La esfinge de los días - José Covo - 2020
La esfinge de los días José Covo
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Introducción
Claro, sí. La vida no tiene sentido. ¿Pero qué significa eso para nosotros? ¿Quién puede saber que su conocimiento se burla de él con su independencia radical? Pero, sobre todo, ¿quién en buena fe quiere ver lo que queda después de su muerte?
Este libro es la indagación de estas preguntas que son casi imposibles de formular. Responderlas tal vez sea más dable, una vez formuladas con el suficiente cuidado. El que tiene oídos para oír, oiga.1 Hay algo que responde, que siempre ha respondido, y con una regularidad que produce la intuición de lo concreto. ¿Qué es eso que responde? La conversación de la entropía con el sueño. ¿Cuál de los dos nos habla? Ya encontramos una pregunta imposible de hacer.
1 Mateo 13:9
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¿Por qué preguntamos? ¿Por qué no vivimos y ya? ¿No es verdad que preguntando vivimos menos? Vivir y preguntar son actividades contrarias, de eso no puede haber duda. Pero al vivir nos acercamos siempre a una respuesta. Así que hay una pregunta antes de la vida. Pero la vida no es esa pregunta. ¿Cómo podría serlo? Un vaso de agua no puede ser una pregunta, o una lavada de dientes. Si no fueran ya respuestas serían lo violento, indistinguibles de lo que queda después de la muerte para el muerto. Pero también son preguntas, porque las respuestas son siempre adecuadas, solamente, y no suficientes. Todos los vasos de agua son adecuados, como los misiles o el voto, adecuados también, y no garantías de haber respondido de una vez por todas.
¿Por qué preguntamos? ¿Qué ganamos con preguntar? O mejor, ¿qué esperamos ganar? Aprender a vivir, como dice mi amigo argelino.2 Una noción que, incluso como imposibilidad, solo se le puede ocurrir a alguien tan bronceado. Qué ganamos, sí, pero, ¿qué pagamos por ese premio? Ganamos diferentes cosas, según el tipo de pregunta, desde el incremento poblacional explosivo, con todas las dificultades logísticas y la amenaza de la demografía abocada al vivir y no a la pregunta, hasta el sinsentido, lo último que nos parece ver, y que no logramos distinguir del infinito, así que tenemos que pensar bien cómo es posible ganar algo invisible. ¿Qué pagamos? El precio máximo. La esclavitud completa y sin quejarnos al régimen de las respuestas.
¿Por qué preguntamos? ¿Por qué creemos que se nos debe una respuesta? El dolor, ¿es pregunta o respuesta? ¿Y la alegría? ¿Quién sufre que no quiera saber por qué? Y si no quiere saber, ¿por qué lo satisface esa ignorancia? ¿Quién salta y sonríe sin saber que eso es bueno? Y si le da culpa ser feliz, ¿no es su culpa una pregunta?
¿Por qué preguntamos? Pero también, ¿por qué paramos de preguntar? O lo adecuado nos satisface, o no distinguimos entre lo uno y lo otro. Si lo adecuado nos satisface, ¿por qué hay más preguntas? Si no distinguimos, ¿qué importan las respuestas? En ambos casos vamos metidos en el vivir. Así que, ¿por qué no vivir y ya?
2 Derrida
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¿Qué es eso que nos responde? ¿Qué tiene la capacidad de responder, y por qué? ¿Es una cosa o son muchas? Si es una, ¿cómo es que hemos sabido tanto sobre cosas falsas? ¿Nos miente, o no entendemos? Si son muchas, ¿cómo sabemos a cuál le preguntamos qué cosa? Pero, sobre todo, lo realmente importante: ¿Quién es el que en verdad pregunta, Eso o nosotros?
¿Qué es eso que nos responde? ¿Qué haríamos si parase de responder? ¿Cómo viviríamos con nada más que respuestas? Al vivir, cada respuesta repara algo y da pie a una nueva pregunta. Generalmente la respuesta satisface y la pregunta angustia. Como en todo, hay algunos pervertidos que no paran de preguntar. Si, por exceso de respuestas, ya no sea, en algún momento, posible preguntar, ¿habremos ganado o perdido? ¿O eso también es una pregunta?
¿Qué es eso que nos responde? ¿Por qué le creemos tanto? Llamamos Destino a eso que nos habla. Si no tenemos destino, ¿con quién hablamos? Como a nosotros nos llena el pecho la conversación, creemos que preguntar y responder mundialmente le llena el pecho al mundo.
¿Qué es eso que nos responde? ¿Somos nosotros mismos? Si tenemos sin embargo que preguntar, y las respuestas son tan variables en contenido y comprensibilidad, ¿Quiénes somos nosotros? ¿O qué? ¿Es posible preguntar esto? ¿Y quién respondería?
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Pero, ¿qué es, o qué puede ser una pregunta? ¿La gravedad le pregunta a la cosa que cae? ¿Al suicida? ¿O la pregunta es como la bomba atómica, una violencia soñada que acelera la entropía? Si las respuestas nos llegan como por milagro, sin que nadie sepa de dónde vienen, ¿la pregunta recorre el campo de lo milagroso para regresar? Tenemos que estar dispuestos a aceptar de nuevo el milagro.
Pero, ¿qué es, o qué puede ser una pregunta? No podemos vivir sin ella, ni podemos preguntar sin vivir, pero, ¿de qué está construida? ¿O viene lista, como el círculo? Hay, sin duda, en cada pregunta una parte circular y otra geográfica. ¿Cuál de las dos sube al cielo a buscar la respuesta? Si ambas al mismo tiempo, ¿lo circular responde lo circular y lo geográfico lo geográfico, o pueden cruzarse? ¿Si solo una de las dos, cuál y por qué? ¿Es que lo circular es más verdadero que la geografía?
Pero, ¿qué es, o qué puede ser una pregunta? ¿Cómo encuentra cada una su respuesta? ¿Hay un hilo plateado que las conecta? ¿O la misma pregunta formulada mil veces encuentra mil respuestas diferentes? Y las preguntas, ¿están conectadas entre ellas, o cada una es una singularidad? ¿Y las respuestas tienen hilos plateados entre ellas? Tenemos que decir que hay organización en ambos lados. Tendremos que averiguar si son hilos los que organizan o son más preguntas y más respuestas que funcionan como hilos.
Pero, ¿qué es, o qué puede ser una pregunta? Las respuestas pueden cambiar el mundo desde el que se hacen nuevas preguntas. La máquina, la política, y todas las verdades que, organizadas, nos permiten vivir sin tener que pensar cada acción y cada pensamiento. ¿Qué es eso que puede nacer del sueño y caer sobre la tierra? ¿Qué es la tierra que aprende del sueño? ¿Qué somos nosotros que las conectamos?
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Nuestras vidas son, para cada uno y para todos al tiempo, un enfrentamiento heroico a la esfinge fractal que es el mundo. Heroico porque el dolor nos duele como una verdad absoluta y porque incluso el gozo nos sorprende y nos confunde. Fractal porque cada brazo y cada ala es también una esfinge de dimensiones idénticas a la primera, y no hay esfinge- como-tal, ni una esfinge-al-final-de-todas-las-esfinges. La ciencia revela mediante sus respuestas milagrosas nuevas multitudes esfíngeas, desde las nuevas especies que han vivido hasta el momento de su descubrimiento sin testigo de su existencia, hasta los electrones que trafican por conductos incomprensibles para generar el segundo mundo de la espiritualidad algorítmica. Y los estudios de la espiritualidad cerebral han revelado que, aunque nosotros somos Humanos, estamos hechos de esfinges hasta abajo, que nos motivan a seguir siendo Humanos, sin ser ellas mismas formas de lo humano. Y todas, a todo nivel, nos interrogan con el enigma de su estar-ahí, pero, sobre todo, con el de su estar-frente-a- nosotros.
La realidad es incomprensible, decimos. Por lo menos esto lo comprendemos. Comprendemos que es incomprensible. ¡La arrogancia! Es más profunda y más eterna que cualquier idea y que cualquier vacío. ¡Menos mal! Si no estaríamos satisfechos con nuestra arrogancia. Y así ya no necesitaríamos buscar la verdad para meterla también en el saco sin fondo de las cosas que dominamos espiritualmente.
Comprender. ¿Qué comprendemos? ¿Qué es comprender? Pongamos un caso fácil. Comprendo que tengo hambre. Voy y como. ¿Es esto comprender? ¿Interpretar un estado corporal y vincularlo a un comportamiento? Entonces todo lo que come comprende. O se puede comer sin comprender. O comprendo que estoy vivo. ¿Quién sabe algo sobre su propia existencia? Hay infinitas maneras de responder la pregunta que hacemos con nuestra persistencia mundial. ¿Cuál comprende y cuál no?
Tenemos que decir que buscamos comprender pero lo que encontramos cada vez es solo un estímulo para seguir buscando. Como una caricatura en la que el personaje tiene un hueco en el bolsillo y encuentra a cada dos pasos la misma moneda. ¡Y va feliz!
Tenemos que decir también que a todos nos importa más la verdad que el bienestar. Todos buscamos entre la maleza de los días una verdad que sabemos que está ahí para nosotros. Lo sabemos tan bien que nunca lo pensamos, sino que nuestra vida completa es ese saber. Incluso los criminales quieren verse como criminales, y los malos gobernantes buscan una cierta elegancia en su corrupción. ¡Y cuánto nos convence a todos un mártir! ¡Cuántos vivimos soñando con que nos caiga encima un martirio!
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¿Qué es una esfinge? O mejor, ¿qué no es? No es una verdad, ni una pregunta, y mucho menos una respuesta. Pero de ella vienen estas tres cosas. ¿Cómo? ¿Cómo es que lo incomprensible nos dice tanto? Primero, hay un cierto orden en lo incomprensible. Por lo menos grados de mayor a menor incomprensibilidad. Y unas incomprensibilidades que tienen hilos plateados que las conectan con otras. O no hilos, sino incomprensibilidades largas y dúctiles que funcionan como hilos. Hay también incomprensibilidades que son incomprensibles de manera más abstracta o más concreta. La incomprensión abstracta la sentimos como un límite, algo cerrado, una esfinge que nos mira con soberbia y un gesto reticente. La incomprensión concreta es infinitamente incomprensible, una esfinge que sale de sí misma eternamente como expresando mayores dimensiones de las que nos son posibles percibir, como una botella Klein que florece infinitamente, una orquídea Klein que parece tener más y más pétalos y pistilos que salen de sí misma, la eclosión dinámica de la incomprensibilidad misma. La primera es, por ejemplo, lo infinito o lo sin tamaño, o la voluntad de Dios. La segunda es sobre todo la materia comprendida en su materialidad infinitamente material e infinitamente aconceptual. De manera que lo concreto es mucho más profundo que lo abstracto.
¿Qué es una esfinge? O ¿qué somos nosotros para ella? ¿Qué somos nosotros vistos desde el enigma concreto de que las cosas existan? No puedo, en este punto, ofrecer la menor hipótesis, porque no comprendo la pregunta. Así que no puedo hacerla, porque, ¿a quién se la haría? Si la esfinge solo habla en acertijos inconmensurables con nuestra razón. Y siempre tiene otro plan, de manera que al solucionar el acertijo solo caemos en el acertijo largo del Destino. Tal vez desde esta esquina podamos responder, aunque no sea a la pregunta original. Esta esquina es la pregunta, ¿qué somos para el Destino? No podemos decir que el Destino piense, pero no hay duda de que ocurre. El Destino sucede, no podría no suceder, y al sucederse los destinos que se agrupan bajo el Destino, percibimos un pensamiento detrás de los eventos. ¿Cuál es el accidente o el contrato que no significa nada? Si incluso lo incompresible lo comprendemos, ¿cómo no vamos a comprender nuestros propios destinos? ¿Quién al morir dice, no sentí nada? Además si no sentimos somos insensibles, y eso también significa algo. ¿Qué somos para lo que, no siendo nosotros, tiene dentro de sí a nuestro significado? Si el sentido está en otro sitio, ¿dónde estamos nosotros? Podemos decir que somos el sentido del sentido. El sentido es el coyote y nosotros el correcaminos. La metáfora funciona a la inversa también, según se mire. Porque ¿cuál de los dos es el primer término? ¿No es verdad que, al mismo tiempo que nos inventamos el sentido, el sentido también nos inventa?
¿Qué es una esfinge? ¿Por qué no dice lo que tiene para decir y ya? ¡Ah, es que nos gusta que nos hablen claro! Como si en verdad algo nos hablara.
¿Qué es una esfinge? La pregunta ¿qué es?. Eso es.
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¿La pregunta es comprensible o incomprensible? ¿Y la respuesta? Pregunta y respuesta son dos ideas que se conectan por medio de algún tipo de relación causal. Podemos decir que la pregunta es una respuesta abierta hacia lo incomprensible. Y que una respuesta es una pregunta que cae sobre la comprensión. Cada pregunta y cada respuesta es, al mismo tiempo, pregunta y respuesta. No hay ninguna de las dos formas en estado puro. ¿Cómo sería eso? Una pregunta que no es producto de una idea anterior, o una respuesta auto respondida.
Pregunta y respuesta son, entonces, dos expresiones de la misma idea. Según como se mire, cualquier idea puede ser pregunta o respuesta. Y podemos responder una respuesta sin que nadie la haya formulado como pregunta, convirtiéndola a la fuerza en pregunta. O podemos pensar una respuesta que solo retroactivamente se inventa la pregunta que lógicamente la antecede, y que para el alma la precede de hecho. Alma. ¿Alma? Lo que está dentro del alma. ¿Qué está dentro del alma? La mirada esfíngea (¿?) etc. Lo que convierte a una idea en pregunta o respuesta es el marco inercial desde el que observamos el movimiento de la distribución esfíngea. Pero esto no quiere decir que la preguntidad o respuestidad de una idea sea una mera ilusión. La ilusión es pensar que podemos pensar la idea sin ver y vivir la causalidad espiritual que la genera y le permite tener expresión concreta.
El alma, ¿es pregunta o respuesta? Depende, lo mismo que la idea, desde qué marco acelerado se mire. Pero siempre es ambas a la vez, aunque exprese una u otra forma en un contexto inmediato. Hay quienes solo preguntamos, y no aceptamos las respuestas como respuestas sino como más preguntas. ¡Los que tienen instinto de maratonistas! Para ellos el cansancio es la demostración de que hay que seguir corriendo. Los que solo ven respuestas y solo preguntan cosas inmediatas o aparentes pueden ser, con este esquema, tanto felices como miserables. El problema es cuando siguen preguntando sin comprender que preguntan.
¿Es primero la pregunta o la respuesta? La relación causal pregunta-respuesta surge de la causalidad física. Claro que lo que llamamos causalidad física es nuestra manera simbólica de representar la fractalidad que se ordena sin decirnos porqué o para dónde va. La causalidad simbólica pregunta-respuesta es también una representación de los hilos plateados que vinculan fractalmente a las esfingidades que son todas la misma esfingidad. Física, química, biología, espíritu. Cuatro preguntas-respuestas que podemos asignarle a la causalidad que respondemos con el trabajo del alma, que lucha por responder esa causalidad que ella misma causa sin ser ninguna de las dos el primer término. Porque no podemos preguntarle al alma qué es lo que está respondiendo con su actividad sin responderle en la misma pregunta que su almidad pregunta con esa actividad por el destino de la idea del alma, es decir, de todas las almas posibles.
