El colmillo de la esfinge - José Covo. Columna en el Malpensante, 2021-2022

  

 

 

 

 

El colmillo de la esfinge

Columna en el Malpensante

2021-2022


 

Largo es el tiempo, mas sucede lo verdadero

¡Cuánto del mundo muere por exceso de verdad, y cuántas mentiras fungen como lo verdadero! Una cosa es verdadera hoy y falsa mañana. “Hay actos de justicia”, dice Joubert, “que corrompen a quien los realiza”. ¿Y qué ha sido la historia, sino una progresiva y dilatada justicia que al mismo tiempo nos ha corrompido más con cada avance de lo verdadero sobre la animalidad?

            Así con la democracia, la forma más justa de la tiranía, no ya de un rey o un dictador, sino de las verdades implementables en la mayor cantidad de almas. Lo que necesita cualquier candidato es un buen software, un meme efectivo. Y ¿cuál es la efectividad del meme? ¡No su verdad inherente, objetiva! ¡Ni su nobleza o amplitud de espíritu! Como el gen, que reparte y reproduce los atributos de los cuerpos, el meme funciona por la fuerza bruta de su efectividad para multiplicarse. El lugar que ocupa en el cerebro no es ni verdadero ni falso. Solo funciona o no funciona. Pero su mensaje sí puede ser más verdadero o más falso. Y una buena mentira, que sea simple y que satisfaga los deseos instintivos más básicos, como la pertenencia a un grupo a exclusión de otro, o la promesa de una mayor libertad, tiene casi siempre una mayor efectividad reproductiva que las verdades sobre cómo funcionan los procesos sociales y, por lo tanto, sobre quiénes somos todos debajo de nuestros sueños de pertenencia o de libertad.

            ¡La democracia...! Esa gran verdad de lo humano, inventada en la Grecia luminosa, ¡y vuelta a descubrir con la invención de la guillotina.! ¡Unas cuantas cabezas que, al separarse de sus hombros, cayeron sobre el continente con fuerza telúrica! Cayeron sobre la historia como meteoros que reorganizan la distribución de los genes... ¡la distribución memética! Un nuevo marco de referencia para establecer lo verdadero. Las cabezas de Luis XVI o de María Antonieta fueron verdaderas mientras vivieron en Versalles... se volvieron falsas cuando la gente ya no creyó en Versalles... y fueron de nuevo grandes verdades al ser descorchadas como botellas de champagne en Año Nuevo... ¡Verdad nueva! Y, sobre todo... ¡nuevas maneras de llegar a ella!

            Las independencias... la emancipación de todos los pueblos... el nacimiento de las repúblicas parlamentarias... ¡La distribución de los poderes! ¡El sufragio universal! Y un crecimiento de las fuerzas productivas que sin la idea de la universalidad del alma habría sido imposible... si solo hubiera que vivir sin romper nueve o diez reglas, en vez de intentar, en cada generación, ¡volver a descorchar a la época! ¡De buscar nuevos caminos hacia lo verdadero!

            Y ahora... ¿dónde está la verdad de la democracia? ¿Cuál es el camino por seguir? O ¿cuál estamos siguiendo, lo queramos o no? Durante siglos y milenios hemos avanzado hacia el futuro usando los mecanismos naturales de la distribución informática otorgados al cerebro humano por el azar combinatorio de la evolución. En el siglo XXI... ¿por cuáles mecanismos accedemos al futuro?

            El algoritmo... diseñado para optimizar la integración del usuario a las redes, lo que a su vez, como todos sabemos, maximiza las utilidades de las empresas informáticas. ¡Es la misma universalidad que prende los barriles de pólvora revolucionarios! ¡La misma idea de la pureza del alma que nos convence de subir nuestra vida al algoritmo, en fotos o en números de caracteres! El algoritmo nos refuerza nuestra pureza privada. Nos da importancia, nos demuestra que nos aprecia, que sabe lo que queremos antes de que lo hayamos pensado. ¿Quién lo experimenta de otra forma? ¿Quién es, él mismo, algoritmo? ¡Somos amor! ¡Y odio! Y la necesidad fundamental de sentir que somos importantes, o que por lo menos servimos para algo... que tenemos un puesto dentro de la idea del mundo.

            ¡Este no es el mecanismo natural de distribución informática! Hay que ver, por supuesto... ¡tal vez sea mejor! Pero el mismo, en todo caso, no es. Estamos todos en una relación privada con algo que ninguno de nosotros es capaz de comprender. Un organismo –si podemos adelantarnos unas décadas e irlo llamando ya así– que funciona con otra lógica, en otros tiempos. ¡Tiempos perfectos, tal vez! pero incomprensibles, de cualquier manera, para nosotros.

            La democracia está sostenida, histórica y genéticamente, por una fe irreductible en la verdad del alma. La voluntad general de Rousseau, la mano invisible de Adam Smith, el velo de la ignorancia de Rawls... ¡Una gran fe en el substrato de lo que somos! Y el algoritmo... ¿nos tiene esa fe? ¿O nos refuerza, a cada uno por separado, nuestra fe en la fe?

            El fenómeno Trump, el Brexit, el no a la paz en Colombia. La primavera árabe, el movimiento antivacunas, Qanon, las miles de conspiraciones, a las que muchos han prestado, en buena fe, su cuota de democracia. El algoritmo, ciego como parece ser, en tanto no tiene lo que llamamos alma, esa lucecita que se experimenta a sí misma... nos refuerza tanto nuestra lucecita, el brillito que nadie puede negar que tiene, que la democracia, esa constelación de almas sinceras, ya no opera sobre el mismo marco de referencia que liberó a Luis XVI y a María Antonieta del enorme peso de sus cabezas reales. La democracia comenzó como una gran verdad. Y su verdad aumentó con las décadas y los siglos hasta alcanzar un punto de demasiada verdad. Los mecanismos que avanzan hacia esa verdad han logrado una efectividad excesiva, como una máquina que no regula su temperatura y solo acelera. Llevamos dos siglos felices con la aceleración. La velocidad es enormemente sensual... Es justa, nos dice el cuerpo. ¡Es emocionante! Y nadie puede, en buena fe, dejar de creer en su cuerpo o en su alma. Pero... ¿y si ya el alma no es verdadera? ¿Si la verdad está en otro lado y es otro el proceso que lleva a ella? Un proceso falso visto desde la idea clásica de la democracia... desde la idea del mundo que la produjo... pero este ya no es –¿quién lo puede dudar?– el mundo clásico. Y nosotros, almas falseadas, somos incapaces de darnos cuenta.

La masacre sublime

Después de todo y siempre... la idea de la muerte hermosa. Uno de los sueños más precisos y más frágiles de toda la ambición mortal que orienta al alma humana hacia su destino. Morir bien... la última satisfacción posible. Que ya no nos satisface a nosotros sino a la ausencia que nos sobrevive bajo nuestro nombre. Es la ausencia la que sostiene la nostalgia de lo que fuimos en su núcleo inexistente... como el cuadro sostiene frente a su superficie  la mano que lo sigue pintando cada vez que alguien vuelve a recorrer con la mirada el camino del pincel. Como la guerra –¿no es verdad?– que tanto dolor y tanto sentido produce desde el vacío que cada cuerpo y cada edificio deja, sacrificado a su nombre. ¡Dolor con propósito! ¡Ausencia con significado! El punto más allá del horizonte donde ya no hay mundo, y sin embargo hay aún sentido.

            Esos dos grandes horizontes... que pendulan con el plomo de los siglos, el uno infernal y el otro sublime. La guerra, ese matadero de la historia, y el arte, el jardín de la época donde el alma descansa. Pero, aún... la guerra produce repúblicas, tratados y auges económicos. ¿Qué sería de nuestro presente sin las barbaries fundadoras del pasado? Y la belleza bien puede movilizar, con su aura seductora, al genocidio o al colapso de políticas fiscales. ¿No eran, en verdad, honestamente elegantes los uniformes de la SS? ¿No hay un gusto inmediato por la belleza de la Libertad que se expresa en la sangre encharcada de nuestros contrarios?

Recuerdo una pelea a los diecisiete, ¡esas peleas a puño diáfano de la juventud! Que resolvían disputas muchas veces no enunciadas... un “le tengo la mala a ese”, un “me miró feo”... ¿Qué otra razón hay, en realidad, para ir a la guerra? Ninguna idea moviliza más que las mariposas estomacales del impulso universal –hay que decirlo– para el asesinato. Estaba muy borracho y me quité la camisa para amenazar en general a todo el que me estuviera viendo. ¡Un pavo real! Desplegando su ensamblaje de ojos sibilinos para traer a la realidad el oráculo de su superioridad. Pero, como sabemos, los oráculos a menudo fallan en sus predicciones, o le atinan a algo que no habían contemplado en la clarividencia original. Y llegó uno de mi mismo colegio, un año menor que yo, pero más grande, y me rechazó, con toda la calma, el ofrecimiento de violencia. Yo le di la mano... y me fui a dormir. No fue, al final, una pelea, de manera que mentí al inicio del párrafo, buscando un efecto –una belleza– que la historia solo alcanza con la promesa infundada de una golpiza. Satisface –¿no es verdad?– dejar en claro de vez en cuando que, después de todo, estamos dispuestos a matarnos.

Este texto, también, es el germen de una gran violencia. Si se hiciera de él, por accidente, una suerte de evangelio, las generaciones lo pisarían con sus miradas igualmente atávicas y renovadas y le sacarían, como a las uvas, el jugo de su verdad. Vivirían entonces comprendiendo que la guerra es bella y que la belleza es violenta… y, entonces, ¿qué sería del mundo si fuéramos a la guerra buscando lo sublime? ¿Si escribiéramos con la esperanza de, a través del texto, por una magia o una lectura demasiado en serio, provocar la muerte al lector? ¿Qué sería el arte si el artista apostara la vida en cada obra? ¿Qué sería la guerra si se ganase por elegancia? Pero..., ¿no es así ya? ¿No es esa la realidad debajo de las ideas que tenemos sobre ella? Vamos a la guerra buscando un Sentido más grande que cualquier vida individual. Y en el arte buscamos establecer la Verdad de la percepción, más allá del desorden de la vida diaria. ¡El artista arriesga su nombre para ganar la inmortalidad! Pero es, al fin, su nombre quien la gana y no él. ¿Qué diferencia hay, además, entre el buen vestir y un batallón milimétricamente organizado? ¿Quién no siente que su día a día es insignificante frente a la realidad que promete un Renoir?

Por último... el Sentido que buscamos al final de todas las obras y de todos los proyectiles es, en realidad, ¡un recuerdo! Y aún el recuerdo de todos los recuerdos... la posibilidad lógica de recordar. ¡Una utopía retroactiva! De la que vinimos, de alguna manera. ¿Quién puede decir que no hubo un Paraíso? Pero nos provoca tanto terror la verdad de que vamos hacia el futuro en completa ceguera de lo que advendrá, que nos satisfacemos poniendo allá, más allá de todo horizonte posible o imaginable, a la Justicia, que es, como cualquier Humano está preparado para confesar, igualmente Buena y Hermosa. En la muerte bella nos parece que llegamos, individualmente, a ese lugar. Después de todo y siempre... somos el animal que escuchó un rumor, allá, en ese lugar que llamamos el futuro... y todos, incluso las facciones enemigas, estamos de acuerdo en que ese lugar existe.

 


 

Enfermo con la verdad

El alma del loco... ¡un mito en sí misma...! El lugar al que el mundo acude para intoxicarse con la verdad. Porque la vida ordinaria se compone de una serie de falsedades tan consistentes que bien pueden ser consideradas la Realidad. Pero, ¿no es verdad que mentimos con el vivir mismo de nuestras vidas? La actividad de la vida solo es practicable con la Fe en que todo es, al final, para algo. Que todo nuestro esfuerzo e inconveniencia diaria cumplen un propósito más grande que cualquiera de nosotros. Pero, ¿dónde está ese propósito? ¿Ese sentido de toda actividad? ¿Es que emana de la piedra dura y caliente del planeta Tierra? ¿Del sol? ¿O es que el Sentido ya existía y nosotros, los animales humanos, lo descubrimos, como a un Nuevo Mundo? ¿O más bien esa Fe en el propósito de todas las vidas es la ficción que nos mantiene cuerdos? ¡Con almas limpias! Que no conocen cuán negro es el cielo nocturno. Cuán profundo el espacio abismal que nos rodea en todas direcciones. Tan limpios de alma que incluso el vacío nos sirve para algo... por lo menos para mirarlo de vez en cuando y alegrarnos de la lección que tiene para nosotros... polvo eres... pero polvo con sentido.

Según la variedad de la locura en la que se caiga puede uno perder o ganar un mayor sentido. Cuando nos deprimimos severamente la energía no nos alcanza para correr el software de la fe, que es relativamente costoso en términos de recursos mentales. No disfrutamos nada y nos sentimos como caídos de la vida. Pero aún... soñamos que con nuestro suicidio por lo menos cerraremos lo que la depresión abrió... concluiremos la historia... un final trágico, pero, por lo menos, uno que dice algo. Eso nos reconforta. Los que desarrollamos una paranoia o un delirio consistente con el cuadro de una esquizofrenia experimentamos una gran sensación de descubrimiento. ¡Abrimos el mundo al enloquecernos! Nos muestra su núcleo de sentido infinito... entramos, de pronto, en una zona de la experiencia absolutamente verdadera... la vida que habíamos llevado hasta entonces era un sonambulismo que llamábamos cordura, o normalidad. ¡Una gran ceguera! Pero, ahora... estamos en el Saber. Así se siente enloquecerse. 

