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 Tenemos que decir que estamos de frente a lo que podemos llamar una epistemología antrópica. En términos muy simples es la idea que ya hemos abordado sobre la imposibilidad de una pregunta que no anticipe ya algún tipo de respuesta, y de una respuesta que no produzca una pregunta a la que responde. Donde la ontología del origen ve una primera pregunta, que surge por la fuerza de su autoevidencia, nosotros vemos en esa primera pregunta la respuesta que somos y que, al ser respuesta, es también pregunta que la primera pregunta responde. Cada idea es igualmente pregunta y respuesta. 

 

            ¿Entonces qué es el tiempo? Vivimos con el conocimiento de que el pasado es el origen del presente, y el presente el origen del futuro. La seguridad con la que hablamos de fechas históricas, de los miles de millones de años de la existencia de la tierra y de la edad del universo demuestra lo importante que es para nosotros establecer un origen claro. ¿Cuándo hemos vivido sin saber de dónde venimos? Antes sabíamos que descendíamos de Adán y Eva, o del Caos, o de vidas pasadas conectadas con la misma alma. Siempre hemos sabido. La vida sería intolerable de cualquier otra manera. ¿Quién quiere saber que no sabe? ¿Quién quiere, en buena fe, ver lo que queda de él después de su muerte? 

 

            Si miramos los datos que tenemos a nuestra disposición, y si seguimos el argumento que hemos establecido hasta ahora, tendremos que conceder, en contra de todos nuestros deseos y necesidades espirituales, que siempre hemos estado en un circuito ontológico particular. El pasado nos origina porque estamos aquí para ser originados, de manera que al mismo tiempo nosotros originamos al pasado. Podemos decir que somos el pasado. Somos el Big Bang. Y el Big Bang es humano. ¿Qué es el tiempo? Una distribución de preguntas y respuestas que, como todas las ideas, funciona con las zonas de consistencia dentro de la misma incomprensibilidad. ¿Pero el tiempo pasa, no? ¿A qué hora está el almuerzo? ¿Cómo sería el tiempo si no esperásemos nada? ¿Si el punto de origen del pasado fuera una idea que tenemos en el presente? ¿Si no viviéramos soñando la justicia y la verdad? ¿Y huyendo del dolor? 

 

            El sentido de la vida, que es lo más importante de todo lo que podemos pensar, porque es anterior al vivir, que es el complejo entero de la experiencia, es el origen del vivir, y al mismo tiempo el vivir lo produce. Ética, Ley y justicia son tres momentos del mismo sentido, y cada una de las tres partes produce y anticipa a las demás. Pero no podemos vivir así. No podemos practicar esta idea, que en primer lugar es escasamente concebible. Es la verdad de la experiencia, ya no su autobiografía. El funcionamiento de la máquina del alma y no su producto. Pero el alma no nació para ver su maquinaria, sino para solucionar la convivencia por medio del sentido. Y nosotros soñamos y somos soñados por lo universal porque tenemos, al mismo tiempo, origen y acceso a la idea del infinito.

 


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