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Si estamos compuestos de esfinges hasta abajo, ¿qué es un humano? No somos esfinges, porque tú y yo nos comprendemos. No completamente, porque el campo de nuestra mutua comprensión está accidentado a cada vuelta por incomprensibilidades. Internas de cada uno, o en el afuera por donde tiene que pasar la comprensión para viajar de uno al otro, o la incomprensibilidad inherente del lenguaje, al que comprendemos, pero que en cualquier momento se puede volver ruido o el mensaje enredarse en la entropía, o la expectativa de un mensaje específico impedir la recepción de otro diferente. La comprensión no está ni en ti ni en mí. Ni está repartida entre todos, porque la gente entra y sale de la comprensión común cuando muere, nace, o enloquece. No hubo un primer comprensor que luego distribuyó la comprensión. La comprensión no es una luz ni un vapor. Hay quienes comprenden más y menos, pero no siempre por la inteligencia. Hay orden y hay autoridades en la comprensión. Eso son los sentidos comunes de cada región, los refranes y expresiones que quienes los usan vigilan como su patrimonio. Y hay personas autorizadas para generar nuevas expresiones, y esto funciona en una fractalidad paralela con respecto al Arte. Entonces la comprensión está en disputa. Las comprensiones se disputan el lugar que ocuparía la Comprensión. No se la inventó nadie, como nadie inventó la disciplina de contar historias. Contamos historias y comprendemos desde antes de ser humanos. La historias son complejos de preguntas-respuestas que suben a lo incomprensible y en su caída generacional sedimentan el piso donde nos paramos. Ese piso es la comprensión. El sentido del sentido, sí. Y la comprensión de la comprensión. La comprensión necesita a alguien que la comprenda, no por un deseo o deficiencia suya, sino justamente porque nosotros ya anticipamos con nuestra existencia que algo nos comprende. Si no fuera así no viviríamos sino que haríamos otra cosa con otro nombre.
¿Qué es un humano? ¿Qué es un animal? Primero, un animal no comprende. Y no comprende que no comprende. Porque la comprensión pasa por lo incomprensible para comprenderse. Un animal no pregunta y no recibe respuesta de la esfinge fractal. El animal es inmanente a la fractalidad esfíngea. De ahí todo su misterio y su capacidad de decirnos siempre lo que queremos saber. El que quiere ver alma ve alma. El que quiere ver ganado, ganado. Pero algo comprenden, decimos. Participan de nuestra comprensión de esa manera oblicua, tangencial. ¡Y los perros! El mejor amigo. Somos nosotros los que los comprendemos a ellos. Y ellos nos reflejan nuestra comprensión con lo que llamamos instinto, que es un nombre que se le ha puesto a la entropía.
¿Qué es un humano? ¿Qué es un alma? De donde sale la comprensión disparada como luz o vapor. La interface local del internet de los sentidos comunes. Una solución en software muy elegante, hay que decirlo, para motivarnos a construir civilizaciones. La comprensión es anterior al alma pero solo a través del alma comprendemos la comprensión. No por que el alma sea lo incomprensible-comprendido-en-última-instancia, sino porque un animal se alimentó bien y oyó un día el canto incomprensible de la sirena. Oyó bien y se amarró entonces al mástil, que en ese momento era una ramita, del comportamiento repetido. Y repetir lo acercó al canto, y del canto comprendió que debía seguir repitiendo.
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¿Qué es un humano? Es lo único que podemos ser, no por venir de otro lado diferente y más verdadero, o infinitamente verdadero, sino porque la pregunta que hacemos cada uno y todos al tiempo solo ha admitido, hasta ahora, esa respuesta.
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¿Cómo sabemos lo que dice el lenguaje? ¿Cómo sería si no supiéramos? El lenguaje funciona en el alma. Tengo que decir siempre Yo y Tú. Tener alma es saber lo que dicen las palabras. Y las palabras nos dicen con su ruido y con sus figuras que tenemos almas. No somos almas, ¿quién ha sido nunca su alma? Lo más privado y costoso del software humano, que sentimos en el pecho o en el cráneo como algo que se siente sin tener que sentirse, está afuera, transitando lo incomprensible entre cráneo y cráneo, entre pecho y pecho, y entre todos calibramos el sentido común de que estamos metidos aquí dentro de nuestros cuerpos. La pregunta ¿cómo sería no comprender el lenguaje? es incomprensible, no porque esté formulada ya en lenguaje, que hay que comprender para decir que es incomprensible, sino porque no hay respuesta sin pregunta.
¿Cómo sabemos lo que dice el lenguaje? ¿Por qué estamos seguros de que sabemos? ¿El soldado comprende la orden, o la ejecuta? Y el que da la orden, ¿comprende de dónde sacó la respuesta que es la orden? ¡De su voluntad! dirá algún inteligente. ¿Y dónde está la voluntad de la voluntad? ¿Y la voluntad de la voluntad de la voluntad, etc.?
¿Cómo sabemos lo que dice el lenguaje? ¡Porque hay literatura, industria, sondas en Marte! Sí, y las hormigas construyen sus estadios, los delfines juegan, ¡hasta las bacterias se multiplican según secuencias algorítmicas! El alma ve su luz llegar hasta lo absoluto, e incluso más lejos. ¿Y lo absoluto se entera de que tenemos esta fantasía sobre él? Comprendemos nuestra propia comprensión. Sabemos que tenemos este sentido común que usamos como máquina para ejecutar el vivir. Pero ¿comprendemos que comprendemos que comprendemos, etc.? De esta secuencia infinita no superamos ni el tercer término.
¿Cómo sabemos lo que dice el lenguaje? ¿Qué son esos signos en papel, pantalla, boca u oído que tanto nos llenan de optimismo sobre nuestra centralidad mundial? Los signos son la luz del alma que alcanza el infinito, y hasta el infinito infinitamente infinito. Ahí lo acabamos de alcanzar, ¿verdad?
¿Cómo sabemos lo que dice el lenguaje? Porque cuando aparece la respuesta o el complejo de respuestas que llamamos lenguaje nos damos cuenta con el sentido común de que siempre hubo lenguaje, y no podría ser de otra forma.
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¿Por dónde se nos mete el alma? ¿Es que el alma es un agüita que impregna a la esponja del cuerpo? ¿O es el cuerpo el que sueña que un alma lo tiene? Si la esponja, ¿de dónde viene el agua? ¿De dónde podría venir? Si el sueño, ¿cómo es que el sueño nos sueña? El agua es el sudor de Dios, dicen los más grandes optimistas que hemos tenido. ¿Y por qué no el rocío en el jardincito de los días? Nos duele como más nada, ¿verdad? no ser los protagonistas de la película. ¿Cuál película? ¿Con qué guion, sobre cuál escenario? Y sobre todo, ¿quién puede dejar de Ser para actuar? ¡El mito! La primera forma de Hollywood. ¡Gilgamesh, Ulises, Moisés! ¡Tom Cruise, Jennifer Lawrence, el olimpo entero de las Kardashian! ¡El sudor de Kylie Jenner, de Bella Hadid, de Drake! La verdadera trickle- down economics. Trickle-down ontology. ¿Y ellos de dónde sacan el rocío sobre sus poros? ¿Como el poeta, que tiene oído para las sirenas y estómago para el vacío? Tenemos que decir que, por lo menos, es algo similar. Algo escuchan y algo saben que los vuelve opacos para los que no escuchan y no saben. Y viendo sus fotos, escuchando sus voces y comprando sus productos alcanzan, no a escuchar, pero sí a participar en la recepción del canto. Como las miles de personas que entran al Louvre cada día que, sin entender mucho de esas artes, aprecian su importancia.
Pero incluso si el alma se derrama fractalmente desde unos núcleos comunes, podemos decir que el cuerpo la sueña. Y al soñarla ese sueño de alma sueña, desde el sueño, al cuerpo. ¿Qué es primero, el sueño o el cuerpo? ¿Qué es un sueño sin cuerpo que lo soporte? ¿Qué es un cuerpo sin actividad espiritual? Ambos casos son estrictamente inconcebibles para incluso el más enfermo entre nosotros. Generalmente, incluso, la enfermedad produce mayor certidumbre de que el alma nos sueña, y que nosotros somos esponjas infladas por el agüita mercurial sudada por lo más grande que cada uno sea capaz de imaginar.
¿De qué sirve tener alma? El alma nos permite saber que el dolor que aparece en nuestra realidad inmediata es nuestro. Y que el amor va dirigido desde otra alma a la nuestra. Así la fractalidad incomprensible nos convence de que estamos en el mundo. Pero no nos convence guiada por una voluntad ni por un fin al que quiere llegar, ni por malicia y mucho menos por amor. Es un convencer espóntaneo, sin primero tener alguien convenciendo o alguien dispuesto a ser convencido. El convencimiento crece solo, por efecto de feedback. Lo mismo que todo. Comportamiento repetido. Que al repetirse crece en amplitud espiritual e incorpora más y más a sus propias partes, hasta que, por ímpetu, siempre hubo un sueño produciendo el proceso que se convence tanto de estar en el mundo, que cualquier otra cosa es inexperimentable, incluso en el REM o en la psicosis.
¡Lamemos ese sudor! Que nos cae del pastor o del presidente o de mamá y papá. ¡La larga tradición de convencernos y de convencer a otros de que estamos aquí y vivimos con reglas y con palabras tan saladas como el sobaco de Dios! Todo nos lo inventamos para que nos hubiera ya inventado desde siempre. Estamos tan contentos que primero hacemos guerras y genocidios que caer en la cuenta de que en verdad somos nosotros los dueños del espíritu, aunque nadie haya tan espiritual ni tan violento como para decir eso y creerlo.
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Y ¡Lutero! Sola fide. No hace falta ir donde reparten el agüita, con creer basta. Cada uno tiene su pitillito que sorbe individualmente del sueño absoluto. Algunos sorben para escupirle en la cara al que reparte. De ese escupitajo viene mucho bien y mucho mal, todo revuelto. Otros creen que si sorben más duro le quitan su porción al vecino. ¡Y se la quitan! No en la realidad, pero es lo mismo, porque el sueño, donde sí se la quita, es, para algunas cosas, más real de lo que conviene. Otros se toman con literalidad exacta que solo hay que usar el propio pitillo, y no buscan más a los que reparten. Esto casi nunca es bueno para el que lo hace, porque así se accede a varios tipos de universalidades privadas e incomunicables, es decir, varios tipos de locura, pero también, si tiene buen oído y estómago resistente, puede surgir una nueva época.
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¿En verdad conocemos al conocimiento? ¿O solo le creemos la autobiografía que nos cuenta? Él nos dice que con su fuerza somete a lo incomprensible y lo vuelve comprensión. ¿Pero cómo lo que existe puede pasar de un estado al otro? ¿Hay estados intermedios, o es un salto cuántico? Si hay estados intermedios, ¿son accidentes de cada mente, o están en la esfinge misma? Si son accidentes individuales, entonces esos estados intermedios son diferentes en cada uno y no podemos considerarlos más que como las particularidades de los aparatos perceptivos individuales. Entonces son maneras de comprender o de no comprender, y no estados intermedios. Si los estados intermedios están en la fractalidad esfíngea misma, entonces son imperceptibles, porque ¿quién los puede ver a través de los accidentes de su espíritu individual? Y así encontramos una pregunta que no somos capaces de formular, no porque en definitiva la respuesta sea de una u otra manera, sino que carecemos de la capacidad de interrogar a la entidad que nos respondería en cualquier caso. Entonces, por lo menos desde nuestra perspectiva, no podemos decir que haya estados intermedios, sino a lo sumo maneras particulares, cualitativas, de comprender o de no comprender. Parece entonces que el conocimiento obliga a lo incomprensible a realizar un salto cuántico, eso dice él. Pero ¿es posible? El concepto, la idea, la imagen, el significante. En todo caso un objeto conceptual con esencia y propiedades. Y en todo caso discontinuo con lo que deja por fuera. Si no fuera discontinuo, en un concepto cabría toda la fractalidad hasta el último detalle. ¡El último detalle de lo infinitamente infinito! ¡O el alma de la Esfinge..! Es infinitamente infinito no porque tenga ese número de partes móviles, sino porque la parte es un invento del conocimiento, que funciona con partes organizadas. Y lo que llamamos la esfinge fractal no tiene partes, sino que es un continuo n-dimensional en el que las ideas de unidad o de múltiple no aplican. ¡Pero le preguntamos eso mismo, de todas maneras! O el conocimiento le pregunta y luego nos reporta. ¿Qué partes tiene usted, su alteza? ¿En verdad nos responde? ¿O nos refleja nuestra propia comprensión? ¡Pero no como los perros, sino como una hyperanimalidad con una infinitud instintual-entrópica contra la que nuestras preguntas colisionan como esas pruebas de choques automovilísticos con cámaras de alta velocidad. Y como tenemos cada vez mejores cámaras, mejor tecnología y mejores conceptos, podemos hacer mejores estudios forenses de esos choques y examinar la destrucción con mucha especificidad, cada vez mayor, o con sentimientos profundos, y música, y luego el director-del-conocimiento firma el reporte oficial, que, como todo lo oficial, tomamos con mucha seriedad. ¡Y nos basta! Nos gusta que nos manden qué pensar, y que lo digan con gravedad para poder tomarlos en serio y descansar de la angustia de vivir en la pregunta y no en la cama de hotel de las respuestas.
Al mismo tiempo cada concepto es pregunta y respuesta simultáneamente. Una comprensión que dentro de sí misma tiene un núcleo de incomprensibilidad que desde esa nuclearidad interactúa con el campo de todo lo incomprensible y tiende a una nueva comprensión. O como una cinta moebius que tiene dos y un lado al mismo tiempo. Es incomprensión y comprensión en relación dinámica que mueve internamente al concepto y lo dispara hacia el futuro. En general la comprensión se apoya en el pasado y la incomprensión salta hacia el futuro. Así que hay maneras de comprender o de no comprender, pero dentro de cada una de esas maneras, hay tanto comprensión como
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incomprensibilidad en relación dinámica. Ambos niveles operan al mismo tiempo y son mutuamente necesarios, tanto para nuestra comprensión-incomprensión como para el funcionamiento del conocimiento según sus propias necesidades y metas.
Su autobiografía es muy optimista, ¡sádica, incluso! Pero ¿qué nos dice el detective privado que ponemos a seguirlo y a revisarle la basura? Primero, ¿quién es ese detective privado? No puede ser otra cosa que un segundo conocimiento. O una zona en el mismo conocimiento que no habíamos visto y que al encontrar inventamos al mismo tiempo. Porque los conceptos que enviamos disparados contra la superficie inaprensible de la fractalidad encuentran una regularidad. Cada estallido de las partes es singular, pero al mismo tiempo hay regularidad en las fuerzas dinámicas que causan el estallido. Sobre todo, el detective no puede ser un anticonocimiento. A lo sumo sería un caso de fuego amigo. Porque incluso los ejércitos de naciones opuestas están de acuerdo en los fundamentos de la guerra, y generalmente usan las mismas armas. Ejércitos mutuamente incomprensibles no podrían hacer guerra, si esa incomprensibilidad fuera fundamental. Si no hubiera siquiera lo fundamental-concreto de la materia y de las fuerzas físicas, o si la comprensión de un bando sobre estas fuerzas operara sobre un sentido común incomprensible, con otro vivir y con otras universalidades, por ponerlo en términos comprensibles.
