por primera vez de otra manera. No tendremos origen. Ni siquiera nosotros seremos originales para nosotros mismos. Para esto se requiere la capacidad de calcular infinitudes cualitativas. La ontología del origen es aritmética y la epistemología antrópica requerirá matemáticas aún no descubiertas para computar su sentido, si es que existe aún el sentido.
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