Recuerdo, por ejemplo, estar viendo, no sé por qué, un programa matinal de fin de semana en una cadena nacional... de esos en los que se sientan varias personas a conversar, con el efecto de que la parte más simiesca de nosotros se siente conversando con gente importante... y, de pronto, le notificaron a una de las presentadoras que yo estaba viéndolos en ese momento (debían tener un sensor especial conectado a mi televisión, razoné con limpieza), y ella comenzó a hablar en un código que solo yo comprendería... ya yo llevaba un par de años entre caído de la vida y contemplando verdades absolutas, según el día, o la hora, pero esto era diferente... ¡era la respuesta a todo mi malestar! La presentadora me dijo que yo era un escogido y que me tenían un trabajo reservado, no supe si ahí conversando con esa gente o en un programa en solitario. En todo caso me estaban esperando. ¡No estaba loco! Había hackeado, después de todo y según mi primera intuición, el software de Lo Humano. Ahora querían que les explicara de qué se trataba este tema de la vida y del vivir, yo, el único en la historia en comprender por fin.

Lo interesante es que para que me dieran el trabajo tenía que internarme en la clínica psiquiátrica, eso me dijo la señorita, guiñando un ojo y vendiendo un detergente. Entonces fui y le dije de inmediato a mi mamá que quería pasar unos días en la misma clínica en la que ya había estado varias veces. Como si mi inconsciente hubiera encontrado la manera de convencerme, a través de mi ambición de fama, de aceptar la ayuda que no era capaz de aceptar de otra manera. 

Esa alma del José enloquecido... aquí la tengo, todavía, ejecutando, tranquilita, su algoritmo, que ahora convierto en historias o en formas de salirme de Lo Humano, la condición necesaria para hacer filosofía, es decir, volver a pensar los elementos de la vida partiendo desde otro lugar... hacerles nuevas preguntas a las verdades que ya tenemos por respuestas. El loco y el filósofo son, después de todo, primos hermanos. En ambos colapsa La Vida, ese conjunto de comportamientos e ideas que movilizamos para decir que existimos. ¡La Fe...! El uno muy animalizado para practicar su sutileza, el otro demasiado sutil para la animalidad del Creer... Siendo, o habiendo sido tanto lo uno como lo otro, puedo decirle, lector: los humanos no existimos. Existe la idea de que somos humanos, y convenimos, entre todos, en realizar un enorme esfuerzo organizado, ¡un solo ejército!, para no darnos cuenta de que vivimos de acuerdo a una gran hipótesis, muy costosa y muy frágil... ¡Que todo tiene sentido...! O lo tendrá, cuando por fin... ¿Qué? ¿Montemos el sistema político objetivamente verdadero? ¿Vuelva ese hacker de la ética para juzgarnos finalmente? ¿Se disgreguen todos los átomos, demostrando que nuestro orgullo era infundado, y así dejando claro que la humildad era, después de todo, el valor máximo? ¿Qué? ¿Qué podríamos hacer o qué podría pasar, para, como el loco, no tener más preguntas, y que seamos, por fin, escogidos?


 

El software del alma

El mundo está en sombras y el alma lo ilumina… ¿Qué somos, que traemos la luz al mundo? ¿Qué es el mundo que se prende con nuestra lumbre? ¿Y de dónde sale esa luz? Son preguntas tal vez imposibles de responder. Pero el software que llamamos por ese nombre, alma, reduce la complejidad de todo este problema. Nos permite sentir que simplemente estamos aquí... y que somos, por supuesto, libres. Es una interfaz, como el navegador de internet desde donde usted probablemente lee estas líneas. ¿Qué es realmente ese navegador? Líneas de código indescifrables para casi todos, electricidad entrando y saliendo del soporte físico que permite su existencia, paquetes de información, ¡ideas!, que transitan por conductos etéreos, colores vivos y estimulantes, ¡luz!, tal vez alguna música de fondo que garantiza el sentido profundo de la experiencia, el acceso a otras interfaces, acceso también a la cámara en la que podemos comprobar nuestra permanencia, etc.

            Y el software del alma, ¿de qué es interfaz? ¿Qué somos, realmente? Primero, tenemos que decirlo enseguida y rápido, porque a nadie le gusta acordarse…, animales, brutos y malolientes, productos del mismo proceso evolutivo, accidental y, la verdad –¿quién puede decir que no?–, eminentemente vergonzoso que cualquier otro de los pocos organismos que existen o de los innumerables y variados que han existido. También somos, por supuesto, seres sociales, integrantes, todos, de una u otra comunidad. ¡Incluso el solitario está en la comunidad de los solitarios!, que, mirándose de lejos, se reconocen de inmediato, y saben, tanto el uno como el otro, que nada más es requerido. Lo que hacemos es visto por los demás y tiene un sentido, es aprobado o rechazado, bonito, feo, o cualquier otra cosa. Y nosotros miramos lo que los demás hacen como respuesta a lo que hicimos, y así se genera un bucle en el que, por juego de espejos, las acciones tienen consistencia, surge el consenso y cosas como el voto, por citar alguna. Pero el alma ya calcula todo ese juego y nosotros experimentamos la voluntad. Lo que yo quiero hacer, gústele a quien le guste. Pero ya sabemos que a alguien, por lo menos, le gusta, por lo menos a alguien imaginario que me mira desde ese lugar del mundo que es, al mismo tiempo, invisible y tan pesado como cualquier montón de materia. Ese lugar también está debajo de la interfaz del alma. Y el lugar de la consistencia lógica, por supuesto, donde existen los números, en el mismo orden para cualquiera que los descubra, por lo general, con sus fórmulas y estructuras tan misteriosas como la magia misma, y no menos efectiva.

            Si queremos tomar una decisión, ¿quién la toma? ¿El animal, desesperado por satisfacer su hambre o su agresión? ¿El sujeto social, incapaz de pensar sin la posibilidad del acuerdo o del desacuerdo? ¿La imaginación, donde existen las cosas perfectas, hacia donde nos vemos inclinados, como hacia los dioses o a las utopías? ¿La lógica, que funciona con independencia del impulso, de la emoción, de los ideales? ¿Cómo se integra esta distribución de poderes para poder hacer una sola cosa a la vez?

Mi primer recuerdo, el más temprano, en el recorrido de escenas que llamamos nuestra vida, es estar frente a la piscinita en el jardín infantil, que estaba protegida de nuestro ahogo con una reja. Mi amigo de esa época mitológica, mosaica, era Jorge, que tenía la capacidad heroica de poder meterse, con un pequeño esfuerzo, entre los barrotes de la reja. En el recuerdo lo hace y desde dentro me invita a que lo acompañe al mundo alrededor de esa piscinita, en el que parecían posibles fenómenos de otro orden; se vivía, de ese lado, con mayor pureza y más verdad. Yo lo intento, con lo que quiero llamar valentía, pero no logro la hazaña. ¡La cabeza! No me pasa. Jorge me dice, con claridad enciclopédica, que debo intentarlo con más entusiasmo, no debo permitir que me conquiste la cobardía. Yo le digo: “Jorge, no puedo”. Y lo miro desde ese lugar interior desde el que los infortunados miran a las personas felices. Él se avergüenza de su buena estrella, y no se demora tanto como quisiera más allá de la reja.

            Ahí, a los tres años, ya sentía que era alguien. Las cosas me dolían a mí, si desobedecía al alma de mi madre yo tenía la culpa. Ya tenía, también, la sensación de propósito. La vida ya era para algo. ¡Ya tenía alma! Quería cosas y me enfurecía o me desalentaba si no las ganaba... ¡Salía el animal a defender lo que por lógica le correspondía! Cómo es que la rabia se entiende con la razón es un tema fino y complejo... cómo es que el alma opera...

            La metáfora del software, ya podemos decirlo, es solo una metáfora. A diferencia de nuestro navegador de internet, no podemos desinstalar nuestra alma. No podemos, realmente, ser ni animales ni logicistas puros. Hay quienes dañan su software, por supuesto, por enfermedad o trauma, ya sea la una o el otro, al nivel del aparato físico o del espiritual. Y el alma tampoco calcula con unos y ceros, es decir, síes y noes... ¿el hambre... es un uno o un cero? ¿El amor? Hay partes del alma que son como son... podemos decir que fueron calculadas hace mucho y ahora solo las ejecutamos. Hay otras que nos vemos obligados a inventar... a programar partes del código que vienen en blanco. Tenemos que decidir quiénes somos... pero, ¿quién toma la decisión, si todavía no somos? Con cada nueva versión de nosotros mismos volvemos a establecer lo que fuimos antes, y lo que podemos esperar, o temer, llegar a ser. Aquí volvemos a encontrar la metáfora informática... contamos, cada uno, con innumerables actualizaciones realizadas en nuestros sistemas operativos, e innumerables aún por venir. Sin embargo, en cada versión existimos infinitamente como nosotros mismos... no está nada mal, ¿no es verdad? Un software que permite meter al infinito en cada día, ¡en cada minuto! Y que nos convence tanto de su substancia que es, en realidad, más fácil pensar que ese infinito llega hasta el fondo del tiempo, y no que se extingue junto con el animal... Tal vez, al final, esa infinitud, real o simulada, sea la línea de código más poderosa escrita jamás por la naturaleza... ¡Cómo nos sostiene! ¿Dónde, en verdad, estaríamos sin ella?

 


 

Dios y la Nada

Cuando se crece, como lo hice, frente al horizonte, hay, para alguien como yo, propenso a la especulación y el delirio, ciertas preguntas que se convierten, ellas también, en horizontes constantes al fondo de la vida... ¿Qué hay más allá de lo que alcanzamos a percibir? ¿Dónde acaba el mundo? ¿Dónde el universo? ¿La realidad? Horizontes diferentes, cada uno. Pero, sobre todo, ¿por qué hay horizontes? ¿Por qué el mar y el mundo se cortan en esa línea?  ¿Por qué no vemos todo lo que hay y ya? Yo, y muchos, estamos acostumbrados a solo ver lo que nuestros ojos nos permiten, y a intentar contentarnos lo mejor que podamos con esa versión de las cosas, igualmente determinada por la fisiología de nuestros aparatos oculares y, al mismo tiempo, por nuestras ideas sobre lo que esas luces refractadas por la carne quieren decir.

Pero nadie se termina de contentar, en realidad, con solo ver lo que vemos. Tenemos, todos, la certidumbre de que el mundo, el universo y la realidad existen más allá de nuestra percepción de ellos. Que todo ese material está ahí, incluso cuando no lo percibimos. Pero solo comprobamos su existencia cuando lo registramos con los sentidos o lo medimos con algún instrumento... No hay manera, en realidad, de saber qué está ahí cuando no está siendo interpretado por nuestras imaginaciones. Suponemos, y con razón, que hay algo. Pero si solo conocemos las cosas en términos humanos, no somos entonces capaces de entender la existencia de eso que no tiene ni color, ni forma, que se lo ponen los ojos o las manos, ni su composición química, porque los nombres de los elementos son inventados, y tampoco son útiles para ningún propósito, porque el sentido y la utilidad son también inventos nuestros. Pero ¿quién puede, en verdad, vivir así? ¿Como si no supiéramos lo que son las cosas? ¿Como si nuestro software humano fuera incapaz de abordar lo que en realidad existe? ¿Quién se atreve a retar este piso de todas nuestras vidas sin experimentar un incremento en la presión arterial? ¡O un bajón! Depende, por supuesto, de las particularidades del organismo que está, en ese momento, poniendo en duda su propia existencia.

El aparato del cerebro humano, no hay duda, es una especie de milagro producto del trabajo realizado por el tiempo sobre la materia, que la revuelve y la agita en millones de años como una mezcladora de concreto del tamaño del universo, dando vueltas con violencia y ruido. Pero la capacidad de cómputo de nuestro kilo y medio de mundo metido en el cráneo es también limitada. ¡Y somos mamíferos! ¡Necesitamos calorcito y amor! ¡O por lo menos compañía! No son las condiciones idóneas para conquistar el conocimiento de todo ese concreto sobresaltado y, sobre todo, ajeno a las necesidades de perros, ratones y humanos. 

Así como armamos nuestras casas, chabolas o hangares militares, con techos, paredes y pisos que establecen un adentro y un afuera, armamos también nuestro software que llamamos Realidad, nuestro algoritmo, mitad instinto y mitad imaginación, para tener un adentro, que podemos llamar Mundo, en el que nos permitimos organizar los muebles y retratos como nos gusta, aunque allá afuera, más allá del horizonte, no existan, en realidad, ni los muebles ni las fotos. 