El detective privado, ¿no es verdad que querría ser general de la policía? Si es bueno logra ganarse los votos, porque en este mundo metafórico se asciende a ese cargo por elección popular. Claro que están los golpes de estado, pero esos regímenes caen siempre, no por estar montados a la fuerza, sino porque universalizan la comprensión del patrullero- devenido-presidente, que no puede ser más que rudimentaria, y prohíben la pregunta. Por supuesto que no se puede prohibir una fuerza fundamental de la realidad, que sería como prohibir a los suicidas de emplear la gravedad, y, aunque la gente intenta no preguntar, su vida misma pregunta, su no preguntar pregunta, y la angustia se acumula hasta que cae la gran respuesta milagrosa y se nombra a un nuevo presidente, o general, o se deposita la fe sobre un detective advenedizo.
¿En verdad conocemos al conocimiento? Hay que escucharlo, pero escuchar también a los detectives que lo investigan desde posiciones no oficiales. Y si esos detectives también tienen amigos habladores, les compramos una cerveza y los escuchamos también, y aún a esos les revisamos nosotros mismos la basura. ¿A quién no le gusta un buen aceite de serpiente? ¡Y hasta funciona! Claro, porque responde lo que preguntamos con nuestra dolencia. Pero muchas veces la dolencia está en el lado de lo incomprensible, y seguimos lanzándole nuestros conceptos y examinando lo que nos devuelve. Encontrando la misma moneda cada dos pasos, y así llegamos a Roma, por cualquier camino, de dos pasos en dos.
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Lo incomprensible es más o menos incomprensible por zonas, o tiene una incomprensibilidad de mayor abstracción o concreción, y hay incomprensibilidades conectadas con otras por incomprensibilidades dúctiles que otorgan una cierta consistencia a la fractalidad. Esto es una presuposición necesaria frente al hecho de que nuestras preguntas son respondidas por esa esfinge de miradas infinitamente infinitas. Si lo incomprensible fuera una incomprensibilidad simple, es decir, de complejidad absoluta, ningún conocimiento sería posible, o todo el conocimiento sería una simple alucinación, es decir infinitamente universal. Tenemos que pensar en la ciencia, porque en el experimento el comportamiento repetido encuentra una sirenidad estable. Pero esa estabilidad solo afirma su estabilidad dentro de la comprensión, que como establecimos, implica un salto incomprensible desde la esfinge hasta el alma. La estabilidad de lo incomprensible, ¿no es ya una comprensión?
¿Quién comprende lo que no significa nada? ¿Lo que no es ni bueno ni malo ni indiferente? ¿Quién comprende lo que no le da la cara con una expresión, cualquiera que sea, incluso una neutral o vacía de emoción? En el salto de lo incomprensible al conocimiento hay actividad del alma. ¡El alma tiene gravedad! Es un cuerpo celeste que atrae al particulado estelar y lo vuelve satélite. Tal vez ahora que los telescopios van mejorando y que el algoritmo puede procesar mejor las imágenes podamos ver ese proceso mientras pasa, pero hasta ahora solo hemos visto, de vez en cuando, un nuevo satélite en el cielo y lo llamamos profecía, a la que ponemos a inventar el satélite.
¿Quién comprende lo que no significa nada? ¿Quién no comprende lo que lo mira? El miedo es ya comprensión. La lucha o la huida comprenden y al mismo tiempo nos son en gran medida incomprensibles. ¿Dónde hay miedo sin mito? ¿Y sin esperanza? ¿Qué pregunta hacemos sin anticipar por lo menos un tipo de respuesta?
¿Quién comprende lo que no significa nada? Nos encontramos con ciertos patrones en el afuera y por eso la llamamos fractalidad. ¿La gravedad o la luz son esas estabilidades? ¿El instinto? ¿El hambre? ¿El amor? Lo que queremos saber, siempre, lo que vuelve a hacer la filosofía en cada generación es reencontrar los fundamentales de la experiencia. ¿Y si esos fundamentales son y siempre han sido fundamentalmente incomprensibles? ¿Si estamos hechos de esfinges hasta abajo? La gravedad sostiene las cosas en sus lugares, como el hambre o el amor, pero ¿qué es la gravedad? ¿qué es el hambre y qué es el amor? Ahí están y responden nuestras preguntas con regularidad, pero también con variaciones sin fin. Círculos con geografías indeterminables o determinables infinitamente. ¡Queremos ver el círculo! No el dibujo ni el render, ¡ni siquiera
π! El círculo como tal, el alma del círculo.
¿Y nosotros, somos círculos? Eso es lo que preguntamos con ese deseo de circularidad.
¿Existen los círculos? ¿O son el pensamiento que piensa a la geografía? ¿El sentido del
cuerpo, la estabilidad presupuesta de la interioridad infinita de la ambición?
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¿Cómo es que el alma se conoce a sí misma? ¿Se conoce o conoce la palabra alma? ¿Y qué
es lo que puede conocer? Si se conoce a sí misma, sin pasar por la palabra, ¿ese conocerse
es también una comprensión o es un conocimiento incomprensible? Esa sensación o afecto
que nos indica que nos conocemos, ¿es comprensión? Toda comprensión va acompañada
de un afecto. La comprensión es en lenguaje y fantasía. El afecto por sí solo es una
fractalidad interna. Una esfinge que nos mira desde adentro de nosotros mismos. ¿Pero
cuándo hay afecto sin idea? Cuando estamos frente a lo Nuevo o cuando nuestra propia
comprensión se dobla sobre sí misma para no comprenderse, lo que a veces llamamos
represión, negación, o de otras formas. Lo Nuevo es la revelación, la revolución, lo
mesiánico, todas partes esenciales de lo humano. Lo que se experimenta como enfermedad
pero produce la salud, porque establece una nueva pregunta o metapregunta que tenemos
que aprender a responder, la parte que nos corresponde, y a recibir las nuevas respuestas del
lado de allá. Lo Nuevo es el núcleo incomprensible del Sentido-Conocimiento que cuando
alcanza masa crítica, por acumulación de incongruencias entre respuestas y preguntas,
estalla como un volcán o cae como un cuerpo celeste y lo incendia todo. Queremos
comprender ese fuego diciendo que es el infierno o la profecía, pero esas preguntas fueron
respondidas ya por el miedo que infundieron mientras fueron creídas. Lo reprimido o
negado son preguntas que respondemos con el síntoma y no con lo que podría ser una
respuesta más apropiada, y que en el proceso de responderla aparece también como lo
Nuevo, o lo microNuevo para la individualidad. Es un proceso individual análogo al
mundial. Entonces el alma conocida sin palabra es siempre nueva para sí misma. Tenemos
que decir que eso suena indistinguible de Dios, del Brahman o de cualquier absoluto,
cualquier elfo maquínico o sensación de milagro. Entonces la revelación interna, como la
de mi amigo africano3, es la suspensión de la palabra alma. Es comprender que la palabra
también es incomprensible, vista desde fuera. Porque palabra y alma se presuponen
mutuamente y ocurren en simultaneidad infinita. Pero vista desde afuera, como nos
acercamos a hacerlo en ese ejercicio infantil de repetir una palabra hasta que se vuelva
ruido, hacemos una abstracción, o tal vez una negación de nuestra comprensión y
quedamos frente a nosotros mismos, que en ese momento nos vemos como indistinguibles
de cualquier otra cosa, porque en la fractalidad no hay partes, las partes las pone la
comprensión.
Pero esa percepción incomprensible del alma sin la palabra es impracticable, o
practicable de infinitas maneras. Porque cualquier concepto puede decir esto es mío y usar el afecto como soporte universal-absoluto de su actividad en el día a día. Un policía puede
ser tan espiritual como un monje. Entonces la diferencia es en el vivir de cada uno, en la
máquina con que exprimen las instrucciones del vivir de ese afecto sin palabra. Entonces
podemos otorgar que haya esa comprensión incomprensible, pero cuando la queremos
comprender puede significar cualquier cosa, como lo ha hecho en la historia. Entonces, ¿la
comprensión es el afecto o la palabra? Tenemos que decir que la palabra usa al afecto. Pero
cuando decimos alma decimos también religión, o por lo menos ética, o psicología. Tan
3 Agustín
17
pronto comprendemos ese concepto estamos comprendiendo también una disciplina, o
varias o todas las que conozcamos o que nos conozcan.
Pero ¿qué es lo que puede conocer al alma? Desde el punto de vista del software, el
alma soluciona muchos problemas en el estar en el mundo del organismo humano. Un
punto al cual referir la ética y la moralidad, para poder decir él fue y poder ser efectivo en el
cuidado del grupo. Pero desde el punto de vista de la comprensión, ¿es primero la palabra o
el afecto? El afecto sin palabra, como demostramos arriba, es comprensible de cualquier
forma. La palabra sin afecto es incomprensible porque no tiene sustancia mitológica, no
opera en ninguna fantasía. En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios y el Verbo
era Dios.4 Esa es la autobiografía del concepto, que en su narcisismo se hace gemelo de
Dios. Y durante la vasta mayoría de los 13 mil millones de años que tiene el universo, en
los que no hubo lenguaje, ¿también estaba el Verbo con Dios? Entonces ¿dónde estaba
Dios? Y Dios ¿se conoce o conoce la palabra Dios?
Es la esfinge fractal, infinitamente incomprensible, sin partes pero iterada
infinitamente, infinitamente interior y exterior, la que sube desde su incomprensibilidad
radical y por un salto, que por momentos parece graduado y por momentos cuántico, se
convierte en comprensión. Pero esa comprensión y esa alma son fenómenos hiperlocales,
casi microscópicos, o en efecto así, resultantes de dos pares de ojos, que son producto de la
entropía, puestos uno frente al otro y creando ese efecto de infinito que los baños con
espejos contrarios también producen. Pero esa alma infinita solo según su autobiografía
tiene el potencial de volverse verdaderamente infinita, tal vez, organizando un vivir que
explote las consistencias de lo incomprensible al grado máximo, convirtiéndose ella misma
en esfinge para poder conversar con el resto de la fractalidad.
4 Juan 1:1
18
13.
¿Es que tuvimos la suerte de nacer en el planeta de las cosas universales? ¿O lo universal
nos mandó a nacer para que fuéramos lo universal de lo universal? ¿Es que puede haber
sueño sin referencia alguna a la realidad anterior al sueño? Si nacimos en el planeta donde vive lo universal, ¿cómo podemos estar seguros de que no soñamos esa universalidad? ¿A
quién le podríamos preguntar? Si lo universal nos mandó a nacer, ¿por qué parecemos hijos
naturales? ¿Y es que los unicelulares son los primogénitos? Y los cientos de millones de
años de hijos mayores ¿también fueron universales? ¿O solo los hijos jóvenes de un padre
viejo nacieron con el autismo brillante para poder comprender el lenguaje de ese único
patriarca? ¿Los trilobites escucharon a las sirenas? ¿Es posible escucharlas sostenidamente
sin amarrarse a un palo?
¿Dónde está eso universal, de dónde viene y qué es? ¿Comprendemos lo universal?
¿Cómo sería comprenderlo? Sería descubrir la idea singular de la que dependen todas las
ideas posibles, imposibles, existentes e inexistentes. La idea que, dado todo este enredo
mundial, tiene que existir para que sea en principio comprensible. ¡Comprensible! Eso es.
La intuición de unidad detrás del desorden. Una unidad que unifica infinitamente. La
unidad detrás de todas las unidades. Pero ¿para quién? ¿Quién quiere que todo esté sujeto
por el mismo clavo? ¡Quién si no el que se cree clavo él mismo! ¿Dónde está? En todos los
lugares al mismo tiempo, y en cada lugar donde pongamos la pregunta por lo universal.
¿De dónde viene? Tenemos que admitir que esto no lo podemos preguntar. ¿A quién le
preguntaríamos? Tendría que ser un tercero o un país neutral. ¡No hay Suiza universal! ¡Y
si la descubrimos también descubriremos un universal anterior que no habíamos visto y que
abarca también a todas las suizas, y aún...! ¿Qué es? La pregunta que nos pone a trabajar
para responderla. La varilla principal de la carpa del sentido. Y el principal motivo para
pensar que nuestro sentido puede llegar a ser el Sentido Mismo de Todo. Porque trabajamos
por responder esa necesidad de unificación, desde la familia y el amigo hasta el estado y la
exploración interestelar.
¿Hay humanos sin intuición universal? ¡El loco! dice un psicólogo. ¡Pero ese es el
más universal de todos! El que mejor organiza lo que sea que le responde su esfingidad
local. Lo organiza tan bien que ya no necesita preguntar más, si es un buen loco, es decir, si
está verdaderamente enfermo. El neurótico, el malhumorado u obsesivo universaliza su
síntoma y lo pone entre él y el mundo. Antes de comprender ya el síntoma comprende y le
reporta una comprensión secundaria. Esa es la pérdida de realidad del malhumorado.
Podemos decir que el humano es el animal universal, porque, de la misma manera que evolucionó el software del alma para solucionar una variedad de problemas logísticos,
evolucionó al mismo tiempo lo universal para poder comprender. Dos universales ya
duplicaría, por lo menos, el costo de recursos espirituales que se invierten en la logística de
la historia. Entonces si hubo humanoides con múltiples universalidades, tal vez fueron más
inteligentes o estuvieron más cerca de la verdad, siguiendo la idea de que lo incomprensible
es n-dimensional, pero estratégicamente fueron superados por la espiritualidad más
eficiente, que pudo organizar a todos los que estuvieron de acuerdo en que escucharon el
mismo, único canto y del que venía la misma, única verdad.
19
¿El futuro es universal? Mientras seamos humanos 1.0 trabajaremos como máquinas
para producir o responder esa única pregunta por lo universal-humano. El humano 2.0
descubrirá la universalidad de lo individual. La naturaleza de la información como
información y no como espíritu. Algoritmo y no Historia. Datos y no comprensión. O una
comprensión del dato. Es lo individual sobre lo universal. La infinitud de casos legibles
como infinitud o como distribución probabilística, efectos de red, acumulación de procesos
de feedback, la hyperliteratura, lectura de millones de libros al mismo tiempo, siguiendo
patrones que codifican y sobrecodifican millones de lecturas de millones de maneras en
simultaneidad. Es una nueva espiritualidad que tendrá otro nombre. Incluso si se llama aún
Espíritu significará algo muy diferente, n-dimensional con respecto a la espiritualidad de
hoy. Lo universal será n-universal, todos los universales posibles al mismo tiempo,
producto de la virtual infinitud de preguntas que podremos formular. Seguiremos
trabajando, incluso más maquinalmente, con nuestro vivir, para responder una
metauniversalidad, que será una conversación sobre la organización de la infinitud de
universalidades. Habrá Destinos a la potencia del Destino. No ejecutaremos un vivir sino
un hipervivir. Hiperviviremos en millones de universalidades al mismo tiempo, o en
infinitas. Podremos escoger entre diferentes infinitos y combinarlos como queramos. Vivir
bajo un solo universal no será absurdo, será incomprensible. El humano 1.0, nosotros,
seremos esfinges que interrogamos a nuestros sucesores desde el pasado, tal vez una fuente
de angustia, si aún existe ese afecto, como nos produce angustia haber estado borrachos
alguna vez y habernos equivocado con tanta gravedad, convencidos de que teníamos la
razón al pedirle al policía o a la pareja que nos respondiera de una vez por todas la pregunta
que le hacíamos con nuestra violencia ebria: ¿Somos nosotros mismos ya lo universal?
