11.

 Lo incomprensible es más o menos incomprensible por zonas, o tiene una incomprensibilidad de mayor abstracción o concreción, y hay incomprensibilidades conectadas con otras por incomprensibilidades dúctiles que otorgan una cierta consistencia a la fractalidad. Esto es una presuposición necesaria frente al hecho de que nuestras preguntas son respondidas por esa esfinge de miradas infinitamente infinitas. Si lo incomprensible fuera una incomprensibilidad simple, es decir, de complejidad absoluta, ningún conocimiento sería posible, o todo el conocimiento sería una simple alucinación, es decir infinitamente universal. Tenemos que pensar en la ciencia, porque en el experimento el comportamiento repetido encuentra una sirenidad estable. Pero esa estabilidad solo afirma su estabilidad dentro de la comprensión, que como establecimos, implica un salto incomprensible desde la esfinge hasta el alma. La estabilidad de lo incomprensible, ¿no es ya una comprensión?

 

            ¿Quién comprende lo que no significa nada? ¿Lo que no es ni bueno ni malo ni indiferente? ¿Quién comprende lo que no le da la cara con una expresión, cualquiera que sea, incluso una neutral o vacía de emoción? En el salto de lo incomprensible al conocimiento hay actividad del alma. ¡El alma tiene gravedad! Es un cuerpo celeste que atrae al particulado estelar y lo vuelve satélite. Tal vez ahora que los telescopios van mejorando y que el algoritmo puede procesar mejor las imágenes podamos ver ese proceso mientras pasa, pero hasta ahora solo hemos visto, de vez en cuando, un nuevo satélite en el cielo y lo llamamos profecía, a la que ponemos a inventar el satélite. 

 

            ¿Quién comprende lo que no significa nada? ¿Quién no comprende lo que lo mira? El miedo es ya comprensión. La lucha o la huida comprenden y al mismo tiempo nos son en gran medida incomprensibles. ¿Dónde hay miedo sin mito? ¿Y sin esperanza? ¿Qué pregunta hacemos sin anticipar por lo menos un tipo de respuesta?

 

            ¿Quién comprende lo que no significa nada? Nos encontramos con ciertos patrones en el afuera y por eso la llamamos fractalidad. ¿La gravedad o la luz son esas estabilidades? ¿El instinto? ¿El hambre? ¿El amor? Lo que queremos saber, siempre, lo que vuelve a hacer la filosofía en cada generación es reencontrar los fundamentales de la experiencia. ¿Y si esos fundamentales son y siempre han sido fundamentalmente incomprensibles? ¿Si estamos hechos de esfinges hasta abajo? La gravedad sostiene las cosas en sus lugares, como el hambre o el amor, pero ¿qué es la gravedad? ¿qué es el hambre y qué es el amor? Ahí están y responden nuestras preguntas con regularidad, pero también con variaciones sin fin. Círculos con geografías indeterminables o determinables infinitamente. ¡Queremos ver el círculo! No el dibujo ni el render, ¡ni siquiera π! El círculo como tal, el alma del círculo. ¿Y nosotros, somos círculos? Eso es lo que preguntamos con ese deseo de circularidad. ¿Existen los círculos? ¿O son el pensamiento que piensa a la geografía? ¿El sentido del cuerpo, la estabilidad presupuesta de la interioridad infinita de la ambición?

 

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