¡Pero es grande nuestro software! O, en todo caso, ambicioso, y cuenta con una interfaz gráfica que produce la ilusión de profundidad infinita. Allá al fondo de esa profundidad están, según se mire, o Dios o la Nada. Cada uno, según se mire, piso o techo de nuestro mundo. Cuando uno es el piso, el otro es techo, y a la inversa. ¿Verdad? No puede haber nada más opuesto, nos parece, que por un lado el vacío y por el otro la voluntad absoluta y omnipotente. Pero vale la pena examinar esa oposición con más cuidado... porque la Nada, al no estar en ningún lugar, es infinita... no tiene que existir para estar ahí y dirigirnos su influencia... ¡afectarnos! Con un peso, para algunos, mayor que las exigencias morales de Dios. ¿Qué nos exige la nada? ¡Que vivamos! Comprendiendo, al vivir, que nuestras acciones ocurren sobre un vacío infinito y no significan, al final, nada en particular. ¡Todos escuchamos el canto de esa sirena oscura! ¿Quién ha creído alguna vez, en cualquier cosa, sin al mismo tiempo dudar? ¿Cómo sabríamos que creemos si no dudásemos? ¡Dichosos los que creen sin haber visto! ¡Es decir, dichosos los que logran abandonar la duda natural hacia lo invisible! ¡Quienes logran dudar de la duda! Y ahí queda, incluso cuando creemos, al fondo de todo, parada en el horizonte donde las cosas ya no existen, la Nada omnipotente, tan poderosa que no tiene ni siquiera que existir para que vivamos según su voluntad... ¡Dichosos los que creen habiendo visto! Que ven el hueco grande donde cabe todo y sin embargo... 

Para el creyente, por supuesto, Dios es piso y techo y del tamaño de todo lo que puede existir, e incluso más grande... Su voluntad se cumple... ¡siempre! Incluso cuando no parece haberse cumplido. Porque ningún mortal, por grande que sea, logra saber lo que Dios quiere en realidad. Como el horizonte marítimo, la voluntad de Dios está siempre más allá. Y como el horizonte de la Nada, el horizonte de Dios está más lejos incluso de lo que existe o no existe. Como la Nada, Dios no tiene que presentarse en el registro de lo visible para que nos angustiemos con la pregunta de su voluntad... A la una y el otro los sentimos con el pecho... y tal vez los sentimos más, incluso, cuando nos parece que se ausentan. Un mundo sin Dios, es decir, sin principios morales fundamentales, sin esa estructura que garantiza el sentido de nuestras acciones, es un mundo sin destino, sin razón de ser... la existencia en la que el único horizonte es la Nada. Y en un mundo en el que no existe la Nada no hay espacios vacíos, no hay accidentes ni tampoco duda razonable, porque la duda es el encuentro de la razón con el vacío.

Ambos horizontes se sostienen mutuamente, en un simulacro de guerra en la que ninguno de los dos quiere, en realidad, eliminar a su contrincante. Si la humanidad estuviera nueva y hubiera necesidad de establecer mitos, podríamos decir que Nada y Dios son hermanos gemelos, partícipes de una vida compartida que, en un momento, sin embargo, se rompe frente a un conflicto irresoluble... ¡Nuestro nacimiento, producto de su incesto! El horror de sí mismos los obliga a buscar diferentes formas de seguir viviendo, buscando, cada uno, individualizarse por oposición... y simulan una batalla por la custodia de la humanidad, sabiendo bien cada uno que ni él ni ella podrían cargar solos con los millones sobre millones de destinos extraviados en su libertad.

Si estos nuestros dos horizontes infinitos nos crearon, o si nosotros los creamos a ellos para sentirnos creados y llenos de sentido, es una pregunta que, desde el interior de nuestro software de la Realidad, es imposible de responder. Tendríamos que ir más allá de la interfaz... pero si incluso nuestra alma hace parte de ese sistema, ¿quién iría? Y ¿con qué lenguaje de programación? Es imposible, al mismo tiempo, parar de preguntarnos. Con el vivir mismo no hacemos otra cosa más que preguntarnos. Ni Dios ni la Nada, ni Padre ni Madre, tienen el dominio completo de nuestra alma. Esto nos hermana tal vez más que cualquier otra cosa. Y, hermanados, nos reconocemos, sin decirlo, como la descendencia viva de este linaje inexistente y absoluto.


 

El mundo como síntoma

“Una sensación muy extraña en las piernas...”, decía Sara, fumándose su cigarrillo y temblando, como lo hacía, de la ansiedad. No parecía preocuparse demasiado por estar tan desregulada anímica y neuroquímicamente que perdía la naturalidad motriz... es posible que ni siquiera se diera cuenta de que era un estado atípico, tanto tiempo llevaría así. Los psiquiatras le proponían nombres para esa sensación tan extraña y ella los rechazaba todos. No era un hormigueo, tampoco un dolor, ni sordo ni punzante... ¡no era nada! La extrañeza misma que se le había metido en los muslos, todo lo difícil e incomprensible de su vida, de todas nuestras vidas, traducido de un lenguaje a otro... estábamos varios alrededor, en un centro de rehabilitación por drogas a las afueras de Bogotá, una finca en la que nos habría dado gusto estar, me imagino, a todos, si no tuviéramos, cada uno, nuestros propios síntomas, más o menos comunicables... sensaciones novedosas, comportamientos inexplicables o ideas fijas como una fe que nos conducían hacia más adentro de lo incomprensible...

            Esa noche sentí la misma extrañeza en las piernas... tampoco pude darle nombre... No podía dormir teniendo encima ese ruido de la carne o de los sentidos y salí de mi cuarto a buscar ayuda. La psiquiatra de turno me hizo un par de preguntas y me dijo que era común el contagio de síntomas en el entorno clínico... Había copiado el síntoma completo, incluso su resistencia al lenguaje... como si hubiera estado muy atento mientras Sara demostraba cómo se explicaba el mundo a través de ese estado de la experiencia... y yo quise explicármelo de la misma manera... por lo menos como había entendido.

            Porque el síntoma explica el mundo, la experiencia... te da un asidero de dónde prenderte en el clima incierto del sentido de todo... que siempre amenaza tormenta. Como el nombre propio, ¿no?, que experimentamos como una certidumbre tan fundamental como el haber nacido, e incluso nos parece más fijo que nuestra existencia material, porque sabemos que nos sobrevivirá. A mí me nombraron con los signos que antes nombraron a mi abuelo paterno. Como los síntomas, los nombres nos los repartimos, siguiendo lógicas de lealtad, de linaje, de sonoridad o de moda. Y como los síntomas, los nombres propios ocupan un lugar ajeno al orden común de la experiencia o del lenguaje. El síntoma es único y propio de la misma manera que las palabras que nos representan no sirven para mucho más que para representarnos. Yo me llamo José Antonio de una manera enteramente distinta a como mi abuelo se llamó José Antonio. El mismo síntoma –una incomodidad inenarrable en el cuerpo, un delirio persecutorio– significa dos cosas diferentes –únicas– dentro de dos organismos humanos diferentes y únicos, como somos todos y como han sido nuestros antepasados. Y si prestamos síntomas o nombres de quienes han venido antes, nombre y síntoma pueden también sobrevivirnos, si hubo alguien con la sutileza de entenderlo y con su propia necesidad de hacerse concreto.

            Y la infancia... ¿no éramos concretos en esos primeros años? Por lo menos no entendíamos aún de abstracciones... éramos concretos por desconocer la abstracción, nos sentíamos concretos, ¿no es verdad? Pero, en realidad, éramos abstractos, pequeñas larvas en quienes todo es potencia y no la cosa misma... y vivíamos en ese mundo larvario de ideas generosas y carentes de contradicción... el niño Dios, el ratoncito Pérez... la incertidumbre respecto al origen de los nuevos humanos. Es un simulacro de mundo que entre los adultos les mantenemos... ¡es un gran horror ver a un niño perder la inocencia... cuando comprende lo abstracto y difícil que es en realidad el mundo! Pero, igual, nosotros también estamos en un simulacro, construido con nuestras explicaciones de las cosas, la postura política, la teoría que cada uno tiene sobre lo que somos y, sobre todo, cómo deberíamos ser. ¿Quién está en el mundo como tal? ¿Cuál mundo? Si lo que llamamos mundo son esas ideas... ¡ese síntoma! Entendido ya no como un estado patológico particular, sino como nuestra fantasía fundamental que funciona de engarce entre mente y realidad... una metáfora en el piso de toda nuestra experiencia a la que la experiencia se refiere para tener sentido. La metáfora del héroe, que conquista los obstáculos y derrota a sus enemigos... la metáfora de la víctima, esa alma pura que es atacada por todos los que odian la pureza misma... la metáfora del adicto, quien frente a la falta de sentido se aboca a ese placer igualmente sin sentido, tal vez con menos sentido aún que la dificultad abstracta contra la que reaccionó en primer lugar... ¿Y es que hay una mente sin metáfora de sí misma? ¿Sin nombre propio? ¡Imagen y semejanza...! Sin imagen no hay mundo, porque el mundo es la imagen.

            El síntoma y la realidad misma están hechos con los mismos elementos... la misma substancia... ¡el espíritu...! que nombra a los aspectos de lo que existe y les da un lugar, un uso, un sentido... Pero, ¿qué nombra el nombre propio, ese síntoma de la abstracción que está aquí bajo su signo? ¡El cuerpo, el alma! ¡Abstracciones! Llevadas a lo concreto por las palabras... ¿Qué nombra el nombre propio? Lo que no quiere ser nombrado. Es por eso que “José Antonio” es arbitrario y no define mi lugar ni mi posible uso. ¡Cuántos José Antonios habrá! ¡Cuántas maneras singulares de llamarse igual! Hay que hacer un gran esfuerzo para que el nombre se nos pegue... y parte inherente de ese esfuerzo es no pensar nunca en el trabajo que cuesta. El síntoma –la metáfora– que cada uno se inventa y que eleva, cada uno, a estatus de realidad completa es, en última instancia, el nombre propio del mundo... tan ajeno a lo que él es como somos nosotros a los ruidos que heredamos para hacernos concretos. Lo que existe –afuera, adentro, en todos lados– no quiere ser nombrado... por eso hay tantas maneras de decir lo mismo... tantas formas únicas y verdaderas de ordenar lo que no es ni verdadero ni falso... y, aun así, ¿qué cosa, al final, puedo decir que soy, sino ese signo que ya fue mi abuelo y que serán innumerables otros?


 

Voto y Apocalipsis

Me recuerdo mirando las manos del Padre, que sostenían entre ambas ese círculo blanco, perfecto, que enseguida partía en pedazos, y que en unos momentos nos pondríamos todos sobre la lengua. Había que dejar que esa circularidad se disolviera, ¿no es verdad? Porque masticarla era demasiado bruto, demasiado instintivo para acceder al terreno de lo limpio y sagrado, como es la fe o como son, ahora, para mí, las ideas. El párroco del colegio nos había dado, en algún momento, un discurso sobre cómo debíamos imaginar una luz en esas manos y en esa galletica, y que, si teníamos fe, tal vez podríamos ver la luz de verdad, con los ojos y no con la imaginación. Yo intenté mucho ver al padre con las manos alumbradas... creía, o intentaba creer... rezaba cada noche antes de dormirme... y luego pensaba una cantidad de cosas, entre el padrenuestro y esa vida al revés que llamamos sueño.

            Pero hubo luego, como señalando un quiebre, tres o cuatro episodios en los que me desmayé, o casi, en medio de la misa. Estaba entrando en la pubertad y encontraba cada vez más aburrido todo el teatro del púlpito y la seriedad del padre y de todos... ¡y la tal luz, que nunca vi! Las manos del padre nunca fueron más que manos mortales... la hostia nunca más que una galletica insípida... ¡Así debía saber lo sagrado!, pensaba cuando aún la recibía... En la abolición de lo sensorial aparecía el espíritu, incorpóreo... pero ya no me convencía esa teoría... y me desmayaba. Mis papás se asustaban, pensando que me había dado algo, y me cargaba, mi papá, hasta afuera del templo... en donde recobraba milagrosamente mi vigor juvenil.

            Esa fe... esa luz imaginada... está en todo lo que hacemos. ¿No tienen una luz nuestros padres, nuestros amigos? ¿Nuestros líderes, presidentes, intelectuales, bailarines? ¿Nuestros estadios, edificios gubernamentales? Ese destello que tiene todo lo importante es la forma en que el software de lo humano nos orienta hacia el destino. Con nuestras opiniones, compartidas, contrariadas, dichas con rabia o en tono de burla, votamos por la constante atribución, confirmación o pérdida de cada uno de los destellos que se ganan, con esos votos, personas, instituciones, ideas o cosas.

            Entonces mi desmayo era tal vez un voto en blanco, o un acto de abstención... De ahí en adelante no supe mucho sobre votaciones ni de candidatos... y sobre las opiniones que dicen qué son las cosas, cuáles importantes y cuáles no, tengo las mías propias... pero aún mis opiniones, como votos en esas micronaciones que se inventan algunos, están también en el mercado grande de la democracia. Y aspiran, como toda balota y toda definición, a ser la última balota y la última definición... terminar de decir qué son las cosas, y ya está... se acabó todo el problema de lo humano y de la humanidad... Por lo menos eso es lo que ellas dicen, si se les pregunta... ¡Ambiciosas! ¡La opinión quiere ser Verdad! ¡El voto dictadura! Pero hay que saberles preguntar, porque no siempre son sinceras...