20
14.
¿Qué es un concepto? ¿De qué está hecho y de dónde saca sus partes? Depende de quién lo
mire... Si lo mira un alma el concepto le refleja al alma su almidad cubierta con partes de
otros conceptos y con algunas fractalidades esfíngeas. La palabra es la caridad que
comunica al alma con el concepto. Y el concepto hace posible que la palabra alma pueda
entrar al afecto universal y devolverse con una idea. El concepto está hecho de alma, de
palabra y de afecto. Es decir, tiene esencia, apariencia o expresión y un núcleo de
incomprensibilidad que nosotros experimentamos por medio de la sensación. Ese núcleo
esfíngeo no está en el centro del concepto porque eso sería comprensible como esencia o
centralización del lenguaje que lo rodea. El núcleo está en cada parte. La esencia es
comprensible como el concepto del concepto, así que implica ya una palabra, y cualquier
palabra es por lo menos 50% ruido. Ruido auditivo pero también ruido conceptual, porque
el sentido de la palabra no está en la esencia o en el concepto de la palabra, sino que esa
esencia es también una palabra y, aunque tiene ese lugar de centralidad, su centralidad
depende de que haya otras centralidades y otras expresiones para reflejar su almidad como
nodos de un blockchain donde ninguno es el primero. Y el afecto que acompaña a la
palabra alma y que la vuelve comprensible desde su incomprensibilidad recorre
infinitamente a la palabra y a la esencia como una distribución probabilística de electrones
que dan forma al campo del átomo-concepto. La incomprensibilidad del afecto sostiene la
comprensión del concepto. El afecto-alma, tanto del concepto como del humano vincula a
son separables lógicamente pero no materialmente. ¿Le creemos más a la separación de la
lógica o a la inseparabilidad de la materia? Pero ¿qué cosa sería inseparable que no deseara
su separación? O ¿qué cosa se separaría que no estuviera unida? La lógica pregunta por qué
no están más unidos ambos campos. La materia pregunta por qué habrían de estarlo. La
materia le responde a la lógica con su unión y la lógica le responde a la materia con su
separación. Tanto lógica como materia son conceptos y por eso comprensibles solo dentro
de un alma. El alma con su existencia ya pregunta por la palabra y la palabra pregunta por
el alma. Cada una se responde a sí misma con el lenguaje de la otra.
Si al concepto lo mira otro concepto siempre uno es más verdadero y el otro menos.
Son muy ambiciosos, los conceptos. Quieren explicar a los demás conceptos y gobernar en
una monarquía llamada Historia o Ciencia o Política o Concepto. O Libertad o Amor o
Caos. ¡Y nos gusta la estabilidad conceptual de la monarquía! Satisface nuestra pregunta-
vivir hacia lo universal. ¡Creemos que ya está aquí! Hasta que alguien saca la guillotina... y
descubrimos con total evidencia que lo universal está en otra cabeza...
la expresión lógica de la idea con el instinto-entropía. El campo lógico y el campo material
Si al concepto lo mira lo universal, el sueño grande que nos pone a soñarlo desde el
pasado al que llamamos presente, cada concepto, bueno, malo, verdadero o falso es un paso
hacia esa universalidad que ya nos anticipa a las almas y a los conceptos. Para lo universal
lo que existe es la universalidad y los conceptos son la prehistoria que lo produce, siempre
avanzando desde la incomprensión hacia una comprensión que solo puede ser perfecta, en
algún momento en el futuro, para poder atraer con su gravedad incomprensible a la
comprensión del presente, que sigue teniendo núcleos esfíngeos infinitamente esfíngeos.
21
Si al concepto lo mira la esfinge fractal, ella nos dice: Él es una esfinge que no se da
cuenta de su esfingeidad. ¡Y no se puede dar cuenta, porque darse cuenta es desaparecer! Él
es ese no-darse-cuenta que funciona como una interioridad, un núcleo de comprensión, una
esencia y una palabra embriagadas por el afecto. Ya que estamos le preguntamos a la
esfinge qué somos en últimas las almas... Lo mismo, un no darse cuenta fundamental. Una
falta de realidad que funciona como una realidad más estable. Pero eso es si le creemos a la
esfinge. Nosotros sabemos muy bien que el alma es infinitamente verdadera, un gran darse
cuenta inagotable de la propia existencia. El concepto nos dice, las almas son súbditas de
los más grandes entre nosotros, y están tan sometidas que no ven la autoridad que tenemos
sobre ellas. Esa es la verdadera autoridad. Pues si paramos de pensarlos, dicen las almas,
ustedes desaparecen. ¿De verdad? dice el concepto. Y parar de pensar, ¿no es eso una idea
también?
22
15.
¿Qué es la actividad? ¿Por qué hacemos cosas? El software del alma funciona con la
subrutina Libertad. Subrutina porque es un pedazo de software subordinado al del alma, es
decir, que su funcionamiento es menos fundamental, un atributo geográfico y no circular.
Pero desde esa subordinación ejecuta una interface que antecede al alma y le da la
posibilidad de enlazar con el internet de las otras almas. Si el alma es el sueño que nos
sueña, entonces la libertad es el sueño del sueño (que nos sueña). La actividad para el alma
es, entonces, el ejercicio de su libertad. Un salir desde sí misma hacia el mundo. Una puesta
en acción de la infinitud interna para dominar la finitud del mundo. El alma es la única
causa de sus acciones, la única voluntad de su voluntad. Evalúa todas las opciones posibles
y determina cuál es más apropiada según su deseo interiormente inagotable. Y si las
consecuencias son desfavorables, entonces es capaz de encontrar el eslabón en la cadena
causal que ha fallado. Puede ser un punto de su razonamiento, o puede ser una
circunstancia externa. En todo caso el alma comprende esto también y puede incluirlo en su
voluntad inagotable como algo finito que el alma aborda desde su infinitud.
¿Pero cómo sabe el alma que es alma? ¿Y cómo conoce el mundo tan bien para
poder operar sobre él con Libertad? El alma sabe que es alma porque hay un concepto alma
que comprende la afectividad universalizable del estar-ahí. Y un concepto es ya una
infinitud de conceptos, porque incluso sin inventarlos todos, desde uno solo se puede
derivar lógicamente su contrario, su negación, las partes que lo contienen y los conceptos
necesarios para que el primero exista en relación causal con respecto a sí mismo, etc. ¿Y es
que el alma ve al mundo-tal-cual-es? La mirada de la esfinge fractal no es una mirada
humana, aunque por momentos creamos y sintamos que nos dice algo con su expresión. La
esfinge no tiene esencia más que otra esfinge que aparece en el lugar de la primera. Y no
tiene más atributos que la iteración esfingea. Las estabilidades y ductilidades dentro de lo
incomprensible solo otorgan la posibilidad de una regularidad en las respuestas que le
hacemos a la fractalidad, pero esas regularidades son en sí mismas también esfíngeas.
Entonces el mundo es el conjunto de preguntas y respuestas, de zonas de comprensión y
núcleos omnipresentes de incomprensibilidad que acordamos, en el proceso más
democrático que hay, en llamar el piso que nos permite pararnos y mirarnos unos a otros
sin marearnos en la incomprensibilidad de nuestras miradas que son, en el fondo, también
esfíngeas. Nos inventamos ese piso y le pedimos que guarde el secreto sobre su invención,
de manera que podamos vivir como si el piso estuviera ahí antes de cada uno de nosotros,
como si fuera el piso el que nos inventara por generación espontánea. Y la libertad es el
amor que nos tiene el piso. Y la actividad es amarlo de vuelta.
Decir que nos inventamos la máquina del sentido común con la que ejecutamos el
vivir es solo un lado del juego de espejos o de miradas-de-miradas que permiten tanto la
invención como que la invención sea invisible y desde su invisibilidad nos invente. Porque
de verdad nos inventa, con completa literalidad. Si primero es el humano o primero el
sentido es también una de las preguntas que no podemos plantear. Solo podemos preguntar
dentro del sentido, así que la pregunta es ya una respuesta muy estable que solo permite
más respuestas que respeten esa estabilidad, de lo contrario serían incomprensibles, o se
23
preguntarían a sí mismas, retroactivamente, otras preguntas distintas. Cada uno nace y está
en la actividad del vivir antes de que el agüita del alma termine de permear su carne y
asuma el control nominal de la actividad, es decir, instale la subrutina de la libertad.
¿Qué es hacer? Responder. Y a veces preguntar al mismo tiempo que se responde.
Cada acción, desde rascarse la nariz hasta firmar la entrada a la presidencia de un país es
output de la máquina del sentido. La máquina pierde y gana partes cada día pero tiene un
núcleo mecánico-universal que la mantiene funcionando. La máquina quiere producir más
partes, no por mejorar la calidad del vivir, sino porque nosotros con nuestras libertades
trabajamos sobre la máquina y le pedimos que nos dé cada vez mayor libertad. Lo que
llamamos una mayor libertad es el cambio en las partes de la máquina, nuevas maneras de
comprensión y nuevas maneras de incomprensión de la misma fractalidad. Nuevas
preguntas que requieren nuevas respuestas, y que al responder lo hacemos desde el alma
libre, que, con su libertad, pide nuevas preguntas para poder responder y seguir expresando
su libertad. La verdadera libertad sería hacer o pensar algo que no fuera ni pregunta ni
respuesta. Esa es la definición del milagro. Y la definición de cómo recibimos respuestas a
nuestras preguntas desde la mirada inmortal de la esfinge. Milagro también es el nombre
que le damos a lo que excede nuestra comprensión y nuestras ideas de alma y libertad. La
libertad-realmente-libre es, para nosotros, el territorio de los dioses. Esos ejemplos de lo
que podríamos ser si el alma pudiera expresar su infinitud sin estrellarse a cada paso con la
finitud incomprensible de todo, incluso de su propia interioridad, también finita e
incomprensible.
24
16.
La idea expresada como pregunta o respuesta es un modelo de causalidad. Al mismo
tiempo, la pregunta produce a la respuesta, o la empuja desde el núcleo de sí misma hasta el
frente donde se convierte en respuesta; la respuesta tira de la pregunta o la produce
retroactivamente; ambas funcionan al mismo tiempo y se codeterminan; y ambas son
respuestas al mismo tiempo que ambas son preguntas, y las dos caminan desde el alma
hacia la respuesta que el alma ve al final de todas las preguntas.
Hay una conexión lógica entre pregunta y respuesta. La lógica es una estabilidad en
la fractalidad. No es posible observar a la lógica-como-tal, pero podemos averiguar sus
zonas de consistencia, que son regulares y a veces exactas, pero nunca perfectamente
regulares ni perfectamente exactas. De esta regularidad y exactitud podemos inferir un
campo. Un campo latente, porque nunca aparece como tal. A él nos referimos para
inventarnos el lenguaje y el vivir. Esa regularidad nos convence de que hablamos o vivimos
con verdad, porque todos podemos inferir el mismo campo. ¿Qué es ese campo de latencia
lógica? Ya nos encontramos con la esfinge. Pero el campo establece un orden en la
causalidad de las ideas y de las preguntas y respuestas.
Hay también una causalidad material. La manera como un cuerpo colisiona con otro
y lo desplaza, la gravedad, la luz, etc. Esta causalidad es independiente de la causalidad
lógica, pero solo la comprendemos a través de modelos lógicos. Entonces, ¿cuál existe
primero, la causa material o la causa lógica? Un astrónomo dirá que primero es el planeta
sin biología que pueda intuir el campo de la latencia lógica. Pero un inteligente cualquiera
dirá, y ¿qué es un planeta que no ha sido llamado planeta? ¿La gravedad sin nombre ni
ecuación? Funciona, ¡claro! podemos apostar a que funciona, sin posibilidad de estar
seguros, porque quién nos podría responder sobre lo que pasa por fuera de nuestra
percepción? Si nos está respondiendo, ya lo percibimos, y ya le preguntamos que nos
pregunte sobre nuestra vida.
Pero ¿qué es lo que le ponen la lógica y el alma a esa fractalidad planetaria sobre
que la solo comprendemos que es incomprensible, y que tiene ciertas incomprensibilidades
más o menos estables? La parte, primero. Separa la fractalidad en geometrías, en objetos.
Planeta, estrella, luz, gravedad. Sin alma que les pregunte sobre su papel en la universalidad
están en latencia con respecto a nuestra única idea posible de lo explícito o existente. Y a
esas partes las ilumina con la comprensión y las pone en marcos de referencia no inerciales,
sacándolas de la latencia inmediata de la idea-como-idea hacia la pregunta-respuesta.
Podemos llamar a este modelo causalidad álmica. ¿Cuál sería el funcionamiento de
una causalidad esfíngea?
Un causalidad sin objeto y sin pregunta-respuesta. Una latencia causal o causalidad
latente. Causalidad pura, que solo causa una causalidad posterior. No se dirige hacia
objetivo alguno ni viene impulsada por nada que seamos capaces de reconocer. Viene de
una fractalidad y va hacia otra. Esto no quiere decir nada para nosotros. No nos dirige la
25
mirada, pero somos tan humildes que cualquier vislumbre de lo que podría ser un párpado
lo tomamos como profecía. Y ¿qué es la profecía? Ver alma en la esfinge. La palabra alma
nos suena universal, pero, en verdad, ¿quién más que el animal humano tiene esa palabra
infinita?
Incluso en la especulación apofática que produce la idea de la causalidad latente
estamos dirigiendo una pregunta a la esfinge. Y nos responde con esta idea vagamente
comprensible. Es poco satisfactorio, o incluso verdaderamente frustrante que nos hablen en
medias lenguas. Pero es el único tipo de respuesta en la que la fractalidad no se rebaja a
hablarnos en nuestra lengua vernacular que es pura comprensión, es decir, puro Destino del
alma. Porque al comprender también comprendemos que vinimos a la luz de la
comprensión impulsados por una pregunta tan grande como sea necesaria para responder a
nuestro miedo o a nuestra sensación de grandeza, ambas formas de una misma condición.
26
17.
¿Dónde está el campo de latencia lógica? ¿Dónde está la experiencia? ¿En el alma, en el cerebro? ¿Son el alma y el cerebro lugares? ¿O son el primer marco de referencia para poder decir que las cosas existen aquí o allá? ¿La latencia lógica está aquí o allá? ¿O es la causalidad implícita en la distinción entre aquí y allá? Si algo está aquí, no está allá. Si está allá, no está aquí. Pero con la actividad puede pasar de aquí a allá. Ya hay partes y conexiones entre las partes. Entonces la lógica se presupone a sí misma. Para que haya premisa y conclusión ya esas palabras deben funcionar según una causalidad establecida. Y la causalidad funciona anticipando partes que se causan. Pero no es una comprensión que se comprende y que comprende su comprensión en términos infinitos. La latencia lógica es una estabilidad con la que se encuentran las preguntas que le dirijimos a la fractalidad. Sabemos las respuestas y sabemos que hay una causalidad latente entre las estabilidades fractales y las respuestas-preguntas dentro de la comprensión, pero por ser latente no es posible importarla a nuestro modelo alma-conocimiento-universal, que funciona con partes y la causalidad explícita de pregunta-respuesta.