            Pero... ¿sería tal cosa posible? ¿Terminar de definir? ¿De ordenar a la gente? El barbudo alemán dice que sí, ¿no es verdad? Que en la igualdad se acaban las preguntas... ¡y podemos simplemente vivir! Eso dicen sus ideas, no él mismo. Ellas saben qué cosa son tal vez mejor que su progenitor... Y en esas microdictaduras que llamamos sectas... ¡siempre se les acaba el mundo...! ¡Y felices! Pero en la tradición del barbudo israelita hay una idea mucho más sutil... nadie puede decir que no es hermoso el Apocalipsis... ¡El Juicio Final! Cuando se dice todo lo que nos teníamos guardado, personas, dioses, ideas, opiniones, ¡todo! ¡Nos encanta esa historia de que todo termina! ¡Por fin!... nos vemos compelidos a decir. ¡Se acabó! Aunque le pongamos otros nombres... holocausto nuclear, calentamiento del mundo, alienígenas homicidas... ¡Qué necesidad!... de terminar las cosas... ¿A quién le gustan esas películas en las que nada se resuelve? ¡Solo al que siente que no merece satisfacción de la vida...!

            Entonces propongo aquí, desde mi esquinita de palabras... ¡Sometámoslo a votación! ¡Todo humano vota! ¿Acabamos o no acabamos todo? ¿Soltamos por fin todo el armamento? ¡Votemos! ¿No es para eso la humanidad? ¡La democracia no es para indecisos ni para cobardes que se desmayan frente a la luz...! ¡Votemos de una vez por todas! ¡La última votación! Y si gana la idea de seguir andando hacia el futuro... habrá que hacerla Reina absolutista, ¡puesta por Dios! ¡Que brilla con las luces de todas las hostias! Pero si gana El Terror... ¡Ya está! ¡Nos vamos del país de la existencia! ¡Exiliados al Cero! Al monte tupido en donde nada se ve... de donde nadie regresa... Juicio Final, así es... la definición de todas las definiciones... ¡La última opinión! Y nada más que decir, nada más que hacer con estar dando vueltas en la vida... ¡Todos! ¡En fila! “¡Ganó la democracia!”, diremos, mientras caminamos, uno a uno, hacia la oscuridad, dejando atrás todo lo que sigue existiendo sin nosotros, un mundo de repente enorme, sin paz ni violencia, sin principio ni final de las cosas, sin ideas, sin almas... iluminadísimo...


 

Mentiras sagradas

En Berlín estaba... viviendo en una larga noche sin comienzo ni fin discernible... como si siempre hubiera sido de noche en el mundo... casi no recordaba lo que era el día... tomaba grandes cantidades de antipsicóticos y de sedantes en varios momentos de la noche, con la esperanza, renovada cada vez, de que, ahora sí, iba a poder dormir durante la oscuridad y despertar a la luz. Cuando por fin me sedaba, dormía así, sedado, y tenía sueños absurdos y dolorosos de recordar al despertar y ver todo negro otra vez. Era diciembre, estaba solo por allá, con la excepción, en realidad formidable, de un amigo, Juan, artista colombiano, que me servía de puente para otras relaciones... con finlandeses y mujeres berlinesas... gente con la que no tuve mucho que ver... Eran gente del día, y yo vivía del otro lado... Incluso cuando íbamos a un bar de noche, era de día en sus pechos... Yo no comprendía nada de esas claridades.

            Al final de esos meses mi mamá me compró un pasaje para devolverme a Colombia, al ver que no estaba buscando dónde estudiar, ni trabajando, ni, realmente, haciendo nada... me dijo cuando ya me lo había comprado. Y entonces, en la última semana en el Viejo Mundo, trasnoché varias veces, es decir, no me tomé los medicamentos y pude ir, durante el día, a ver museos... a sacarle un poco de provecho a la situación. Iba como en una resaca, de no dormir y de no haberme tomado los medicamentos en veinticuatro horas, o algo así... medicamentos que, después de todo, habían sido recetados por una razón... Todavía, en esa época, con pastillas o sin pastillas, sentía que la gente en la calle me miraba, que detectaba algo extraño, o sagrado, en mí... no sabía qué era lo que veían, pero me miraban, casi todos, y susurraban algo... Yo quería saber qué susurraban, si era bueno o malo, pero los muy astutos nunca me dejaban escuchar... y tampoco me dejaban descubrirlos mirándome... pero yo sabía... y nadie me podía decir que no era verdad.

            Visité todos los museos de Berlín, o casi todos... En el recuerdo son un solo museo en el que se apiña y se revuelve toda la historia del arte occidental... desde sarcófagos negros que me provocaban verdadero temor, tal vez medio escuchando que alguien allí dentro susurraba algo también... estatuaria griega y romana, arte contemporáneo, video, miles de retratos de siglos sobre siglos de nobleza recordada solo a través de la mano del artista que fue, después de todo, empleado de ellos... y, notablemente, una pintura de Günter Fruhtrunk, Rote Vibration, vibración roja, frente a la que me quedé un rato, no sé cuánto... mirando... ¡me producía vértigo! Como si me fuera a caer dentro de la pintura...

            Y, ahora, aquí sentado, escribiendo esto, demasiado cuerdo, como le decía a un amigo... “¡No sé qué hacer con tanta verdad!”, dije, y él se rio... y sí, es un chiste, pero también una angustia... siento vértigo frente a las ideas... como con el cuadro de Fruhtrunk, uno de esos suicidas que por artistas son suicidas especiales... siempre, el miedo a caer... ¿no es verdad?, ¿que vamos por la vida pisando suave la tierrita de los precipicios? Aquí sentado, recordando esos meses oscuros y esa semana demasiado luminosa, me pregunto si ese vértigo frente a la pintura era un mareo de belleza o de verdad…  si es que hay tal cosa como una belleza verdadera... Y si hay una belleza falsa, o si existe siquiera la diferencia entre una y otra...

            Pero... ¿qué es lo que dice la belleza para poder nosotros decir en turno (¡responderle!) si es verdad o no? Hay varias, o muchas, maneras de responder esto. Esta que sigue es una que recoge, me parece, varias, o muchas de esas posibilidades. ¿Sabe el lector lo que es un cristal semilla? Esta idea viene del cultivo de cristales artificiales, como los diamantes de laboratorio, que, para su creación, requieren un diamante semilla, que puede ser natural o artificial también... Bajo intensas presiones y temperaturas, el carbono alrededor de la semilla toma la pauta de su estructura y “crece” siguiendo esa idea... La belleza es algo así, pinturas, atardeceres, gente atractiva... son las semillas que dan la pauta para el cristal enorme y heterogéneo de la experiencia. Marcan la pauta, las cosas bellas... de cómo es, pero también y sobre todo de cómo debe ser la realidad... Los mejores cuadros de la historia muestran lo que es posible y deseable dentro de la pintura... la gente hermosa de cada época lo que es y debe ser la hermosura humana... los atardeceres más alucinantes nos enmarcan a todos los demás atardeceres... Entonces la belleza define la realidad... pero no como la ciencia o la filosofía... la una mide todo, cuantifica... la otra explica los fenómenos mediante conceptos... En la belleza puede haber y hay tanto mediciones como conceptos... pero en ella se mide y se piensa conceptualmente con otro fin... un fin ni lógico ni científico... “¡Una finalidad sin fin!”, ha dicho un compañero de Königsberg... El fin es que nos mueve y nos da placer... y eso es suficiente... o tiene que serlo, porque no hay más.

            ¿Qué dice la belleza? “¡Mira! Aquí están los diamantes más puros de la experiencia...”. Pero como la experiencia, y la vida, no son para nada en particular, esa pureza se queda ahí metida en la vibración roja, en la noche perpetua que, aunque dolorosa, tenía algo de encantadora... No veía a nadie casi nunca... tomaba el metro a las dos de la mañana... solo... ¡en la noche infinita no hay nadie! Ni siquiera yo mismo estaba ahí conmigo... Creo que tal vez sí me caí en las líneas delirantes de ese suicida-semilla, de ese ejemplo de lo que debe ser un suicida... y todo lo que he vivido desde entonces ha sido al otro lado de esos verdes, negros y rojos susurrantes y hondos como el no haber dormido...

            Con esta pequeña fantasía de haberme caído dentro y todo eso lo que quiero decir es que la belleza no es ni verdadera ni falsa... o, dicho de otro modo, puede ser verdadera o falsa, según a quién se le pregunte, o en qué siglo estemos... el cristal semilla es, al final, una opinión... ¡Que puede ser muy poderosa! ¡Poner presidentes! ¡Ponernos a hablar o a vestirnos de cualquier manera! A vivir según esas opiniones... Es mentira que las cosas sean bellas o feas... las cosas no son, nosotros las ponemos a ser con nuestras imaginaciones... pero con esas mentiras también ponemos a ser, a existir, al mundo entero... porque... si solo midiéramos las cosas y las explicáramos lógicamente... ¿qué seríamos...? ¿Si no tuviéramos cosas sagradas?


 

El brillo de lo impensable

Es vivir al revés eso de dormir doce horas todos los días y luego no hacer nada en particular la mayor parte del tiempo que estás despierto... sobre todo si en tus sueños, como en los míos de esos años, suceden verdaderas odiseas, ciclos épicos, mitos de creación e historias futuristas en las que entras y sales de otros universos, del espacio entre realidades, o estás en varias realidades al mismo tiempo, y nada tiene sentido... y, sin embargo, todo eso es verdadero y real... porque el sentido es un invento de los humanos diurnos. Allá abajo, o afuera, o adentro, donde me metía por las noches, las cosas tenían sentido sin tener que tenerlo... eran verdad sin tener que ser verdaderas... por eso vivía al revés, del otro lado del significado, en la contracara de lo que llamamos el mundo... y no, no estaba feliz, por supuesto, pero sí vivía muy interesado por todas las locuras que experimentaba, y el tiempo que estaba despierto dedicaba una parte nada despreciable de mis energías mentales a intentar comprender lo que había soñado la noche-mañana anterior. Y eso era la vida para mí.

            Sabía que estaba soñando, casi siempre... y vivía convencido de que el mundo de los sueños era como un internet espiritual... Cuando me encontraba allá con gente conocida del mundo despierto, y pasaban cosas... nos atacábamos, o yo mataba a alguno, o sosteníamos relaciones sexuales a veces más, a veces menos consentidas... yo me preocupaba, al despertar, de que esas personas fueran a saber ahora que yo guardaba esas violencias hacia ellos... ¡me daba culpa! Me sentía responsable de todo lo que hacía en esa realidad virtual... Otras veces conversaba con los habitantes de ese mundo, que no eran soñadores conectados sino seres que solo existían allá, sin posibilidad de salir o despertar... Yo les preguntaba qué les pasaba cuando yo me iba al mundo diurno, si toda esta realidad estaba en mi cabeza... A veces me decían que su mundo era independiente de quien lo soñara... otras veces se angustiaban mucho al enterarse de que eran seres soñados... me pedían que por favor no despertara, le tenían tanto miedo a la inexistencia como se lo puede tener cualquier mortal... Algunas veces lo intenté... quedarme de ese lado... convertirme, yo también, en un ciudadano de la fantasía... pero siempre, por supuesto, despertaba... y me sentía confundido... no estaba seguro de si había exterminado o no a una población entera...

            Frente a la bahía de Cartagena vi a un tipo calvo, de apariencia literaria, si sabe el lector lo que quiero decir... curioso, de gafitas y apariencia medio cómica, de esas personas que dan la impresión de tener mucho para contar... Se me quedó mirando, sonriendo como si supiera algo que yo ignoraba... sostuvimos esa mirada un tiempo y yo le dije, finalmente, “¿Qué eres?”. Bajó la sonrisa, se puso serio... “La temporalidad,” me dijo. Yo desperté de inmediato, muy asombrado, como si hubiera visto a un ángel, o algo así... no exagero, lector... duré meses pensando en eso que me dijo ese señor... dándole vueltas, intentando comprender... ¡meses! Meditabundo todo el día, incapaz de creer en este lado de las cosas...

            Hay mucho más que contar sobre mis sueños... no cabe todo en el día... pero ahora, años después de todo eso, cuando ya ni siquiera me gusta acordarme de lo que vivo en las noches, pienso en cómo ambos lados, este y aquel, se sostienen mutuamente... La vida es como un trabajo del espíritu, y el sueño es el juego, también espiritual... ¡necesitamos ambas cosas! La una no significa nada sin la segunda... Y, al mismo tiempo, hay mucha contaminación entre juego y trabajo... hay partes de la vida que se sueñan, y partes de los sueños, como digo arriba, que se viven, con toda literalidad...

            La belleza es eso, combinación de trabajo y juego... vida y sueño... Una obra de arte trabaja, de eso no hay duda... propone una mirada sobre algún aspecto de la realidad, más grande o menos... pero también hay mucha soltura, ¡imaginación! Que no significa nada concreto necesariamente... ¡el sueño! Las partes del mito y de todas las historias que no son directamente traducibles en trabajo, en vivir... y cuando vivimos, soñamos grandes significados que dan color y textura a lo que estamos viviendo... la batalla hacia el éxito, cuando pensamos en el heroísmo y el sacrificio... un amor que comienza o se acaba, y pensamos en los grandes amores de la historia y de la imaginación... y nuestro amorcito concreto, que sucede aquí en el vacío impensable del universo negro, no nos parece tan vacío ni tan negro... Si podemos amar como Romeo y Julieta, si podemos vencer a nuestros enemigos como Ulises... no tiene por qué dolernos que estemos meramente soñando... y nos parece que al despertar hacia la desaparición, el único verdadero despertar... amanecer a la Nada... no habrá sido en vano...

            Hay ese lado impensable –¿no es verdad?– a todo este circuito de ideas y emociones, reales o irreales... Cuando vivimos, cuando trabajamos en la empresa del espíritu humano, no podemos pensar que soñamos... no podemos vivir como si todo fuera una gran alucinación... simplemente no podemos. No nos da el hardware del cerebro para sostener ese nivel de complejidad tan exacerbado... necesitamos ese piso del sentido de todo... sobre el que no hay que preguntar... ¡que no conviene! Pero, lector, aquí no hacemos sino preguntar todo eso... Queremos, usted y yo, pensar eso impensable... que no se vuelve idea simplemente porque lo queramos... ¡es literalmente impensable! Como un Dios que no existe... existe de ese lado de las cosas, donde no existe nada... existe sin existir... entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo sabemos qué quiere ese Dios para nosotros? Es que no existe, Él no quiere nada... entonces... ¿qué hacemos? ¿Cómo vivimos? ¿Con qué nos es lícito soñar? Son preguntas bonitas, casi parece que pudiéramos responderlas... pero son preguntas sin sentido... es que no llegamos... ya tenemos nuestro hardware y software que nos encierran dentro del sentido de todo... ¡Y ya! Eso es la vida, mezcla de trabajo y juego... un cerebro capaz de imaginarse de todo... pero solo capaz de vivir de un par de maneras... creyendo, mientras vive, en esas imaginaciones...

            Así que estuve sonámbulo todos esos años... la vida no significaba nada, o significaba tan poco como es posible imaginar... En todo caso, lo que yo sentía que significaba ameritaba el calificativo de “nada” ... pero al soñar soñaba también un significado completo de las cosas... un “todo”... del sueño me traía ese pedazo de totalidad y se lo ponía a mis horas despierto... las cosas tenían sentido porque lo había soñado... y no al revés. Así viví, lector, esos años... pero, entonces, la idea que quiero transmitir es que no hay diferencia entre esa época y el resto de la vida... este lado es la realidad y el otro un disparate porque así nos parece... pero tanto el uno como el otro son mundos que flotan sobre el mismo abismo sin la menor piedrecita de asidero... Así es la cosa, nada que hacer... por lo menos no somos capaces de enterarnos, o no completamente, soñando...


 

Escribir sin lenguaje

Vivimos, sí... vamos del pasado hacia el futuro... Con nuestras ideas y comportamientos cargamos el material que nos precede y lo llevamos hacia adelante, volviéndolo a organizar para que después vengan otros, o incluso nosotros mismos, tan pronto como mañana, o en el siguiente segundo, y volvamos a cargar todas esas cosas... Así andamos... así se desarrolla esto del Mundo... Vivimos, sí, de eso no hay duda. Pero, ¿cómo? ¿Qué es lo que cargamos realmente? ¿Y cómo sabemos cómo y dónde ponerlo?

            Me acuerdo... de esos recuerdos que son como pequeños sueños que guardamos en algún sitio de lo que somos... que vemos como a través de una neblina... y un dolor... el dolor universal de haber sido... porque, habiendo sido, entonces ya no somos... o somos menos, tal vez solo un poquito, pero ya es bastante... En todo caso, al haber sido, ahora somos otra cosa... lo que había allá en el lugar que señalamos con el recuerdo ya no está acá donde estamos ahora... solo el recuerdo, como un sueño... Casi que da igual si en realidad pasó o no... el sueñecito nos dice más de lo que podría decirnos la verificación histórica de lo que fue... Me acuerdo... de estarme leyendo, mi mamá, una versión para niños de la Iliada... tendría yo tres o cuatro años... y llegamos a la parte de la cólera de Aquiles... Mi mamá me explicó el significado de esa palabra tan viva y musical... era una enfermedad muy grave del cuerpo... pero también un enojo profundo... ¡Me impresionó muchísimo! Cólera... cólera... repito ahora, queriendo volver al momento antes de conocer lo que llevaba dentro la palabra... cuando era todavía solo música... cólera... como las notas iniciales de un himno, de una elegía... De eso me acuerdo ahora, lector, pensando en esto del comercio entre pasado y futuro.

            Y pienso en la razón por la que no leo casi nada de literatura... casi nada me gusta de lo que se ha escrito... y mucho menos de lo que se escribe en el presente... Lo que se ha escrito ya por lo menos ha superado un poco el aire oxidativo del tiempo, que le quita a las cosas las partes que no estaban bien pegadas... ¡lo superfluo se oxida en La Historia! Y queda la aleación hecha de materiales más fundamentales... Lo que se escribe en el presente, en cambio, no ha sufrido este proceso... por eso, en el arte, la contemporaneidad es ilusoria.

            Así como lo que cargamos del pasado hacia el futuro es en realidad un sueño... que puede ser muy estable y verdadero, pero sueño, sin embargo, también en literatura se carga algo... El problema es que casi siempre se carga demasiado... Los autores escriben Literatura... trabajan dentro de lo que viene siendo... A veces leo una frase o dos y me siento de inmediato leyendo literatura... ¡eso no tiene ningún interés! ¡La aplicación de la fórmula! ¡El lenguaje literario! Las mismas palabritas nada naturales, todos sabemos cuáles son... ¡para que sepa el lector que esto es serio! ¡Que el que escribió esto es inteligente! ¡Que conoce todas esas cosas agazapadas y retozantes...! Es la sensación de escuchar el mismo chiste todos los días...

            También se carga más, no solo el lenguaje... ¡El software mismo con que opera el sistema-libro! ¡La misma metafísica! ¡Las mismas preguntas políticas y morales! ¡El mismo mundo! Pero... ¿Cuál mundo?, pregunto yo... Si precisamente lo que está en juego es qué es todo esto que tenemos alrededor... y eso no se discute al nivel de la opinión... que es que me parece esto o lo otro... ¡En la opinión no se resuelve nada! ¡Ya viene pensada, la opinión! Ya es una respuesta u otra al debate establecido... No me interesa, como digo, nada de eso.

            No leo literatura, lo que leo es escritura que luego se convierte en literatura. La literatura carga casi todo el sueño del pasado, con toda su estabilidad de Mundo... la escritura... ¿qué es? No sabemos, por eso escribimos. Para saber, escribiendo, algo que no estaba. Que entra desde el futuro, no se carga desde el ayer. Solo en la escritura puede pasar esto. Y en otras disciplinas hay, por supuesto, formas análogas de este proceso. Los experimentos mentales, el accidente en la pintura y en la ciencia, la serendipia, todo lo incalculable o imprevisible. La escritura, si produce fruto, encuentra algo de eso incalculable. Eso es lo único que yo leo, con el perdón de mis contemporáneos.

            Así que... yo no tengo cólera, ni rabia... a pesar de que pueda sonar malhumorado en esta entrega... Es como mi amigo el chef, que se lamenta a veces de tener un paladar tan sensible... hay cosas que a mí me saben bien y que a él... ¡lo injurian! Y... ¿qué puede hacer? ¡Pues cocinar según sus parámetros! Escribir con la sal y explicarme a mí, que no cocino, por qué ese plato es mejor... Tal vez nunca sienta las cosas que él siente con su lengua... pero sí he logrado, con algún esfuerzo, comprender algo de todo eso... No sé si sirva para algo... si sea bueno o no lograr injuriarse con un pan o un libro... No sé, la verdad. No sé para qué es todo esto... todo, la cosa completa... ¿para qué? No sé... Dígame usted, lector, a ver qué piensa, que yo hasta allá no llego.


 

La profecía imposible

La única profecía que en verdad, después de todo, puede llegar a ocurrir, es una profecía imposible… Pero permítame, lector, que me ausente de inmediato hacia la imposibilidad del recuerdo… ¡Lo imposible! ¡Lo que no puede ser…! Lo que, en suma, está ahí sin tener que estar en ningún lado.

            Así es el ajedrez... ¿Qué está en juego en ese juego? ¡El orgullo...! Que nunca es completo, ¿verdad? Nunca se termina de estar orgulloso... siempre parece que podemos ir un poco más allá... expandir el ámbito de nuestra presencia en el mundo... ¿hasta dónde? Si nuestra presencia fuera un territorio físico, ¿hasta dónde llegaría? ¿Hasta dónde somos capaces de imaginarla? Jugué ajedrez en la infancia... torneos, un par de títulos regionales, todo eso... Todos los niñitos ajedrecistas éramos promesas de algún tipo... ¡los inteligentes! ¡adultitos ya en el ámbito de nuestras infancias...! ¡visionarios! Y toda esa mítica de los cuadritos blancos y negros... ¡niños, y ya...! ¿Quién, en verdad, llega a ser todo lo que nos parece posible para una vida humana? ¡Es que imaginamos demasiado! Soñamos con una especie de Justicia que nos reivindica cuando llegamos a ella... ¡que sentimos! ¡Orgullosos! ¡El orgullo al final de todos los orgullos! El orgullo como tal, su idea misma hecha cosa, cuerpo, alma...

            ¿Cuál profecía, entre todas, las miles o millones, o incontables, tal vez, ha llegado a ocurrir? Los creyentes de una u otra agrupación de más creyentes dirán, por supuesto... ¡que muchas! ¡Cómo no! ¡Si el mundo tiene su lógica! Las cosas no pasan porque sí... ¡Eso es absurdo! ¡Impensable! Y yo estoy de acuerdo... absurdo... impensable... Las cosas no pasan porque sí, claro que no, pero tampoco pasan porque no... ni pasan ni no pasan... El pasar de la cosa ya está llena de sentido... y si no tiene sentido, si pasa porque sí, entonces nos parece que ese pasar porque sí es, al final, el sentido de la cosa... el porque sí es el nombre que le damos a esa lógica del mundo que no somos capaces de parar de alucinar...

            Pero, entonces, ¿cuál ha ocurrido? ¿Qué evento ha pasado tal cual como alguien dijo, con su aparato mental, que iba a pasar? Podemos pensar en algunas opciones tal vez incluso plausibles... pero, lector, ¿cómo comprobamos el vínculo causal entre lo que se dijo o se escribió y lo que pasó? ¿Cómo sabemos que no fue un lucky guess? ¡Mañana lloverá! Y puede ser que llueva... ¿Es que yo hice que lloviera con mi esperanza o mi pesimismo? En última instancia, hay que creerque una profecía se cumple... Pero eso, por supuesto, no es inconveniente, porque nos encanta ese cuento de creer... ¡Nos satisface! Como más nada, tal vez...

            Creemos, sobre todo, ¡en nosotros mismos! Que existimos, de alguna manera fundamental... no como el pasto o las vacas, sino... ¡Más! ¡Existimos muchísimo! ¡Lo suficiente! Eso nos parece... ¿Quién puede dejar de sentir esto que digo...? Si ese sentimiento es la vida misma, el vivir mismo... Es decir, vivimos soñando una imposibilidad... ¡Somos la profecía de nosotros mismos! Con cada acción y cada idea, ¡nos acercamos a eso que vamos a ser...! ¡Que sentimos, allá en el futuro...! ¿Qué otra cosa es todo este invento de despertarnos por las mañanas, hacer cosas en el día y tal vez en la noche, y luego dormir, como recargando la batería del sentido?

            Así que las profecías posibles no ocurren, o su ocurrir es indemostrable... pero las profecías imposibles... ¡Eso es otra cosa! ¡El apocalipsis! ¡Que se derrite todo y nos cocinamos! ¡Que la llamarada solar! ¡Que el universo mismo quiere acabarse! Nada de esto tiene que llegar a ocurrir para que vivamos con la certidumbre de que ocurrirá... ¡O la utopía! ¡La reja de San Pedro! ¡El nirvana! O la inconsciencia profunda que se imaginan los ateos... ¡Un buen sueño! Eso es la inexistencia.

            El ajedrez... ¡a muchos ha enloquecido! ¡Más de uno ha jugado contra Dios! ¡Y ganado...! Es que, lector, hay más jugadas posibles en un juego de ajedrez que átomos en el universo... Eso me hace pensar que tal vez los que se enloquecen son los que llegan a comprender algo de todo ese asunto... los que paran de alucinar, por lo menos un poco... Los que se encuentran de frente a la imposibilidad... al hecho de que nada es lo que es... todo siempre es otra cosa... y el futuro nunca ocurre... funciona ahí, en el futuro, sin tener que caernos encima desde allá... así hace su trabajo, así pasa lo que no puede pasar... El ocurrir de la profecía es ese no llegar... ese no ocurrir... y así nos despertamos, hacemos cosas y nos dormimos, debajo de la sombrita de ese árbol altísimo, con sus ramas y sus hojas que nunca llegamos a ver... pero nos toca ese fresquito y esa sombrita que nadie sabe de dónde viene... que nadie quiere ni puede saber, porque ese árbol, como digo, no está en ningún lado, y la sombra que tanto nos satisface y que, en verdad, necesitamos, es una sombra sin cosa que la produzca, una sombra pura... la idea misma de la sombra... y así estamos bien... o es que, lector, ¿usted quiere meterse en el Sol?