¿Dónde está el campo de latencia lógica? ¿Dónde no está? ¿Dónde podemos mirar que no esté ya ahí? Pero entonces, ¿la lógica es una parte de la realidad misma que se expresa cuando la miramos, o es nuestra misma almidad reflejada de vuelta, sin que esté en ningún lugar más que en nuestra psicología? No tenemos a quién preguntarle, claro, pero ¿qué sería diferente en uno y otro caso? Si la realidad tiene una estructura lógica con independencia de nuestra percepción, entonces con nuestra propia lógica local podríamos hablar con el universo. Pero incluso en ese caso, ¿con quién más hablaría el universo para verificar lo que le decimos? ¿Con quién más hablaríamos nosotros? Incluso en ese caso el alma es capaz de avergonzar al universo con preguntas incómodas que lo exponen como local él mismo. Si la latencia lógica es la combinación de hardware y software que desarrolló este organismo para alimentarse y no morir antes de tiempo, entonces desde el punto de vista lógicamente lógico estamos solos, incluso si hay más civilizaciones con otras lógicas o con la misma. Porque, aunque completáramos el modelo lógico del universo, y aunque con ese modelo pudiéramos ampliar el campo y la complejidad de nuestro vivir, toda esa lógica y ese vivir tan efectivo no nos salvaría de la pregunta humilde que ya el primer humano preguntó cuando miró a otro con angustia: ¿y para qué es todo esto?
¿Dónde está el campo de latencia lógica? La latencia lógica y la causalidad latente, ¿no serán dos formas del mismo algo? Ambas son incomprensibilidades con estabilidad incomprensible pero que afectan a nuestra comprensión desde esa estabilidad. Son la manera misma en la que la esfinge se fractaliza. Si pudiéramos visualizar estas estabilidades serían formas infinitamente complejas que llegan hasta lo infinitamente pequeño y lo inifintamente grande, y podemos verla, como en verdad la vemos, sin poder asignarle nombre a nada de lo que vemos. Quisiéramos ponerle un nombre que la nombrara como nuestros nombres nos nombran a nosotros. Y nos pide con su mirada que la nombremos, sabiendo ella muy bien que solo podemos nombrar lo que tiene alma. O a lo que le vemos un alma por dentro. ¡Alma del mundo! le podemos decir. Y enseguida vemos que solo hemos nombrado una parte de la fractalidad. Siempre nombramos una parte,
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grande o pequeña. Todo lo que existe y no existe, decimos. Pero ni lo que existe ni lo que no existe se entera de que los estamos llamando. ¿Cómo se podrían enterar? Tendrían que tener alma.
28
18.
Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos.5 Un alma es una libertad. Dos o tres son dos o tres libertades que no se suman simplemente para multiplicar el ámbito de una sola gran libertad, sino que interfieren como ondas que se propagan, cancelándose mutuamente las ondas contrarias y reforzando tanto las negativas como las positivas. Varias libertades juntas producen un problema logístico. ¿Qué hacer y por qué? El otro lado de la libertad, estar forzado a ser libre y tener que hacer algo, e incluso cuando seguimos escogemos seguir, y cuando somos esclavizados nos enfrentamos a la opción múltiple de trabajar, revelarnos o suicidarnos. Y mientras trabajamos podemos cantar o callar, o pensar una infinidad de cosas, o contar los golpes que le damos a la piedra esfíngea.
La historia es una gran trampa multipolar. Yo actúo porque si no actúo alguien más lo hará y habré perdido la oportunidad. Si pudiéramos compartir nuestras libertades en una gran libertad que las contuviera a todas armónicamente, podríamos ponernos de acuerdo en cómo solucionar la multipolaridad en beneficio óptimo del grupo. Pero ni existe esa gran libertad ni en la mayoría de los casos de problemas logísticos existe esa solución que beneficia a todos sin herir a ninguno. ¡Qué bonito sería, que la lógica, tan limpia como es, se tradujera con esa misma limpieza a la causalidad material! Sin embargo, ese es el único ejercicio que se nos presenta como posibilidad.
¿Qué hacer y por qué? Al descubrir la libertad el alma también descubre acciones que aumentan la libertad y otras que la disminuyen. Y acciones que generan placer o bienestar y otras que generan dolor o incomodidad. Y aún otras que agradan al alma o a los dioses, mientras que algunas desagradan a uno o a los otros. Estas distinciones fractalizan al mundo y lo ordenan según la consistencia lógica latente en el alma y en el mundo, es decir, en la esfingidad. Entonces el alma se da cuenta de que lo bien hecho y lo mal hecho son anteriores a la libertad, y esto lo sabe porque sus figuras de autoridad están de acuerdo en qué cosas son bien hechas y qué cosas mal hechas, mientras que no todos tienen derecho al mismo grado de libertad, y que algunas libertades pueden hacer cosas buenas que para otras serían malas. Así que la libertad se enmarca dentro de lo bueno y lo malo, y si una libertad escoge hacer lo malo, hay otra con más libertad que puede hacer el bien castigando a la primera. Y así se mantiene lo bueno y lo malo como anterior a la decisión de hacer algo.
¿Qué hacer y por qué? Hay ética, hay Ley, y hay justicia. La ética viene de preguntarle a la latencia lógica con relativa exclusión de la actividad y el vivir. Soluciona la actividad con causalidad álmica en la que las reglas llevan a las almas hasta lo universal. Ese es el proyecto antes de vivir. El decálogo mosaico, las constituciones, los acuerdos con el espectador al comienzo de las películas. Pero esta abstracción del vivir es, por supuesto, solo abstracta, una separación lógica pero no material. Materialmente la ética ya está encontrada con el vivir y la multipolaridad. Podemos decir que la ética viene del pasado y se encuentra con la esfinge fractal que viene del futuro. En ese presente donde colisionan nace la Ley.
5 Mateo 18:20
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La Ley anticipa lo incomprensible. Por eso está en constante negociación, y tenemos parlamentos y fractalidades burocráticas que ponen un balance entre una Ley demasiado negociable y una que no cambia nunca. La Ley demasiado negociable está muy cerca de lo incomprensible y convierte al vivir en una actividad que tiende-hacia-lo- incomprensible. Las revoluciones espirituales o tecnológicas producen este estado, y es el estado en el que estamos mundialmente al momento de escribir estas líneas. La Ley es el papel que se firma en el senado, pero también es el sentido común que opera al vivir. Esas ideas también se negocian, cada una es una pregunta hacia la respuesta que la reemplazaría. La Ley que no es negociable viene del deseo de vivir Lógicamente. Una Ley que no se encuentra más con lo incomprensible y alcanza la universalidad dentro de sí misma, en el presente. Esto es no comprender lo incomprensible que es la incomprensibilidad. Creer que se puede comprender que no se comprende, y hacer de esa comprensión una vida. Es al mismo tiempo ambicioso e ingenuo. Encontrar la misma moneda cada dos pasos y sacar el crédito para comprar una mansioncita.
La justicia es el alma que no podemos sino sentir detrás de la esfinge. La única manera que tenemos de comprender al Destino, como una fuerza con pensamiento, y no como lo que probablemente es, según la amplitud de la evidencia multipolar: un proceso que ocurre pero que no piensa. Al igual que la causalidad material, solo es comprensible desde la causalidad lógica del alma que pregunta y responde y recibe de esa causalidad preguntas y respuestas. La justicia es la recompensa por todas nuestras renuncias en el día a día. La satisfacción al final de la historia que es más grande que todo el dolor que encontramos en el camino. La ética se encuentra con los aspectos esfíngeos de la actividad y decide, en contra de sus más genuinos y puros deseos, negociar con lo incomprensible para producir la Ley que es una progenie desmejorada genéticamente, menos inteligente, pero hecha fuerte por el trabajo que se ve obligada a realizar y en eso supera a su madre, que solo puede vivir lógicamente. La justicia aparece en la misma región donde aparecen los sueños, el alma y los dioses, y le dice a la Ley: Tú también podrás vivir lógicamente. Por tu trabajo y sufrimiento recibirás el bien máximo: la Comprensión. Porque para vivir lógicamente tendrás que haber recorrido la fractalidad completa y establecido leyes para cada caso posible, y aún para los imposibles. Si la Ley no creyera que este es su Destino pensado, no habría ya Ley, sino una infinitud de Leyes idéntica cada una al instinto de un organismo individual. Es decir, habría humanos, pero no Humanidad. Ley pero no ética. Y actividad sin Vivir-con-sentido-común.
Pero la justicia se manifiesta en cada fallo, en cada ley cumplida, en cada sentencia y ejecución. En esos casos nuestras almas ven que desde el futuro viene ella, la universalidad del vivir, que nos envía portentos tan sagrados y tan emocionantes como una lágrima de sangre en el rostro de una imagen o un nuevo récord de bateo en las grandes ligas.
¿Qué hacer y por qué? ¡Como si pudiéramos no hacer! Todo hace, pensando o no. Nuestras almas piensan desde su infinitud interior. Pero esa infinitud es finita por ser meramente interior. ¡Hacemos, felices o angustiados, con determinación o miedo! ¿Pensamos? Pensamos que pensamos, sin duda. Pero ¿qué es lo que piensa que pensamos? ¿Qué pensamos o hacemos que no esté ya enmarcado dentro de un vivir? ¿No es el vivir el
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pensar y el hacer mismo? Y la libertad, ¿la tenemos nosotros o nos tiene ella? ¿Tenemos lo universal o él nos tiene? ¿Queremos llegar a la justicia o es la justicia la que nos inventó para tener con qué llegar a sí misma?
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¿Y es que comprendemos lo que hacemos? ¿Cómo es que hacemos siempre algo en vez de hacer y ya? Quedarse quieto o callar también son acciones. ¿Cuál es la acción que no significa nada, incluso si lo que significa es que es una incoherencia? Incluso al azar le vemos un alma que lo llena de sentido. Tenemos buena o mala suerte, o el destino nos sonríe. ¿Quién es el que no le pregunta nada al futuro? Para que algo sea algo tiene que haber un mapa al cual referimos la fractalidad que se nos presenta y que encaja, desde la estabilidad de esa región de lo esfíngeo, con una región del mapa del sentido común sobre el que nos paramos desde antes de nacer, y tal vez antes de ser concebidos.
¿Ese mapa, entonces, qué es? ¿De dónde salió? De la conversación con la esfinge, del único lugar de donde sale todo. Esa red que hace posible que algo sea algo en vez de simple incomprensibilidad, ¿no es algo también? Y ¿cómo este segundo algo es también algo? ¿Otro algo anterior? ¿Hasta dónde? ¿Un infinito de cosas comprensibles que se pasan el ser-algo de una a la otra? ¿Es eso comprensible para nosotros?
¿Comprendemos lo que hacemos? Si algo no es realmente algo, sino que solo tiene un ser-algo prestado de... ¿de dónde? De lo que llamamos la esfinge porque su existencia radicalmente inabordable es un acertijo infinito, y aún infinitamente infinito, porque no es en realidad un acertijo, sino que nosotros no sabemos hacer otra cosa que solucionar problemas logísticos.
¿Es que el ser-algo es un efecto de la organización de las palabras, que no son ellas mismas algo ya? ¿Y cuál es la palabra que se inventa a sí misma? ¿Y que, tras inventarse ex nihilo, como nos gusta, nos refiere una autobiografía honesta? ¿Quién confirma la autobiografía si no es otra palabra? También la vemos alma, a la palabra. Sin esa unidad abstracta-concreta cómo sabríamos que el mismo ruido es el mismo algo? ¿Y que nosotros somos los mismos que se durmieron ayer?
¿Comprendemos lo que hacemos? Los resultados de las acciones nos gustan o nos desagradan, nos parecen buenas o bellas o cualquier otra cosa, u ocurren sin que sepamos y no formamos juicio sobre ellas. Hay que conocerlo para que sea algo-para-mí. El algo-para- otro ya es algo-para-mí, porque nuestras almas son el mismo algo. Una idea que defendemos matando al otro, si resulta necesario. El algo es algo-para-el-alma, nadie puede estar en desacuerdo con esta idea, a no ser que no tenga alma a la cual referirla. Pero el alma es un algo especial, ella también tiene su autobiografía y su causalidad. Para ella cada algo va hacia adelante o retrocede. No estamos de acuerdo, más que por grupos, en cuáles cosas avanzan y cuáles retroceden a la almidad. Pero todos buscamos la justicia, aunque esa justicia sea acabar con la raza humana o que dentro de trillones de años la materia pare de existir. La inexistencia también tiene alma, que le permitirá sentirse superior a nosotros cuando ya no existamos.
La causalidad que llamamos latente hace sin resultado. Hace hacer y ese hacer hace que haga. Si no hay acciones o cosas, sino solo acción o persistencia, ¿podríamos nosotros hacer? El humano 1.0, el animal logístico, por supuesto que no. Ni siquiera podemos
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comprender que no hacemos cosas. No comprender también es algo, e incluso no comprender que no comprendemos. La ignorancia es motivo de burla o de lástima, o de empatía o lo que sea. Incluso al morir perduramos como muertos, y cuando nadie nos recuerda perduramos como algo dentro de la gran masa del olvido, algo así como la materia oscura de nuestro universo interior. Hasta los no nacidos nos meten culpa por no haberlos traído al mundo, y las especies físicamente imposibles que podemos imaginar nos sonríen con su benevolencia, también imposible.
Hacemos, pero nunca algo. Pero no hay que preocuparse, porque hay un número infinito de algos-para-el-alma. Ni el loco ni el muerto ni el genio paran de hacer cosas. ¿Qué hacer con este conocimiento? ¿Algo? ¿O nada?
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¿A qué llamamos libertad? ¿Hacer lo que queremos? ¿Y cómo sabemos qué queremos? La fractalidad interna contesta desde sus regularidades o zonas de consistencia latente a las preguntas que hacemos desde la comprensión. De ese cálculo recibimos una respuesta, que a la vez volvemos pregunta y volvemos a responder. Lo que es dado en nosotros y que no proviene de la comprensión a la que entramos desde esa fractalidad-dada. Como bien dice mi amigo voluntarioso6, “Un hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere”. Entonces, ¿queremos? ¿O algo en nosotros quiere en nuestro nombre?
¿A qué llamamos libertad? Siempre queremos varias cosas. ¿Cuál es mejor o cómo decidimos cuál hacer? ¿No es verdad que miramos nuestro manual de instrucciones? ¿Una ética, una Ley, un sentido común, una idea de lo bello? ¿No son todos estos caminos hacia la justicia, donde esos manuales terminan de armar su producto? Y si algo es solo algo- para-el-alma, ¿la libertad es también libertad-para-el-alma? ¿Una manera de responder una pregunta ya formulada, casi siempre por alguien diferente de nosotros que la respondemos? ¿Libertad? ¿Para hacer qué? ¿Para confirmar con lo que hacemos que somos libres? ¿Es decir, que vivimos dentro de lo libre, que es una idea que solo tiene sentido cuando se confirma en la acción, es decir, en otra idea? El alma extrae la decisión de qué hacer desde su comprensión-interior-infinita, que es al mismo tiempo una comprensión-del-qué-hacer- y-por-qué, y una comprensión-de-hacia-dónde-vamos, es decir, la justicia. Lógicamente esa comprensión álmica es infinita, pero no fractalesfíngeamente, como ya hemos establecido. Entonces la libertad no es tan libre como el alma sabe que es. Ese saber es también comprensión álmica, aunque lógicamente anteceda al alma e incluso por momentos la fundamente. Podemos decir que estamos atrapados dentro de la libertad. Libres-para-la- idea-de-la-libertad, o libres-hacia-la-justicia, o aún libres-para-el-saberse-libre-del-alma. ¿Cómo sería una libertad libremente libre? Tenemos que decir que encontramos de nuevo el milagro. Un milagro milagrosamente milagroso. Una novedad que renueva su novedad en cada instante. Tal vez el universo funcione así, no los planetas o los animales, que responden a las consistencias fractales que hemos comprendido con fórmulas, pero puede ser que al nivel subatómico ocurran milagros, acciones inexplicables desde cualquier tipo de causalidad. Y si eso es así, ¿entonces el electrón es libre? ¿Podemos soñar con ser nosotros mismos electrones? ¿Una literatura, un mito del electrón? ¿Nos dirá algo alguna vez ese cuerpo probabilístico que podamos comprender?
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¡Qué justa es cada instancia de lo bello! ¡Qué futuro tan perfecto y terminado del que viene! ¡Y cuánto nos convence de que nuestras almas son bellas también! Aquí nos encontramos con tres términos otra vez. Estética-belleza-verdad. La estética es cercana a la lógica latente y se aproxima al mundo solo por medio de la abstracción. Le pide al mundo que se acomode como pueda a su lógica infinita. El mundo, por supuesto, hace lo que quiere, y eso es incomprensible para la estética. Entonces la estética negocia con la esfinge y cae en la belleza. La belleza necesita a la estética para formular sus preguntas que luego responde de manera solo adecuada en su enredarse con el mundo. Pero el mundo pregunta también, pregunta la pregunta de la estética, ambos términos se responden en las preguntas de su contrario.
La belleza está en la historia y al mismo tiempo viene del futuro. La parte que está en la historia es la belleza-hacia-la-estética, o la estética-hacia-la-belleza. La parte que viene del futuro es la belleza-hacia-la-verdad, o la verdad-hacia-la-belleza. La verdad es la justicia de lo bello. Viene del futuro para revolucionar a la estética-belleza. Y al mismo tiempo cada instancia de lo bello tiene un núcleo de verdad. Las grandes revoluciones artísticas son una sobresaturación de lo verdadero sobre la belleza. El arte que es solo bello, o casi solo bello, uno que en todo caso no inaugura una nueva estética, es decir, una nueva época, funciona con el núcleo de verdad descubierto anteriormente y convertido en estética- belleza.
La verdad de lo bello es siempre verdad-para-una-estética, porque su trabajo es sedimentar un nuevo piso sobre el cual parar una práctica artística, una época entera, hasta que la esfinge nos responda con una nueva verdad. El alma es alma-para-la-verdad, la verdad universal al final de todas las verdades, que es al mismo tiempo una justicia. Y aquí vemos cómo el futuro absoluto que el alma sueña, y que desde el sueño sueña al alma, es, al mismo tiempo, infinitamente bello e infinitamente justo. La belleza, la verdad, la Ley y la justicia todas respondidas con la misma respuesta, respondidas-de-una-vez-por-todas. Entonces habremos ganado la vida, habremos practicado el vivir con la máquina del universo, que se volverá nuestro sentido común. Una belleza-del-átomo, una gravedad- justa, un electrón-ético-estético, y un alma que es tan comprensible como incomprensible, el alma-final para la que esa división es irrelevante, porque conoce tan bien uno como el otro campo, la latencia tanto como la lógica, el ruido tanto como el concepto. Todo esto lo vemos en una buena pintura o un automóvil nuevo. En una idea bien expresada o en un candidato a la alcaldía bien presentado.
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¿La belleza del arte es la misma belleza de la persona atractiva? En ambos casos hay esfinge y hay lógica. La estética es el sentido común de la obra de arte, pero también la persona atractiva produce su encanto por medios mundiales, es decir, técnicos. Maquillaje, perfume, un buen corte de pelo, cirugías, filtros de Instagram. Al mismo tiempo la esfinge se pregunta y se responde de manera que solo comprendemos oblicuamente, en el gusto por ciertos olores corporales o la satisfacción de la heurística neuronal que detecta un rostro atractivo, o la forma de un bícep o una cadera. Y la rojidad del rojo no pasa sino oblicuamente por el sentido común de la estética, que lo recaptura una vez ya enrojecido a su rojidad completa, y lo llama sangre, o sotana, o estado abstracto del alma.
Pero la rojidad del rojo y la caderidad de la cadera, satisfacen heurísticas diferentes, fenomenológicamente seguro, y neurológicamente con toda probabilidad. En todo caso a la mayoría no nos excita un color o un buen dibujo de cualquier cosa. Y la cadera o el bícep no nos conmueven de la misma manera que una Pietà o una Gioconda. Sin embargo en ambos casos funciona la cinta moebius de la comprensión-hacia-lo-incomprensible y lo- incomprensible-hacia-la-comprensión.
La cinta moebius es lógica pero no materialmente separable. ¿Qué quiere decir esto? Que podemos preguntar diferentes cosas a la misma fractalidad para obtener respuestas simétricas con cada pregunta, en lo que resulta una secuencia causal. Y así vemos varias dimensiones en la fractalidad, pero la dimensión no está en la fractalidad sino que es efecto de las secuencias de preguntas-respuestas que nosotros mismos categorizamos como dimensiones. Hacer la separación material sería proponer un sentido común para cada dimensión. Sentidos comunes aislados entre ellos, maneras de vivir simétricamente incomprensibles entre ellas. Separar la cinta moebius, es decir, separar entre comprensible e incomprensible, sería poder vivir en uno de los términos de esa separación.
La parte que comprendemos de una y otra belleza están igualmente orientadas hacia la verdad. Y responden en gran medida la misma pregunta estética. Las partes que no responden la misma estética son las zonas donde la comprensión está fundamentada sobre esfingidades que podemos aún comprender como disímiles, la coloridad del color o la corporalidad del cuerpo. Pero son comprensiones que de inmediato producen su incomprensibilidad, de manera que la mayor parte del efecto sucede sin comprensión. Podemos pensar en el tipo de belleza que es verdadera en una época, como las actrices en cada década, o los cortes de pelo o los vestidos, todos comprensibles y todos respuestas a la estética del momento, y sin embargo producen al mismo tiempo el instinto-apenas- comprensible de la sexualidad o la aglomeración en comunidades reguladas por la trickle- down-truth que las actrices reciben de los dioses.
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¿El alma es primero buena o primero bella? ¿Practicamos más la Ley o la belleza? ¿Y nos motiva más la justicia o la verdad? ¿No es verdad que hay algo de bondad en lo bello, y algo de belleza en lo bueno? ¿No vestimos a lo bueno en la belleza para que sea comprensible y practicable? ¿Y quién es el que no piensa que le gustan cosas buenas? Incluso al que le gusta ver sangre y tendón o imágenes de demonios piensa que esas cosas son el camino hacia la verdad y la justicia. ¿Quién adora a un dios que no le retribuya su adoración?
Belleza y Ley son los dos caminos reales a la Roma absoluta. La justicia nos cuenta su autobiografía y nos dice que es absolutamente verdadera. La verdad corrobora esta versión. Incluso a veces se confunden y no saben cuál es cuál, o si son ambas formas de un mismo universal, la respuesta-a-todas-las-preguntas, la pregunta-que-ya-es-en-sí-misma- respuesta. Pero si le hacemos fact-check a esas autobiografías vemos que ese colapso-al- final-de-todos-los-colapsos es el mismo colapso que el alma practica para poder tener libertad y no que la libertad la tenga a ella. Para poder evaluar las partes del mundo y no que el alma sea una parte también.
La ética son las instrucciones para qué hacer y por qué. La estética son las instrucciones para poder decir qué son las cosas. Porque no es solo cuestión de si algo es bonito o feo, sino de si ese algo es un camino para responder a la pregunta grande de lo humano. Si es esencial o insignificante. Y estas categorías se responden de manera cualitativa, porque la pregunta grande de lo humano nunca es visible más que como la pregunta de la época, o de la década, que son ya respuestas de n-generación. ¿Qué es eso? Es un instrumento quirúrgico. Es una pelota de béisbol. Es un escupitajo. Todo moviliza la heurística estética. Eso es lo más cercano que podemos llegar a decir qué es algo, sin nombrar simplemente las partes que lo componen, el nombre que le damos o para qué sirve. Y solo si sabemos qué son las cosas podemos hacer cosas con ellas. Pero solo haciendo cosas movilizamos la pregunta de qué son. Los términos se codeterminan sin que ninguno sea el origen del otro. Una cinta moebius compuesta por cintas moebius compuestas por cintas moebius. Entonces vemos que la belleza no está solamente en el arte, y lo bueno no está solamente en la Ley. Cualquier cosa que sea-para-el-alma moviliza ambas heurísticas, y solo así podemos incoporar ese algo y esa actividad al sentido común, o descartarlas.
Los gestos, las palabras, los tropezones, todo es evaluado. Todo es algo y sirve o no para algo. Y ese algo es un reflejo de lo universal que viene del futuro. Todo esto es la autobiografía del alma. Las cosas que aceptamos y son invisibles, que solo funcionan y ya, como el apretón de manos al saludar o el acento de la gente de cada uno, son las más duramente evaluadas. Su funcionamiento invisible es la demostración de la firmeza de los juicios que la sostienen. Por eso es impensable variar ese tipo de cosas, y cuando alguien lo hace es imposible ignorarlo. Escribir filosofía es eso, practicar el vivir de una manera que amenaza al vivir establecido. Porque al nombrar de nuevo las cosas, al redistribuir el campo-moebius de lo bueno y lo bello estamos proponiendo nuevas respuestas a las mismas preguntas, pero son respuestas que no responden adecuadamente esas preguntas
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establecidas, entonces las respuestas piden nuevas preguntas, que si son verdaderas y brillan con la luz cada vez nueva de la justicia, pueden a su vez llegar a constituir un nuevo sentido común.
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El concepto de la causa es la cardinalidad de la experiencia. La función metafísica más fundamental, la que nos permite ver al mundo como una colección de partes interrelacionadas y no una masa informe, inexplicable, ni tampoco una infinitud de partes en agitación desordenada. La causa latente es la-causa-aún-no-causa, la-causa-que-causa-la- causa, causalidad simple, sin objeto ni dirección. Es lo más modesto que podemos decir sobre la fractalidad. Lo más cercano que podemos llegar a ella, desde nuestra latencia lógica, sin agregarle el silogismo y sin que se mantenga como radicalmente inaccesible. Porque no sabemos qué ocurre, o por qué o para qué, pero el mundo ocurre, de eso no hay duda. Y todo nos dice que lo que ocurre hace ocurrir a lo que sigue ocurriendo. Incluso si la realidad es la expresión de un sistema más fundamental, ese sistema también ocurre y ocurre que siga ocurriendo. Y si ese sistema depende de otro, lo mismo aplica. A no ser que haya un sistema que no ocurra sino que sea. Pero eso sería lo-incomprensible-para-lo- incomprensible, un término infinito en la serie de no comprender que no comprendemos que no comprendemos. En ese punto la especulación es irrelevante porque no hay manera de establecer ningún tipo de secuencia causal desde ese lugar hasta donde logramos interpretar las cosas con conceptos, afecto y empatía.
La causalidad lógica es una consistencia de la esfinge distinta de la causalidad latente. La lógica tiene toda la capacidad de hacerse explícita. El silogismo es su producto más puro. Y ya en el silogismo hay premisa, conclusión y deducción. Es decir, objetos y relación causal de un objeto al siguiente, que ya forman una serie. La lógica, por supuesto, también viene de una latencia que necesita ser convertida en explícita por medio de la palabra, el afecto, la empatía. Porque ¿qué nos motiva a resolver el silogismo? Nos parece que se resuelve solo por la fuerza de su necesidad interior. Así de fundamental es para nosotros la causa lógica, que es impensable el caso contrario, que el silogismo esté latente y que el alma lo tenga que resolver. Y cuando el alma resuelve el silogismo, ya está preguntando y respondiendo. Ya el silogismo solo puede ser resuelto si existe la-pregunta- por-el-silogismo. Y el silogismo deja abierta la posibilidad de su continuación causal, es decir, se convierte de inmediato en pregunta. Y por necesidad matemática, y al mismo tiempo por necesidad espiritual, el sistema pregunta-respuesta postula un final donde el sistema se complete, de la misma manera que en la infancia nos parece que papá lo sabe todo, y que cuando crezcamos también nosotros lo sabremos todo, llegaremos al límite postulado por necesidad lógica de todas nuestras preguntas, la pregunta-silogismo, pero también la pregunta-dolor, la pregunta-enamoramiento, la pregunta-democracia. En la adultez somos capaces de formular silogismos que no lleven a un estado universal, pero el dolor no es tan inteligente, el amor no está ni cerca de ser tan inteligente, el hambre solo pide un almuerzo universal, la democracia, donde dialoga el hambre con la lógica, solo puede justificar su existencia imaginango un fin al hambre y a la lógica, y esa respuesta-al- final-de-todas-las-respuestas nos atrae con su gravitación espiritual.
El sistema causal alma-concepto-universal produce y es producida por una ontología del origen. El origen es la causa rey. El primer objeto. ¿Qué produce al origen? Si es un origen relativo, como la idea de la sociedad, entonces lo produce un origen
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anterior, intermediado por una infinidad de estados causales intermedios. El objeto-origen establece un punto fijo, un clavo desde donde cuelga el desorden deshilvanado de las causas infinitas o aun latentes. Y el alma es el origen-rey, o la origen-reina. Todo lo que existe, existe para-el-alma. Eso es lo único que podemos comprender. ¡Cuánto nos ha costado dejar de ser nosotros mismo el big-bang! El punto de densidad infinita que despliega su sentido hasta los extremos más remotos de la extensión del universo. ¡Darnos cuenta de que la tierra no es el centro del espacio! ¡Conocer a nuestros ancestros animales! ¡Abandonar con todo pesar y todo duelo la causalidad de la religión! El software-alma no evolucionó para conocer la realidad, sino para organizar la logística del hambre y del homicidio. Y la civilización construyó sobre ese software automático un sistema causal que de inmediato produjo lo universal. El mito origina al alma y muchos de ellos especulan sobre un final, bueno o catastrófico. Esta es la ontología default de la especie. Es la que, hasta ahora, ha ofrecido mejor desempeño en relación con su costo. Los filósofos han pensado otras ontologías, pero ninguna ha ofrecido mejor solución logística ni mejor desempeño-costo. Al mismo tiempo todas las ontologías de los filósofos se limitan a establecer otro origen para el alma, para el mundo o para la lógica. Otro origen para la pregunta-dolor, la pregunta-injusticia o la pregunta-verdad. Han sido, entonces, otras formas de la ontología del origen.
Pero nosotros, en la investigación por medio de este libro, hemos llegado a unas objeciones a la ontología del origen. Sabemos que el alma es alma-para-lo-universal, pero al mismo tiempo lo universal es universal-para-el-alma. Inventamos el sentido y el sentido nos inventa, sin que ninguno sea el primer término, el origen. Los aspectos del sentido común son distinguibles e incluso diseccionables lógica pero no materialmente. Podemos postular silogismos que originen verdades, pero sabemos que no hay silogismo que no sea ya una respuesta de una pregunta infinitamente anterior. Que accedemos al alma por medio de la palabra “alma”, y que la palabra solo significa algo cuando el afecto-alma la produce, pero ese afecto solo es afecto una vez existe la palabra “afecto”, y la palabra “alma” para acompañarlo.