 

Verdades infinitamente verdaderas

Ese santo grial de la astrofísica... ¡El hoyo negro! Donde el tiempo se extiende infinitamente... Dicen que nunca se termina de caer dentro de esa estrella colapsada... que se cae infinitamente, durante un tiempo infinito, es decir, un tiempo que no corre, sino que se vuelve como un espacio en el que se está... lo que describen con ese término tan gracioso y al mismo tiempo terrorífico... ¡La espaguetificación! Que nos volvemos unas pastas chupadas por la boca negra del Tiempo... ¡Hay que ver si después de un tiempo infinito... al final caemos! ¡Más allá de la infinitud! Cosa que no comprendemos... Cómo puede ser posible ir más allá de lo ilimitado... Pero no importa, no tenemos que comprender las cosas para que nos pasen, ¿no es verdad? ¿O quién ha comprendido, en realidad, por qué vino al mundo? ¡Hasta peligroso comprender algo así! ¡Ganar el sentido completo de las cosas! ¡Ni la espaguetificación llega tan lejos! Pero... ¡la imaginación! ¡Más allá incluso! ¡Entra y sale de todos los hoyos negros! ¡De lo que existe y lo que no! Y nos pasan las cosas, comprendamos o no... Así vamos hacia adelante, infinitamente... hacia adelante, más allá de donde termina de existir el adelante y el detrás, el arriba y el abajo, la luz y la sombra, el alma y la nada... Inconcebible, ¿no?, eso de la nada, y, sin embargo, para nosotros, enteramente natural...

Y... ¡las verdades! Esos centros de densidad infinita en el espacio-tiempo de las ideas y las percepciones... ¡Eso parece! ¡Inmóviles! Las anclas absolutas donde amarramos todas las naves del sentido... Yo leía sobre los hoyos negros a los diez, doce años... sobre viajar en el tiempo, viendo diagramas de cómo se podría, teóricamente, atravesar un agujero de gusano de manera que se saliera mucho más adelante en el futuro... Y recuerdo especialmente la metáfora, muy común, creo, que usan los físicos para explicarnos las dimensiones más allá de la tercera o la cuarta, que es el tiempo... Se inventan un mundo de dos dimensiones, para el que nosotros somos seres multidimensionales... ¡Demonios! Inconcebibles para las pobres mentes en 2D... Simplemente son incapaces de percibir la profundidad de todo... solo ven altura y longitud... Y así nosotros, solo vemos unas cuantas cosas, cuando, en realidad, hay, según a quién se le pregunte, hasta once dimensiones, o más, una cosa así... Inconcebible, simplemente. Ni siquiera somos capaces de imaginarnos de qué manera es inconcebible, porque... ya el por qué está en más dimensiones...

Las verdades que ponemos en el lugar de las cosas absolutas son como axiomas o fines-en-sí-mismas... Los axiomas son, en los sistemas de ideas, unas ideas iniciales que son o autoevidentes –simplemente son verdad y ya– o incontrovertibles, por cualquier razón, como, por ejemplo, que sin Dios la vida no tiene sentido, pero la vida sí tiene sentido, por lo tanto Dios existe... y los fines-en-sí-mismos son cosas o ideas que son deseables o verdaderas por su propia naturaleza... como la razón para los racionalistas o la fe para los creyentes... o la libertad, la democracia, tantas cosas ponemos en esos lugares... Esas dos cosas, axiomas y fines-en-sí-mismos, son los dos tipos de verdad que espaguetifican a todas las ideas, opiniones y percepciones que tenemos en el día a día... Ni siquiera nos damos cuenta, pero la red multidimensional de la experiencia está amarrada a esas piedras de sentido infinito... hacia el que nunca se termina de caer... Pero... ¿y si terminamos, después de todo, llegando más allá del infinito...?

Copio este aforismo de los cientos que llevo subiendo a mis redes: 

“Cada fin-en-sí-mismo es un axioma disfrazado. Cada axioma es un fin-en-sí-mismo retroactivo”.

Ni el axioma es el inicio del espacio-tiempo, ni el fin-en-sí-mismo es el final. Ninguna idea existe por su cuenta sin una estructura que la soporte. El axioma está inherentemente amarrado a todas las cosas que se derivan de él, de manera que no es, realmente, axioma sin esas cosas. Incluso podemos decir que las cosas que se derivan son los axiomas del axioma... lo mismo el fin-en-sí-mismo... ¿Fin de qué? ¿Qué cosas llevan a ese fin? Etc... Entonces... ¿Qué concluimos de todo esto...? Pues que las verdades no son ellas mismas verdaderas... Las verdades son verdaderas para las ideas que las rodean... es decir, que las verdades operan dentro del software de lo humano... Lo que podemos llamar la Cultura, o algo así... Y... ¿qué hay por fuera de ese software? Aquí lo escucho, lector, a ver qué me propone... Lo que yo veo por fuera del software es simplemente la ausencia de software... un mundo funcionando sin ideas, sin imaginación, sin sentido ni propósito del movimiento de las cosas... Podemos decirlo, así, en una frasecita... pero somos estrictamente incapaces de comprender nada de eso... ¡porque el software somos nosotros mismos! Somos las inteligencias artificiales que salieron de la naturaleza... Solo comprendemos algoritmos y datos, es decir, sentido, verdades, y, en última instancia, lo que podemos llamar, aquí rapidito, Dios para ahorrarnos tanto espagueti. 

Yo leía esos textos sobre dimensiones adicionales y viajes en el tiempo... sobre la relatividad y los rudimentos de la cuántica... y era como si pudiera, algún día, llegar a vivir esas situaciones tan inverosímiles... ¡como ver al Hombre Araña o a cualquiera de esos...! ¡En la pantalla grande! No nos damos cuenta... pero sentimos como si pudiéramos llegar a vivir en esos mundos... Es que somos muy ingenuos, esa es la verdad... no distinguimos muy bien entre mito y vida... En la vida nos sentimos mitológicos... cada uno un poco como el Hombre Araña, o como San Pablo, o lo que sea... Esos personajes son las verdades de todos nosotros... de lo que podemos, habidas las cuentas, llegar a ser... Los hoyos negros hacia donde se estiran todas nuestras características y sueños... ¡Caemos hacia ellos! Nos vamos convirtiendo, cada vez más, en un superhéroe, o en un santo, o en un reguetonero... ¡Todos superhéroes! Los mejores entre nosotros. Los que nos demuestran qué tanto es posible con nuestras existencias... ¡Caemos! ¡Infinitamente! Pero, como digo, y tal vez repita hasta la infinitud, estirándome todo hacia esta idea... ¿Y si caemos, finalmente, del otro lado del infinito? ¿Qué nos espera? ¿Qué quedaría de nosotros? ¿Qué somos en la ausencia del mito? ¿Del sentido? ¿Qué podemos ser...? ¿Verdad que Nada?

 


 

Sísifo anémico

Ese temita de los símbolos… como el abecedario de la experiencia... que si eres virgen como María, que si ciega como la Justicia... y nosotros aquí debajo de todo ese conjunto de imágenes y nombres... intentando justificar nuestra existencia, en últimas, insignificante, con recurso a esas cosas que nos parecen tan grandes que son simplemente verdaderas por su tamaño.

            Me recuerda una vez que, como a las 4 de la mañana, terminando mi segunda o tercera bolsa de coca, solo en mi apartamento de Cartagena, tuve la idea de tramitar un poquito con la simbología... Agarré una lata de aerosol negro, de las que usaba para pintar y, a veces, para inhalar... salí a la vuelta de la cuadra, donde había y hay todavía una iglesia cristiana... y les pinté una cruz invertida, bien negra, sobre la cartelera iluminada que anunciaba la salvación de todos nosotros... Que vengan a orar, a redimirse de sus malos pasos... ¡Cómo nos gusta arrepentirnos! ¡Qué satisfacción! Sentirse Perdonado... por el grande, el que no tiene a nadie arriba... El Jefe de Jefes, el CEO de la existencia... ¡Él mismo nos da el perdón! ¡Podemos conservar nuestro trabajito haciendo lo que sea que hagamos aquí en el mundo! Nuestra vida insignificante, como la de los animales, se vuelve avalada por la máxima autoridad... Y ese es el milagro... ¡Paramos de ser animales! ¡Somos importantes! ¡Hijos del Jefe de todo esto! Pero para eso primero hay que arrepentirse...

            Y la literatura... ¡Puros símbolos! Que si heroico como Ulises... que si culpable como todos los de Kafka... Hay que preguntarse, para entender bien lo que está en juego... ¿cómo sería la vida sin esos símbolos? ¿Si fuéramos simplemente nosotros mismos, únicos en nuestras individualidades...? ¿Cómo hablaríamos? ¿Qué cosas podríamos decirnos que no nos podemos decir ahora? Este es un caso hipotético claramente imposible... sin símbolos no podríamos vivir, por lo menos no como humanos... El símbolo y el humano hacen una simbiosis espiritual... y eso es así desde que miramos hacia arriba y algún chamán dijo: “Cielo”.

            Entonces las historias, todas, hacen ese trabajo de ponernos el techo de la experiencia... de la vida. Los chistes, la música... el cuento de lo que pasó el fin de semana... ¡Símbolos! Cada historia es, aunque no nos demos cuenta, un ejemplo de cómo deberían ser las historias...

            El escritor y todos los que echamos cuentos o chistes hacemos ese trabajo... nos lo repartimos... ¡el trabajo de sostener el mundo! De que las cosas sigan siendo lo que son... ¡No es poca cosa! Y nos reímos de eso que nos cuenta el amigo, y en la risa está la confirmación de que sí, el mundo existe... Nuestra vida significa algo... ¡Estamos perdonados! ¡Por los símbolos! Que son como dioses, cada uno... Cada símbolo perdona la individualidad irreductible de ser animales... ¡Nos redimen! ¡De ser materia! ¡De no significar nada! Pero primero hay que arrepentirse... ¿De qué? De ser libres, digámoslo de una vez... La libertad es el pecado original.

            Pero... de todas formas, el símbolo nunca llega a ser el mundo... Lo que existe por debajo de las historias siempre se queda corto... ¡La vida no es una historia! Aunque no exista otra manera de concebirla... Ese es el trabajo arduo de ser humanos... empujar hacia arriba la piedra del sentido... ¡Sin que llegue nunca a ningún lugar! Entonces... ¿es que la piedra es demasiado grande, o nosotros demasiado débiles...? ¡Ninguna de las dos! Lo que pasa es que nunca empujamos la piedra, siempre la idea de la piedra... Y en ese empujar empujamos también la idea de nosotros mismos... ¡Anémicos! ¡Anémica la vida! ¡El universo! Así que mejor inventarse a un fisiculturista espiritual... ¡El que sí lleva a las cosas hasta su destino! ¡Empuja! ¡La idea! ¡Y la cosa! Y que venga y nos perdone nuestra falta de hierro en la sangre... Por eso pinté esa cruz... que, aunque invertida, es cruz sin embargo... Otra manera de seguir creyendo... De Orar, así sea una oración cínica... Y en eso estamos, aquí en el mundo... Encontrando maneras de obtener el perdón... Y no sé, la verdad, si sea mejor vivir con la culpa de no ser o con el perdón, delirante pero natural, de ser completamente lo que somos.


 

Minerva tonta

Qué bonito eso de entender las cosas... ¡El conocimiento! Que, al final de cuentas, no soluciona nada... porque la vida no es un problema... Así que no tiene solución. Sin embargo, ahí vamos... resolviendo lo que no pide ser resuelto... ¡Que no quiere! No se deja resolver... Hablamos idiomas diferentes, los humanos y El Mundo... Intraducibles el uno al otro... Pero... ¡Eso no nos importa! ¡Nosotros entendemos! ¡Qué bonito...! Y qué tranquilidad saber que entendemos... Lo que es la vida, lo que son las cosas... ¡Nada se nos escapa! Qué bueno, de verdad, que sepamos tanto... Aunque nunca podamos saber nada realmente importante... nada fundamental.

            Pero... los que hemos delirado... Delirios gruesos, de años... con un poco de alucinación, que es como el condimento del delirio... para disfrutarlo bien... Porque la verdad es que estar loco es bien entretenido... Los que hemos delirado sabemos perfectamente que se puede estar seguro de algo, de manera absoluta, e incluso un poco más fuerte que absoluta... Como los años que viví convencido de que todo el mundo alrededor me leía los pensamientos... Estaban enterados de todo lo que yo hacía o sentía... Incluso sabían más sobre mí mismo que yo... Y me decían cosas, comentaban sobre mi estatus existencial... “Él cree que nadie lo puede tocar”, querían decir que me creía demasiado grande... “El diablo es puerco”, conocían mis fantasías violentas... ¡De vengarme! ¡De todos! ¡De la humanidad! ¡Del concepto mismo de lo humano! ¡Qué mal! ¡Tener que ser esto! Esto que llamamos “gente”, o “alma”, o lo que sea... ¡No quería! Y lo peor es que todos sabían que yo estaba de pelea con la Vida misma...

            Y... ¿cuál es la diferencia entre un delirio de esos y un sistema filosófico? Pues que el delirio lo tiene un individuo, y no está ocurriendo en realidad... Los sistemas de pensamiento, las religiones, las ideologías son compartidas por muchas personas, muchas almas... Y... ¿esas cosas sí están ocurriendo en realidad? ¿La historia tiene una lógica secreta que lleva a la revolución? ¿Al final nos morimos y el profesor castiga o recompensa a los alumnos de la vida? ¿El en-sí del concepto es anterior al para-sí? Sí, son diferentes al delirio... porque sí se corresponden de alguna manera con aspectos objetivos de la realidad exterior... Pero... ¿en la base de todo eso? ¿Qué está en la base de todas las concepciones mundiales del humano? Lo humano mismo, esto: la intuición inescapable de que todo es para algo... En todo encontramos una dirección hacia el futuro... Lo bueno y sobre todo lo malo siempre está lleno de sentido... ¡Lo llenamos! Y el sentido nos llena a nosotros... Somos el sentido del sentido, como digo en otra parte... ¿Y cuál término es el primero? ¿El sentido? ¿O el alma? Ninguno. No hay el primero sin el segundo, y cuando está el segundo, ya está siempre el primero. ¿O cuál es el alma que no significa nada?

            Así es Minerva, la personificación de la ciencia... En el sentido antiguo, la ciencia como conocimiento... No los numeritos radicalmente extranjeros al espíritu... ¡Y aún...! El Uno es para nosotros el Todo, o Dios, o algo así... el Dos la pareja, la dicotomía, el Tres la trinidad, etc.... ¡Es que somos ladrones espirituales! ¡Secuestradores! Pobres numeritos... Pero así es Minerva... ¡Muy inteligente! Demasiado, tal vez... la inteligencia cree mucho en sí misma... Cree que todo es comprensible... Así, los filósofos se equivocan por inteligentes... ¡Saben mucho! ¡Más de la cuenta! No hay que saber tanto, esa es la verdad... Para entender no hay que saber tanto...

            Y eso de que todo es para algo... El substrato no experimentable de toda experiencia... Incluso ahora que se lo hago notar, lector, usted está meramente imaginándolo... Y si para de imaginarlo, eso también es para algo... No, no es con Minerva que tenemos que jugar a la casita. Usted y yo sabemos que nada es para nada... ¿Sí? ¿Lo sabemos? ¿Cómo? Si cuando decimos esto, nada es para nada, ya inventamos una manera de vivir que se corresponda con esa idea... Y todo vuelve a ser para algo...

            Esto es la fantasía filosófica... que sabemos y que podemos saber, cada vez mejor, para qué son las cosas... Sí, no es verdad, claro que no... En ese sentido podemos llamarla delirio, también, sin equivocarnos, sin pretender saber tanto... Pero, ¿qué otra opción hay? ¿La fantasía de la no fantasía? ¡La realidad misma! Los que ya por fin comprendieron cómo era la cosa, y no tienen más preguntas... Así me sentía yo cuando me leían la mente... Estaba en la realidad como tal... Había abierto los ojos, parado de dormir... Esas son las metáforas que usamos para meternos más profundamente en la fantasía, pensando que hemos salido... ¿Qué dice, lector, salimos? ¿Hacia dónde? ¿A la realidad? ¿O a la nada? ¡Ojo! Que eso de la nada también tiene todo el sentido...


 

El arte ciego

...Como cuando surfeaba. Uno va sobre la ola y no es capaz de pensar en nada... En nada en lo absoluto. ¡La ola es muy grande! Incluso las pequeñas son grandes... La idea misma de la ola es de una magnitud... abominable, quiero decir. Pero mejor formidable, imponente... Aunque, abominable también. ¡Da miedo! ¡El mar! ¡La energía del mar! El corazón de la sal... ¡No hay tiempo! ¡De pensar nada! Solo reaccionamos a lo que la ola nos dice, intentando lo mejor que podamos no caer... Y si caemos, hacer lo mejor posible por no partirnos la cara contra la fibra de vidrio de la tabla... o las quillas, que van por debajo cortando el agua, dándonos dirección. Así... así me parece ahora lo que es la escritura.

            Porque, ¿quién escribe? En una columna anterior, titulada “Escribir sin lenguaje”, dije que yo no leía literatura, sino solo escritura que luego se convierte en literatura. Ahí expliqué lo que quería decir... Ahora quiero hablar sobre cuál es exactamente la diferencia entre un escritor que escribe literatura y uno que solo escribe. ¿Cuál es la diferencia fundamental? Que el que escribe literatura ya sabe lo que es la literatura... Ya sabe lo que son las cosas, lo que es el mundo... El que escribe, por el contrario, no sabe nada de eso... ¡Es un ignorante! Un idiota... Es eso, hay que ser estúpido para escribir bien.

            Pero, obviamente, estoy siendo un poco malicioso... No es cualquier imbécil el que escribe... ¡Es un imbécil eminente! Hace de la estupidez un arte... Un arte que no ve más allá de sí mismo... Un imbécil que, escribiendo, solo ve más escritura... Y no llega, realmente, al mundo... Porque estar en el mundo es tener sentido común... Saber cómo vivir... Y una persona de baja inteligencia por lo general sabe cómo vivir... Su vida es tan simple como él... Sabe cómo satisfacer sus necesidades y deseos, que no van más allá de lo inmediato...

            El que escribe lo hace porque no sabe vivir... Escribiendo intenta resolver algo de ese problema... Si no sabe vivir, por lo menos puede intentar definir los términos de la existencia... Por primera vez, siempre. El que escribe escribe siempre por primera vez. Surfeando iba así... cada ola era la primera ola... A pesar de que cada vez ganaba una mayor maestría... ¡Pero es que surfeamos sobre la nada! Sobre el azar, que no es un objeto definible... Sobre eso del Caos, que tanto misterio nos produce... ¡Pero el misterio ya es algo! Ya no estamos frente a la cosa... Mientras el mundo tenga propiedades, no es El Mundo, sino una representación... ¿Y de dónde vienen las partes y los atributos de esa representación? Tal vez no le guste la respuesta, lector, especialmente si usted sabe muy bien lo que es la vida... Pero en la representación del mundo estamos representando lo que queremos de Él... Estamos satisfaciendo, a través de nuestras imágenes y fantasías, lo que deseamos... Así que El Mundo es siempre reflejo de nuestras propias necesidades... ¿No es así? ¿Que vemos a las cosas como puestas ahí para nosotros? ¿Que los planetas están por allá lejos para que los colonicemos? ¿Que El Universo nos manda mensajes sobre lo que debemos hacer o no? Incluso, cuando sufrimos un accidente, nos sentimos castigados... ¿Por quién? Por El Papá... Es que nunca paramos de ser niños, mamíferos que somos... Uterinos, dependientes de nuestros mayores hasta bien entrada la adultez... ¡Huérfanos! Eso somos... Pero nadie lo sabe. Y, sobre todo, nadie quiere saberlo. Nadie puede.

Al escritor le tocó enterarse de su orfandad... tanto como se puede, que no es mucho. Tal vez solo está de pelea con El Papá... pero eso es suficiente para no hacer lo que manda ese tal señor. ¡La orfandad! El único tema posible del arte... De la vida. Sin Padres, no hacemos sino buscar quién nos cuide... Nos diga qué hacer y por qué. Pero... ¿qué es lo que encontramos? ¿En el Cielo? ¿En las olas? ¿Un señor? ¿Una señora que nos puso aquí para satisfacer sus propios deseos? ¿Quién tiene deseos? El universo no, por supuesto... El universo solo desea seguir siendo universo... Y eso ya es una metáfora... Una manera de hablar de la gravedad y esas cosas... El movimiento de la energía y la materia... ¿Qué encontramos en nuestra búsqueda de la paternidad infinita? ¿Qué vamos a encontrar? ¡A nosotros mismos! Que nos desdoblamos y nos ponemos por allá arriba... Encima de todo... ¡Somos nuestros propios dioses! ¡La causa de la causa! ¡El sentido del sentido! Pero para que funcione ese juego de manos celestial, tenemos que también olvidarnos... No darnos cuenta de que somos los hijos los que nos proyectamos entre las nubes... ¡Que somos nuestros propios padres! Como esos niños a los que les toca ser adultos porque nadie los cuida... Pero no son –¿verdad?– realmente adultos... Les toca hacer como si lo fueran... De la pura orfandad universal.

Así que, cuando surfeaba, la ola era mi madre... Yo la ponía a ser maternal... ¡La mar! ¡Bondadosa! ¡Progenitora! ¡Llena de vida! Y todas esas imágenes que le ponemos para que satisfaga nuestros propósitos... De esa manera podemos sentir que surfeamos sobre algo, y no sobre la nada, que no tiene, en realidad, nada que decirnos... nada que ver con nuestros deseos y aspiraciones... Escribiendo, escribiendo, olvidamos esas imágenes... Y proponemos nuevas... solo eso, las proponemos... sin olvidar que somos nosotros quienes las proponemos... Y eso... Es una forma de la libertad, ¿no? Saberse huérfano... Saber que si nos rajamos la frente contra las piedras del fondo no es porque la sal nos odie... Nos la rajamos... porque sí, por ninguna razón en particular... Como la orfandad, que tampoco viene de algún orden previo... De alguna razón lógica que la haga necesaria... La lógica ya es lenguaje paternal... Es decir, inventado... ¿Qué lenguaje hay que no sea inventado? ¿Qué autoridad eterna lo podría producir? Por eso escribimos... Por ninguna razón en particular... Porque no hay, en verdad, razones... Solo Mar.


 

Medusa líquida

En el centro de todo hay una ignorancia impenetrable... dura y concreta como una piedra... como la idea misma de todas las piedras, la dureza misma, la impenetrabilidad... La constitución absoluta y fundamental de todas nuestras esperanzas, deseos, miedos e ideas. Entender esto no es cuestión de pensarlo, como acabamos de hacerlo en estas líneas, lector... Entender la ignorancia es parar de esperar saber... Porque, ¿qué podemos saber, en realidad? ¿Qué cosa es la vida? ¿Qué cosa son las cosas? Solo tenemos hipótesis... algunas muy buenas, muy estables... ¡útiles! Que nos sirven para seguir viviendo... para seguir usando las cosas y que sus usos signifiquen algo... Lo que pasa es que armamos estas hipótesis, sin darnos cuenta, en una secuencia... Vemos, al final de esa secuencia, al Saber... ¡El conocimiento! ¡El cielo! ¡El nirvana! Donde todo se soluciona... Nunca llegamos, por supuesto, a ese lugar... Yo no lo creo... Pero desde esa posibilidad pura, un futuro infinito que nunca llega, ese conocimiento perfecto nos organiza la imperfección aquí y ahora del diario vivir... Así estamos tranquilos, porque, aunque no sepamos en realidad qué hacemos dando vueltas por acá en el mundo, tenemos la confianza... ¡la fe!... de que, en algún lugar, en algún momento metido por allá lejos detrás de todo, hay un orden... ¡No tenemos que conocerlo! Solo saber que allá está... Es ridículo, ¿verdad?, puesto así... Pero esa es la vida, tan ridícula o tan seria como nos pueda parecer.

            Yo es que llevo diez años en psicoanálisis... diez años de preguntarme por qué soy como soy, por qué el mundo es así... Y, poco a poco, uno se va dando cuenta, pedacito a pedacito, de que no hay una razón profunda para que las cosas sean como son... No hay ese futuro que manda sus rayos de sentido hacia el pasado, organizándolo... Ni tampoco hay nada por debajo del mundo que lo pare como a un castillo del sentido... El sentido lo tenemos nosotros, en nuestras psicologías... en nuestras fantasías aquí y ahora... Y... ¿qué hay por fuera de la fantasía? ¿Esas imágenes e historias con las que filtramos la realidad que, filtrada, se convierte en vida? ¿Qué puede haber? ¿Por fuera de nosotros? ¿Alguien más? ¿Alguien muy poderoso que nos manda a fantasear? ¿Un orden secreto, imposible de conocer, pero perfecto sin embargo? ¿O esas también son fantasías? ¿El más allá de la fantasía? ¿Dónde? ¿Cómo? Si la fantasía es el software del cerebro que sirve para simplificar la información del universo y acomodarla a nuestros intereses...