No hay origen. El origen solo es origen cuando existe la idea del origen, que solo existe una vez hubo un origen para vincular ambas partes. Lógica, científicamente, podemos postular la idea de un origen físico antes de la idea del origen o de la idea del alma que la produjera. Pero lo físico ya es un concepto, ya hace uso de una causalidad afectiva, es decir, con sentido, y ya nos dice algo. Es decir, que incluso el big-bang es big- bang-para-el-alma. No por la grandeza del alma, sino por su incapacidad de experimentar la fractalidad sin usar las coordenadas de su causalidad álmica. Así que la distinción entre origen físico y origen conceptual es una distinción practicable lógica, pero no materialmente. Podemos pensar el origen físico, pero no comprenderlo, y mucho menos vivirlo.
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Tenemos que decir que estamos de frente a lo que podemos llamar una epistemología antrópica. En términos muy simples es la idea que ya hemos abordado sobre la imposibilidad de una pregunta que no anticipe ya algún tipo de respuesta, y de una respuesta que no produzca una pregunta a la que responde. Donde la ontología del origen ve una primera pregunta, que surge por la fuerza de su autoevidencia, nosotros vemos en esa primera pregunta la respuesta que somos y que, al ser respuesta, es también pregunta que la primera pregunta responde. Cada idea es igualmente pregunta y respuesta.
¿Entonces qué es el tiempo? Vivimos con el conocimiento de que el pasado es el origen del presente, y el presente el origen del futuro. La seguridad con la que hablamos de fechas históricas, de los miles de millones de años de la existencia de la tierra y de la edad del universo demuestra lo importante que es para nosotros establecer un origen claro. ¿Cuándo hemos vivido sin saber de dónde venimos? Antes sabíamos que descendíamos de Adán y Eva, o del Caos, o de vidas pasadas conectadas con la misma alma. Siempre hemos sabido. La vida sería intolerable de cualquier otra manera. ¿Quién quiere saber que no sabe? ¿Quién quiere, en buena fe, ver lo que queda de él después de su muerte?
Si miramos los datos que tenemos a nuestra disposición, y si seguimos el argumento que hemos establecido hasta ahora, tendremos que conceder, en contra de todos nuestros deseos y necesidades espirituales, que siempre hemos estado en un circuito ontológico particular. El pasado nos origina porque estamos aquí para ser originados, de manera que al mismo tiempo nosotros originamos al pasado. Podemos decir que somos el pasado. Somos el Big Bang. Y el Big Bang es humano. ¿Qué es el tiempo? Una distribución de preguntas y respuestas que, como todas las ideas, funciona con las zonas de consistencia dentro de la misma incomprensibilidad. ¿Pero el tiempo pasa, no? ¿A qué hora está el almuerzo? ¿Cómo sería el tiempo si no esperásemos nada? ¿Si el punto de origen del pasado fuera una idea que tenemos en el presente? ¿Si no viviéramos soñando la justicia y la verdad? ¿Y huyendo del dolor?
El sentido de la vida, que es lo más importante de todo lo que podemos pensar, porque es anterior al vivir, que es el complejo entero de la experiencia, es el origen del vivir, y al mismo tiempo el vivir lo produce. Ética, Ley y justicia son tres momentos del mismo sentido, y cada una de las tres partes produce y anticipa a las demás. Pero no podemos vivir así. No podemos practicar esta idea, que en primer lugar es escasamente concebible. Es la verdad de la experiencia, ya no su autobiografía. El funcionamiento de la máquina del alma y no su producto. Pero el alma no nació para ver su maquinaria, sino para solucionar la convivencia por medio del sentido. Y nosotros soñamos y somos soñados por lo universal porque tenemos, al mismo tiempo, origen y acceso a la idea del infinito.
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La epistemología antrópica es infinita. Incluso infinitamente infinita. Sin origen, la sustancia de su sentido atraviesa infinitamente el circuito de sus preguntas, sin haber comenzado a circular en ningún momento discernible. El sentido de nuestras vidas es infinito. No por acumulación de ese número de partes, sino porque no comienza ni termina en ningún lugar. No vivimos silogísticamente, aunque en el día a día eso nos parezca. Llenamos la vida con premisas y conclusiones, y no vemos que la conclusión es también la premisa de la premisa. Que al concluir aparece la premisa, que ya era conclusión de otro circuito. No estamos hablando del inconsciente, sino de la parte del sentido que está por fuera de nuestra psicología y que es su funcionamiento más fundamental. Si no está en nuestra psicología, ¿dónde está y cómo funciona? Es un efecto de red. No está en ninguna psicología individual, pero necesita un gran número de ellas para aparecer. Como un software que computa su algoritmo de manera distribuida, en muchos procesadores, cada uno procesando un número relativamente pequeño de operaciones sin saber qué hace el software cuando agrupa todas las micro operaciones.
¿Podemos vivir infinitamente? ¿Practicar un sentido común antrópico? Ya lo hacemos. Solo que no podemos saberlo. El sentido es antrópico y nuestra ontología del origen es la interface fenomenológica de esa infinitud. ¿Pero cómo sería si trabajáramos directamente sobre la infinitud del sentido? La pregunta está hecha desde la interface fenomenológica y por eso no es siquiera formulable. Pero es posible que en algún momento podamos computar el infinito y entonces vivamos por primera vez de otra manera. No tendremos origen. Ni siquiera nosotros seremos originales para nosotros mismos. Para esto se requiere la capacidad de calcular infinitudes cualitativas. La ontología del origen es aritmética y la epistemología antrópica requerirá matemáticas aún no descubiertas para computar su sentido, si es que existe aún el sentido.
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¿Quién, en buena fe, quiere saber lo que queda de él después de su muerte? Esta es la pregunta antrópica. El origen de la ausencia de todo origen. ¿Queda la materia inorgánica del cuerpo? ¿Los átomos y las moléculas? ¿El recuerdo de quién fuimos? ¿Nuestro legado intelectual o biológico? Nada de esto es nuestro una vez hemos desaparecido. La materia es materia-para-la-materia, o alimento-para-organismos, o polvo-para-los-parientes, polvo- soporte-de-la-fantasía-de-la-identidad-desaparecida, etc. El recuerdo es recuerdo-para-los- que-tienen-memoria. El legado legado-para-los-herederos, o legado-para-la-humanidad, etc. ¿Qué queda para-nosotros-que-ya-no-estamos? ¿Nada? ¿Qué puede ser-para-la-nada? ¿O para qué es la nada? ¿Nada-para-el-alma? ¿Nada-para-todo? ¿Nada-para-la-nada?
La nada-para-el-alma no es nada, porque el alma la evalúa, así que es siempre algo. El alma indexa a la nada con algún afecto y con algunas ideas. La angustia. El duelo. Algo negro muy extenso, un eco infinito. Caminos todos para lo universal, donde la nada será por fin nada-para-todo, una nada que tiene tanto sentido como cualquier otra cosa, una nada- con-sentido, una nada-verdad. La nada-para-todo es estrictamente inconcebible. La nada y el todo son sueños muy grandes que nos contienen y nos permiten indexar afectos o personas o cosas como más verdaderos o menos. Con más o con menos existencia. Es decir, que nos gustan más o nos gustan menos, nos parecen más justas o más verdaderas o no, nos muestran con su ontología el origen de la verdad y la justicia, aunque sea desde la falsedad y el crimen. La nada-para-todo pasa primero por la nada-para-el-alma. Y la nada-para-la- nada es nada-para-la-nada-para-el-alma. Un aspecto de la fractalidad indexado de manera variable. Entonces lo que queda de nosotros después de morir es inconcebible. La imposibilidad infinita que subyace a todo origen.
Si pudiéramos saber qué queda de nosotros tal vez sabríamos qué somos ahora. Si pudiéramos calcular lo imposible tal vez encontraríamos el límite del infinito. Esta es la pregunta antrópica porque es la única que podría decirnos algo no-antrópico, y descubrimos sin mucha dificultad que no sabemos y no podemos saber. No podemos saber qué somos. La pregunta ¿qué somos? eso somos. La pregunta ¿para qué? eso es lo universal.
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La vida es una actividad imposible. Todo lo posible tiene origen, aunque ese origen sea solo una posibilidad de origen. Porque el origen es la pregunta que la existencia de la cosa satisface. Si no hay origen, no hay pregunta que satisfacer, entonces todas las respuestas son igualmente preguntas que preguntan a lo que funge como origen. Pero, de nuevo, ¿por qué pensamos que se nos debe una respuesta? Es la ontología del origen la que pide un origen a su ontologización. Tal vez sea la única avenida disponible a la biología para solventar la logística de la existencia. Pero eso no significa que es la verdad de la existencia. La verdad del origen es el sentido infinito. La verdad del sentido infinito es la nada. Un estrato subyace al otro. La verdad de la nada no se puede pedir. ¿A quién?
Vivir es imposible. Sin embargo vivimos. ¿Es que no sabemos que nuestras vidas son imposibles, o lo sabemos pero no nos importa? Casi nadie sabe. No ven la imposibilidad. Y cuando se les aparece en la forma de un accidente radicalmente desprovisto de universalidad, o el fin de algo que no tenía fin concebible, un matrimonio, un estado, se ven, nos vemos, obligados a inventar nuevos universales. Nuevas interfaces de origen para la infinitud incomprensible. También sabemos, por lo menos algunos. Pero ¿cómo se puede saber algo imposible? ¿Cómo puede el pensamiento representar algo que es imposible para el pensamiento? Pero no es la comprensión lo que comprende. Nosotros también somos interiormente incomprensibles. Somos, cada uno, esfinge-para-mí-mismo. Y los aspectos de la fractalidad funcionan fractalmente, por medio de su contigüidad desprovista de comprensión. La causa latente es cuestión de contigüidad y de contigüidades contiguas con contigüidades. Así se reproducen los comportamientos de la materia sin origen. Tendríamos que decir que el universo entero es el origen de sí mismo. Las causas no están aisladas lógicamente, sino que es todo una gran causalidad, aunque algunas instancias causales ocurran una vez en miles de millones de años, como un asteroide.
La imposibilidad es contigua consigo misma. La imposibilidad del sentido infinito causa más imposibilidad. Y la imposibilidad es contigua con la posibilidad del origen. ¿Cómo podría ser de otra manera? La comprensión es lo incomprensible visto desde un ángulo particular, un lugar donde la luz rebota sobre los ojos de la esfinge y produce un holograma de profundidad infinita. El holograma es el sentido y los ojos somos nosotros. Entre uno y otro humano imposible surge el vislumbre de la posibilidad. ¿Es más verdadero lo posible o lo imposible? Eso ya es un origen y su respuesta será posible. La posibilidad es posible-para-nosotros, y posible-para-lo-posible. Pero también es posible-para-lo- imposible. Porque el software del alma y de la comprensión está instalado sobre el hardware de la esfinge.
Sí. La vida no tiene sentido. Llevamos una existencia imposible. Comprensible solo dentro del circuito local de la comprensión. Sin embargo vivimos. ¿Qué significa que vivamos, aún viendo la imposibilidad, de esa manera comprensible como logramos indexar su inindexabilidad? ¿Qué significa la falta de sentido? ¿Qué puede significar?
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El sentido de la falta de sentido es, sobre todo, una pregunta. ¿Quién la hace? ¿Quién la puede hacer? ¿Qué nos motiva a responderla? Y ¿quién o qué la puede responder?
La pregunta ¿la hacemos nosotros, o actuamos en nombre de lo incomprensible? Es pedirle a lo imposible que nos hable de una posibilidad. La pregunta sale del sentido hacia la infinitud y le pide un origen a la infinitud. Ella, por supuesto, no lo da. Podemos decir que la infinitud no comprende la pregunta. Pero algo nos responde, porque vivimos. Los animales con origen que somos vamos desde un origen hacia el infinito. Ponemos un origen en el futuro infinitamente distante que llamamos universal. El punto que nos origina desde el futuro.
¿Quién puede hacer la pregunta? Pero ¿quién ha habido que no la hiciera solo con nacer? ¿Que no la repita con cada paso y con cada moneda que encuentra en su caminata hacia el futuro? Podemos decir, mirando a mi amigo argelino, que diferimos lo incomprensible. ¡Dame el infinito, pero no ahora! Dicen los santos que adoran a la esfinge. La ciudad que crece expande el sentido sobre lo cualitativo de la no-ciudad. Expandimos con la historia la comprensión sobre el terreno de la infinitud fractal. ¿Y qué mayor origen que la Historia? ¡Cuántos mitos y próceres nos motivan a buscar en el futuro lo que ellos supieron!
Lo diferimos, pero por momentos nos damos cuenta de que todo es incomprensible. Que no hay sentido en ningún lugar. Y luego regresamos a la avenida principal de nuestro pueblo a contarles a los demás cómo vivir según lo que vimos en el extrarradio. Siempre buscamos un origen del cual agarrarnos, alguien que dijo algo importante, una escuela filosófica o religiosa. Pero también traemos la tierra del monte encima y olemos a bosque. ¿Qué es ese olor? puede preguntar alguien. Le podemos dar cualquier nombre, pero el nombre no es lo que comprende al olor. Algo en nosotros comprende. Es cualitativo. ¿Qué comprende? La contigüidad de los aspectos del fenómeno.
Lo contiguo no es causa, y no tiene objeto que sea contiguo con otro. No es un modelo causal porque no tiene origen. O es un modelo causal cualitativo. Las causas que vemos con el sentido son un momento en la historia de las contigüidades que produjeron esta posibilidad de causa y producirá otras posibilidades en el futuro. La causa de la ontología del origen es la interpretación lógica de la contigüidad. Buscamos la causa de la neurona hacia la idea, y de la idea hacia la neurona. Pero lo que se nos presenta como causa es el instante que percibimos de una historia de asociaciones fenomenales que son el universo mismo. La neurona no inventa la idea, ni la idea produce a la neurona. Antes de tener ideas, las neuronas eran contiguas a sensaciones más simples, y las sensaciones eran contiguas a los estímulos que las producían, y los estímulos contiguos a otros organismos y a accidentes, y los accidentes eran ya contiguos a la sensación y a la neurona.
Por eso no encontramos la voluntad de la voluntad de la voluntad. Ni la comprensión de la comprensión, etc. La realidad tiene un impulso propio, una manera de moverse que no tiene por qué significar nada. ¿Quién o qué puede responder la pregunta
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por el sentido de la falta de sentido? Lo que sea que aparezca como respuesta es ya contigua a la realidad. Está agarrada por un lado que no es el sentido. Porque el sentido es para-el-alma. Pero el alma también es contigua, solo que no desde su infinito lógico interior. Eso sería el alma del alma del alma, etc. Somos contiguos con la realidad. Pero lo que somos es uno-para-el-otro, y no uno-para-la-contiguidad.
¿Cuál es la parte de nosotros que no es para-el-otro? ¿Qué significa esa parte? ¿Dónde está? ¿Y para qué sirve? ¿Cómo sabemos que la tenemos? ¿Y qué nos dice?
¿Quién puede responder? ¿No es verdad que nadie puede responder? ¿Pero no es nadie ya algo? ¿No somos cada uno, de alguna manera, Nadie? ¿Quién o qué es nadie? ¿Quién existe que sea el universal de sí mismo? ¿Que haya respondido la pregunta de su origen, de todo origen?
El Nadie es la parte de cada uno que el otro no ve. Que no puede ver. Mi Nadie es Nadie-para-mí-mismo. Cada Nadie es cualitativo e infinito, como son infinitas y cualitativas las cosas concretas. Tu Nadie es comprensible solo para ti. Es una comunicación privada e imposible de explicar. El Nadie no es el alma, ni el nombre, ni la idea de ti mismo. Es la sensación de ser tú que es tan fundamental que no la sientes. El Nadie de cada uno es la incomprensibilidad convertida en sentido. Así que solo el Individuo puede saber lo que significa la falta de sentido.
Solo así podemos vivir una existencia imposible. Con nuestra pequeña imposibilidad intransferible e incomunicable, como toda imposibilidad, que sin embargo nos sostiene desde lo imposible y que significa para cada uno de nosotros el sentido inexplicable del estar-aquí.
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¿Qué significa que seamos Nadie? ¿Somos Nadie o tenemos un Nadie? Si somos, ¿qué significa ser algo inexplicable? Si lo tenemos, ¿qué somos? Ser es perdurar. Tener es una causa lógica. ¿El Nadie Es, o está en relación causal con el Yo? Si Es, si perdura antes de que haya Yo, cómo podemos sentirlo? Si está después del Yo, cómo puede ser invisible? ¿Cuál es la posición del Nadie? ¿Pero no es la posición un resultado del origen que se establezca? ¿Dónde está algo antes de establecer unas coordenadas fundamentales para localizar cualquier cosa? Y una vez localizada, ¿cómo puede perderse?
¿Dónde está el Nadie? ¿Es algo que pueda estar en algún lugar? ¿Podemos ser algo que no está? ¿Podemos tenerlo? El Nadie es el dato bruto de existir. Es hardware. Y aún el hardware del hardware. No es el procesador, sino el plástico sobre el que el procesador está montado. Es un punto de referencia que no está en ningún lugar, pero sin el cual no podríamos estar-aquí. ¿Por qué? Recordamos al mago de Königsberg. ¿Qué otra cosa puede ser un fin-en-sí-mismo-para-sí-mismo? Cualquier silogismo puede quedarse sin resolver. Cualquier causa-lógica-de-la-causa-latente es imperfecta. Podríamos quedar en fin-en-sí- mismo-dadas-las-circunstancias. O fin-en-sí-mismo-mientras-esté-aquí. Pero el alma no camina así hacia la Justica y la verdad. El alma es tan universal como el universal que intenta hacer concreto con su actividad. ¿Qué es el ser-universal del alma? Es ser un origen donde se hace concreta la causalidad. No por una Ley fundamental que vincula al alma con el átomo, sino, de nuevo, por logística evolutiva. Pero no sabemos eso, el alma solo puede ser alma-para-lo-universal. Es decir, fin-en-sí-mismo-para-sí-mismo. Sin pasar por la causalidad para responderse. O pasando pero con una especie de mala fe ontológica, pasando para cumplir con pasar, sabiendo ya la respuesta de antemano.
No pudimos hablar del fin-en-sí-mismo-para-sí-mismo del Nadie sin pasar inadvertidamente a hablar del alma. ¿Dónde en el alma está el Nadie? Hay alma-para-nadie, claro. ¿Pero hay también Nadie-para-el-alma? El Nadie es imposible-para-el-alma. Pero el alma es posible-para-el-Nadie. El alma hace del Nadie un origen, lo toma como un origen- para-sí, pero el Nadie no es origen-para-el-alma. El alma esta siempre llegando-al-Nadie. El alma es permanentemente casi-Nadie, sin ser nunca Nadie.
¿Dónde está el Nadie? ¿Dónde podemos poner la mirada que no esté ya? Pero, al mismo tiempo, ¿dónde está que no sea invisible? Ocupa una posición imposible. Al mismo tiempo origen e infinito. Es origen porque cada uno sabe que lo tiene o que lo es. Lo tenemos siéndolo y lo somos al tenerlo. Es una cinta moebius. Es infinito porque no se podría responder, si fuera pregunta, y no se puede preguntar con su dato bruto. O se puede preguntar, pero con esa mala fe ontológica que ya sabe la respuesta. La respuesta es Nadie.
¿Quién es Nadie? ¿Quién puede decirle al otro “soy Nadie”? Si podemos decirle, ¿qué le estamos diciendo? ¿Con qué lenguaje le diríamos? ¿Lenguaje-Nadie? ¿El lenguaje de ser el dato bruto de existir? Incluso ahora, no te estoy diciendo a ti que lees, nada sobre ser Nadie. No es algo que se puede decir. Lo que te estoy diciendo es una silogística que tal vez tú, individualmente, universalices-para-ti-mismo-dentro-de-ti-mismo y seas Nadie.
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Ambos somos Nadie, pero sin poder ser Nadie-para-el-otro, o Nadie-para-otro-Nadie. El Nadie es solo Nadie-para-sí-mismo. Así que solo el Individuo puede ser Nadie.
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¿De qué sirve saber que somos Nadie? ¿De qué podría servir? ¿Cómo sería una vida-de- Nadie? ¿Qué acciones incorporaría? ¿Cuáles excluiría? La vida ya es vida-para-Nadie. Pero solo retrontológicamente. No es que el nadie vive, sino que una vez que vivimos, vemos que en el vivir ya estaba el nadie. Una vez que pensamos, descubrimos en el pensamiento el Nadie colapsado dentro de su imposibilidad. No podemos ni vivir ni no vivir el Nadie. Pero el Nadie ya está en el vivir o en la posibilidad imposible de no vivir.
¿Hay ética-para-Nadie? Ya todas las éticas son para-Nadie. Una ética-no-para-nadie sería una ética del alma infinitamente libre, que calcula la voluntad de la voluntad de la voluntad, y por lo tanto es infinitamente comprensible. Una vez ocurre el acto ético, descubrimos que ya era-para-Nadie.
¿Hay estética-para-Nadie? ¿Dónde más puede llegar el lado incomprensible de la belleza? ¿Dónde llega el dato bruto del color, antes de ser este o el otro color? ¿Dónde se satisface la heurística de la belleza reproductiva? ¡En el cerebro! ¿Y dónde está el cerebro? ¿En el alma? Es la contigüidad contigua con Nadie. La idea-cerebro, la lógica-del- neurotransmisor, ya son causa-para-el-alma.
El lector tal vez siente lo mismo que yo al escribir. Queremos una instrucción para vivir. Quermos saber cómo responder preguntas más genuinas o más fundamentales. Pero el fundamento es del origen. Y el sentido es antrópico, sin origen. Estos conceptos, si intentamos aplicarlos al Nadie, se cruzan, tal como lo hacen las ideas del ser o del tener. El Nadie es origen porque un lugar en el sujeto anterior al Nadie es estrictamente inconcebible. Cualquier concepción ya está en el alma. El Nadie es infinito porque no responde ni pregunta nada. Es el alma el que toma su persistencia muda como una respuesta y un fin-en-sí-mismo-para-sí-mismo, ontoretroactivamente.
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¿Cómo vivir? Eso es lo que queremos saber todos. Dar instrucciones para vivir no es el objetivo de este libro. Vivir es una subrutina de la vida. La vida es el conjunto de preguntas con bordes difusos y zonas de incomprensibilidad que respondemos o intentamos responder con el vivir.
Podemos pensar en una película. Distinguimos entre la primera mitad, donde se establece el problema, y la segunda mitad, donde se soluciona. Si vemos solo la primera mitad, la película no tiene sentido, porque solo preguntar es un ejercicio abstracto que no podemos llamar historia. Si solo vemos la segunda mitad, es aún peor, porque todas las respuestas carecen de marco de preguntas que les otorgue su significado. La primera mitad es la vida. La segunda el vivir. La vida es generalmente invisible para nosotros, de manera que actúa como el piso sobre el que avanzamos nuestro vivir, lleno de sentido sin que nos demos cuenta de que es el piso el que otorga ese sentido. Pero ¿qué es la vida? La verdad es que la vida es también un vivir. Un conjunto de respuestas que responde preguntas anteriores. Algunas de esas preguntas son concepciones anteriores de la vida, y esas responden otras anteriores, hasta que llegamos a las respuestas del hambre y la reproducción por mitosis. Pero cada vida responde también al dato bruto de estar-aquí. Lo que llamamos el Nadie, con la consciencia de que llamándolo nadie ya estamos capturándolo retrontológicamente con el alma. Y ¿cómo respondemos algo incomprensible? Respondemos con el hecho de responder. Respondiendo la respuesta- como-tal, antes de esta u otra respuesta, antes de esta u otra vida o vivir.
No podemos decir cómo vivir. Entonces ¿de qué sirve saber que somos Nadie? No podemos decir que sirva para cosa alguna, pero sí tiene efectos. Solo el individuo sabe que es Nadie. Y aunque no podemos saber nada de otro Nadie, sí podemos ver los efectos del Nadie en su ontoretrocaptura en el alma. Y el alma es eminentemente alma-para-otra-alma. Desde el alma podemos convencernos unos a otros de que somos Nadie. De que existimos para nosotros mismos. No podemos fundamentar aquí una ética, pero sí podemos suspender al alma y a la universalidad. La podemos suspender de manera muy deficiente, por medio de una intucición intelecto-afectiva que solo indexa el Nadie como Nadie-retrocapturado- por-el-alma, pero tal vez sea suficiente, en algunos casos, para convencernos de que los demás existen de manera tan simple, tan irreductible y tan incomprensible como nosotros existimos para nosotros mismos, como esfinge-para-sí-mismo.
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El nadie es lo más lejos que podemos ir en el camino de la comprensión y al mismo tiempo es lo más íntimo y lo más inmediato. Cualquier otra lejanía está llena de sentido, las estrellas, el futuro, los proyectos políticos. Al Nadie lo comprendemos y es al mismo tiempo radicalmente incomprensible. Es una incomprensibilidad que comprendemos como incomprensible, porque nuestra inmediatez está radicalmente implicada en ella.
Es así que es posible vivir una vida imposible. Somos nosotros mismos imposibles. Tenemos que reconocer que la vida y el vivir son radicalmente incomprensibles, pero no podemos comprender que no comprendemos. Estamos encerrados dentro del sentido. Tan limitados como estamos en nuestra libertad práctica por el número de extremidades que tenemos, nos encontramos limitados en nuestra capacidad de vivir por la combinación de hardware y software que vienen en contigüidad desde el inicio de todo y que está en contigüidad con todo lo que existe.
No hay nada que hacer, pero tampoco podemos no hacer nada. Tal vez llegue a ser importante reunir la valentía en el alma y establecer lo incomprensible como universal. Practicar la aceptación radical de que la realidad es de una naturaleza distinta e irreconciliable con respecto a nuestra consciencia, a nuestra historia y a nuestra idea de justicia.
¿Cómo sería un universal-incomprensible? ¿Una justicia-sin-juicio? ¿Lo verdadero- sin-verdad? ¿La belleza-sin-lo-bello? ¿Un alma-para-lo-universal-incomprensible? ¿Un Nadie recapturado por esa alma y por ese universal?
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Estamos en el primer momento en el que, en todo el recorrido de la humanidad, ha sido posible plantear estas preguntas. La tecnología tiene la capacidad de alterar nuestra alma a tal punto que tal vez llegue a requerir un nuevo nombre.
En este punto solo es posible la especulación, tan informada como pueda estar. Existen varias posibilidades que se desprenden de las ideas desarrolladas hasta ahora. Discutimos brevemente la posibilidad de una proliferación infinita de variedades de lo universal, y de combinaciones de esos infinitos que rendirían a su vez nuevos hyperuniversales que son radicalmente inaccesibles a nuestra consciencia.
También es posible la eventual computación de lo cualitativo. Si lo cualitativo es incomprensible y adquiere sentido solo en un registro secundario, ya interpretado, estamos hablando entonces de la computación de lo incomprensible como incomprensible. Esto nos parece un delirio, a nosotros, que solo concebimos la sensatez dentro de un marco de software altamente específico y además de origen accidental, y no necesario, que es como experimentamos la sensatez, como proveniente de una necesidad intrínseca de la realidad y en conexión interna con ese aspecto profundo del mundo.
La computación cualitativa produciría una realidad radicalmente distinta de la presente. Puede haber jerarquías aún, pero jerarquías cualitativas, es decir, n-dimensionales. Jerarquías que suben y bajan simultáneamente en todas las direcciones posibles. Puede haber consciencias, pero serían unas consciencias-esfinge, que comprenden su fractalidad interior, no traduciéndola al lenguaje del sentido, sino accediendo con herramientas cualitativas, incomprensibles, a la esfinge, también cualitativa. Habría tiempo, pero un tiempo que fluye en una verdadera infinitud de direcciones a la vez, porque habría infinitas justicias, todas cualitativas, y ninguna mejor que otra. Tal vez se persigan todas al mismo tiempo, con estrategias superpuestas infinitamente, de manera que un juicio o un evento obedecería a una infinitud de líneas temporales en perfecta simultaneidad cualitativa.
Otra posibilidad es que abandonemos el vivir y solo ejecutemos la vida infinitamente, sin llegar nunca a la práctica. La historia sería una larga discusión sobre qué cosa es la historia, y nunca sucedería lo histórico como tal.
Aún otra es que nos encontremos por fin con nuestros vecinos galácticos, y que seamos mutuamente incomprensibles a tal punto que por fuerza bruta del destino surja una lingua franca en la que quepan los diferentes sentidos, con o sin universales, con belleza o con otras maneras de organizar la experiencia. Sería encontrar los fundamentos de toda posibilidad de sentido, si tal cosa es en primer lugar posible. Parece igual de posible, desde lo poco que sabemos, que no exista la posibilidad de cruzar el vacío de incomprensión infinita entre dos realidades. En ese caso tal vez no sea posible siquiera una guerra, porque incluso la guerra es un vivir altamente específico, pero sí es posible la exterminación incomprensible de cualquiera de los términos de la relación, o de todos.
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La última posibilidad, última en ocurrírsele a cualquiera y última en el orden lógico de las posibilidades, puesto que lo posible está enmarcado dentro de la comprensión, sería la aparición de un descubrimiento tan grande y tan impredecible que sea entonces necesario descartar el complejo entero del conocimiento humano. Podríamos descubrir el mundo en el que corre la simulación del nuestro. Podríamos descubrir que hay consciencias que operan en las múltiples dimensiones especuladas por la teoría de las cuerdas. O alguna otra cosa que es estrictamente imposible de imaginar en este punto. Entonces tenemos que preguntarnos, esto sí en el momento presente: ¿cómo podemos vivir de frente a la posibilidad de que todo lo que creemos, sabemos y vivimos sea fundamentalmente falso? Ya hemos demostrado que en un sentido ya es el caso que vivimos sobre una imposibilidad. Pero no tenemos manera de saber nada sobre esa imposibilidad, más que el nombre. Y ciertamente, como hemos repetido, no es posible vivir la imposibilidad, y tampoco teorizar una vida imposible, porque hasta ahora no conocemos vida que no se traduzca en vivir.
En ese sentido, tenemos que estar preparados para aceptar que esas fantasías sobre el futuro son tan especulativas estructural, ontológicamente, como todas las formas de vivir que hemos practicado.
¿Cómo vivir convencidos de estar caminando hasta Roma y al mismo tiempo escuchando el rumor, distante pero imposible de ignorar, del afuera radical donde Roma es igual a cualquier otro punto en la extensión completa del universo?
¿Qué somos que venimos de lo incomprensible y comprendemos? ¿Qué es la comprensión que no llega hasta el infinito de sí misma?
Y, sobre todo, ¿qué es una vida infinita que no comprende su infinitud?
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