            ¡Diez años! Es mucho tiempo... Recuerdo quién era cuando comencé... Y pienso en el que soy ahora... Somos dos personas muy diferentes, él y yo... Y sin embargo, el mismo... La piedra de la ignorancia ya estaba ahí... Ya está siempre, en todos lados... porque no es, en realidad, una piedra... no es nada... Lo que llamo piedra es una imagen, una fantasía que le da cuerpo a la imposibilidad de conocer el universo... Porque, ¿cómo lo conoceríamos? ¿Con qué herramientas? Si las herramientas solo miden lo que sus parámetros proponen... que si centímetros, que si grados centígrados... ¡Que si héroes! ¡Dioses! ¡Hombres! ¡Mujeres! ¡Humanos! Todas son mediciones otorgadas por la herramienta de la fantasía... La fantasía del hombre, lo que es o debe ser un hombre, bien o mal... Lo que es la vida, lo que es la taza de café de la mañana... ¡Las cosas no son ellas mismas! Nosotros las interpretamos con la imaginación... Que si el hombre es un depredador, un donjuán... que si la taza de café es la que se tomaba mi abuela, que si el café es bueno para el alma, o malo para el corazón... ¡Mediciones! ¡Herramientas! Las cosas no nos dicen lo que son directamente... Las ponemos a hablar... La porcelana de la taza nos recuerda a la piel de las mujeres hermosas, según esa idea tan machacada... Que la agresión en el hombre es una especie de virtud, y así... ¡Virtud! Puede ser... O puede ser otra cosa... Virtud y vicio, ¿qué son? La virtud es adaptativa y el vicio crea problemas... La virtud ayuda a vivir mejor y a promover la estabilidad del sentido... que las cosas sigan siendo ellas mismas, tanto como pueden... o nos parece... Y el vicio, famosamente, destruye todo... ¡No lo voy a saber! En sí mismos virtud y vicio no son nada... Pero nos sirve pensar así... De pronto la vida no es para que las cosas sean, sino que sirvan para seguir viviendo... Y pensar que son, que somos, es parte de ese servir... Así, imaginando que las cosas existen, que están ahí con una especie de fijeza universal, vivimos con mayor eficiencia, porque ya ese problema está resuelto... Sí, todo existe y cada cosa significa algo, no nos preocupemos por eso... ¡Vivamos! Sí, es una buena solución... No importa que sea falsa.

            ¿Y cuál sería una solución verdadera? Pero, ¿qué hay de verdadero en la fantasía? Funciona o no, como digo... eso es todo. Visto así, eso de la verdad es una manera de satisfacer la necesidad de saber... Sabiendo, vivimos. Y vivos, ya sabemos. ¡Menos mal! Qué tal que no tuviéramos software de lo verdadero... No viviríamos, sino que haríamos otra cosa... Y la vida es buena, ¿no? Yo sí creo... Por lo menos en general... O a veces... Igual, buena o mala, falsa o verdadera, es vida... Es todo lo que hay... Todo lo que tenemos... Aunque no sepamos, en realidad, qué cosa es vivir... ¡Pero bueno! Aquí estamos... ¿No es verdad? Sí, estamos aquí metidos en este tema... Y ni hablar de salirse... Ya habrá tiempo para estar por fuera... Muy pronto, en realidad... Más rápido de lo que pensamos... de lo que quiere cualquiera... ¡Salirse! Bonito... ¿Para dónde? Allá también nos espera lo que imaginamos... Ni para sorprendernos al llegar, porque la fiesta está vacía... ¡A la piedra de lo imposible! ¡Espérenme! Ya voy... Pero, por lo pronto, por acá también está bueno.


 

Hidra acéfala

...sí, porque en mi día a día me preocupa muy poco la verdad, honestamente. Cuando mis amigos me preguntan algo o ponen un tema de conversación rara vez digo lo que de verdad pienso... generalmente digo alguna cosa absurda, exacerbada, que no tiene posibilidad de ser tomada en serio... o cosas rayando en el racismo, la homofobia, yo, que tengo amigos de todo tipo... Los que me conocen saben que estoy molestando... Pero a veces con gente que acabo de conocer no saben por qué digo esas cosas, y pueden pensar que las digo en serio... Eso es lo que más me da risa, la verdad... Pero, luego, si ya estoy en riesgo de que me vayan a agredir físicamente o algo así... A sacarme de la fiesta... Puedo decir una frase más genuina... Pero no siempre logro convencerlos. Queda la duda.

            ¿Qué es más verdad, la posición “correcta” o el chiste de mal gusto? ¿Qué se necesita para que una cosa o la otra ingrese en ese estatus tan... ¿qué? ¿Sagrado? ¿Puro? ¿Útil? de lo verdadero? ¿Entra más lo verdadero o el chiste en La Verdad? Y, cualquiera que sea la respuesta, ¿por qué?

            Si la verdad es más verdadera que el chiste es porque ya tenemos unas precondiciones que nos llevan a reconocer lo verdadero en lo que es dicho con honestidad, o lo que se corresponde de manera más o menos directa, más o menos literal, con las condiciones del mundo... con lo que existe... Lo verdadero explica alguna parte del mundo... Y nos gusta mucho reconocer que lo dicho en tono serio, sin risas ni otras demostraciones exageradas de afecto, es la manera apropiada de describir las cosas... En últimas, ¿qué estamos describiendo con las verdades? Pues la textura moral de nuestras vidas... Con cada verdad volvemos a asegurar que la vida es en serio... Que todo lo que hagamos importa, mucho... Si nos diéramos cuenta de que esto, el vivir, es un chiste, o una tragedia sin final feliz... ¿qué cambiaría? Todo cambiaría, creo yo... si nuestras metas, aspiraciones, deseos, miedos, estuvieran enmarcados, más allá de toda duda, en la estructura del chiste... Entonces reírnos sería una vía más apropiada para llegar a la verdad... Eso puede ser, me parece, lo que estoy diciendo y poniendo en práctica con mi preferencia por la falsedad absurda en mi día a día...

            Esta postura mía podría ser leída como una gran inmadurez... Y probablemente hay algo de eso en ella... Pero, al mismo tiempo, sí tengo una preocupación por la verdad, como ve usted aquí, lector, cada dos semanas... Pero no creo que la verdad sea más verdadera que el chiste, ni que cualquier otra cosa... La verdad o el absurdo ya dependen de las preguntas que se estén haciendo... Y de la cara con la que hacemos la pregunta... ¡Eso del conocimiento desinteresado! ¡La lógica fría y objetiva! Pues, si creemos que el mundo y la vida son en última instancia frías y desinteresadas... Si nos parece que hay un orden lógico y frío debajo de todo el chiste y el dolor diarios... Entonces, sí. Pero, ¿es verdad?

            Entonces yo prefiero la mamadera de gallo... ¡Es verdadera! Tanto como cualquier otra estrategia para describir lo que es... Esa supuesta lógica secreta de las cosas es un buen recurso para defendernos contra la incomprensibilidad fundamental de todo... ¡Está bien! Así funciona mejor la vida... Así trabajamos, convencidos de que ese trajín tiene algún propósito sagrado... ¡El orden! ¡El éxito! ¡Ganar la vida! Tomarnos a nosotros mismos muy en serio... ¡Eso es! ¡Hijos de Dios! ¡La mano misma del destino, somos! ¡Qué afortunados! ¡Nacimos en el planeta donde existe el sentido! Todo esto es para algo, nos decimos con nuestras conversaciones de cara seria... ¡Menos mal! ¡El que hace chistes no sabe! No se toma nada en serio... No entendió nada, pobre pendejo.

            Voy a terminar esta columna con una discusioncita sobre el lenguaje... De eso estamos hablando, ¿no? Cómo el lenguaje estabiliza nuestra imagen del mundo... Si descartamos la idea de que somos actores universales, que nuestros destinos de animales son tan significativos como la gravedad, o algo así... Que con nuestras vidas cumplimos el plan de Dios, o de La Humanidad, del Universo, lo que sea, cualquiera de esos dioses... Si descartamos eso, entonces los ruidos que hacemos con la boca y en los que alucinamos, entre todos, el sentido y la verdad, esos ruidos son solo ruido... Su relación con el mundo es alucinada... y el sentido y la verdad, alucinaciones también.

            Incluso la palabra “palabra” no se nombra a sí misma... ¿Qué es una palabra? Primero, es ruido... que nosotros leemos inmediatamente como significativo... inmediatamente, no es un proceso... La palabra “palabra” es, tan pronto la escuchamos, una palabra... no escuchamos ruido en condiciones normales... Pero, entonces, si no podemos escuchar el ruido de la palabra es porque ya desde antes tenemos el concepto de ella en nosotros... ¡En nuestras almas! Que está llena de palabras y de sentido... ¡Es puro sentido, el alma! E incluso el sentido del sentido... Entonces el concepto sale de nosotros, se encuentra con el ruido y vuelve a ingresar en las almas que dialogan... Y, aunque los conceptos están en el alma, también están afuera... A mí se me puede olvidar el significado de cualquier término, pero... ¡Ahí está! ¡En los diccionarios! ¡En los demás! ¿Y cuál es el registro original? ¿Dónde está la definición verdadera e incuestionable de cualquier cosa? ¡Distribuida! Nadie ni nada la tiene completa... El lenguaje está afuera de nosotros, de esa manera importante... Y el sentido se nos escapa... A veces decimos algo que no pensábamos decir porque las palabras hablan solas, aunque no queramos... Entonces la palabra “palabra” hace una vuelta grandísima para llegar a su significado... Y no es un viaje con origen ni destino discernible... No empieza en el concepto individual, que ya depende del concepto exterior... ni en el ruido, que entra en el significado para olvidarse de su traqueteo... ni en el diccionario, que es inerte sin el alma... ni en el futuro, desde donde se organiza el sentido del presente... ¿De dónde viene una palabra? ¿Y hacia dónde va?

            Entonces si definimos las partes del mundo con humor o con seriedad... con dramatismo o irracionalidad... Depende de quién seamos... De lo que nos ha pasado que nos ha hecho lo que somos... Del estado del mundo... De lo que ponemos como futuro en un momento determinado... De la persona que tenemos en frente... si tiene o no sentido del humor... Así es... eso es el sentido de las cosas... distribuido y contextual... y la verdad lógica y fría es solo una posibilidad entre muchas... El que tiene temperamento lógico y frío se siente cómodo con esa teoría del mundo... Pero a mí se me queda corta... Y, la verdad, me gusta meterme con la gente... retar su seriedad y su concepto fundamental de que todo es para algo... ¿Para qué cosa? ¿Quién dijo? Este tema no es para nada en particular... Y usted, lector, hace bien en no creer en nada de lo que tengo para decir.


 

Alma sin mundo

Estar loco y ser filósofo son, en realidad, cosas muy parecidas... He conocido muchos ejemplos de ambos... Yo mismo he sido tan loco como cualquiera... Y ahora escribo esto, aquí, que usted lee porque le ve algún valor. La verdad es que estando delirante y alucinado aprendí muchísimo... Se sale tanto de la realidad, uno, pensando, pensando de verdad, como perdiendo completamente el sentido de lo que llamamos La Vida. Loco y filósofo se hermanan en su posición extrínseca con respecto a eso del sentido común... ¿Qué es ese tema? El sentido común no es tan común, etc... Sí puede ser. Pero, habiendo renunciado a toda concepción recibida de cómo son o cómo deben ser las cosas, el sentido común se vuelve como la orilla del mar... donde apenas mojas los pies, antes de meterte por allá en lo hondo... Nadie, ¡nadie! Sabe nadar... Los filósofos se inventan, cada uno como por primera vez, un estilo de nado o flotación novedoso... El loco se hunde... ¡Se ahoga! Y vive así, ahogado, sin respirar... Sin casi recordar, que existe la arena... Entonces... Si, como yo insisto, con impulso delirante, las verdades solo son verdaderas con respecto a las preguntas que se hacen previamente... la verdad no está ahí y ya... Si eso de la verdad es así, un circuito local como un chiste, o algo... ¿Quién está más en la verdad? ¿El filósofo, con su nado elegante y diestro? ¿O el loco, que deja que el agua de lo que existe se le meta en los pulmones y se vuelve, él mismo, agua, y casi no persona? Depende, como digo, de cuáles sean nuestros requerimientos para lo verdadero... En eso ya usted está solo, lector, y le toca inventarse cómo quiere nadar.

            En mi libro Cómo abrí el mundo abordo esta idea... Es un texto autobiográfico, sin ninguna ficción... Solo cambié los nombres de los implicados... Sí, la memoria ya es una ficción, etc... Y lo que cuento es mi versión... Pero yo puse ahí lo que recuerdo y lo que me parece que fueron esas cosas... Con tanta honestidad como tengo constitucionalmente disponible. No se le puede pedir más, a nadie. Uno establece su circuito local de verdades lo mejor que puede... con más o menos consistencia... con humor o tragedia, y así.

            La novela es la historia que empieza cuando me voy de Cartagena a Bogotá, a los dieciocho, a estudiar artes en Los Andes... Poco después comencé un proceso de psicoanálisis... Y yo por mi lado leía mucho... Y consumía drogas sin ningún tipo de control o prevención... Todo era parte de un esfuerzo por descubrir la naturaleza oculta de la realidad... Asumía que había una naturaleza oculta... Más allá de lo aparente... Que, rompiendo los límites de la experiencia, llegaría a ese lugar... Una cosa como espiritual, ¿no? Mística... Un misticismo desbocado... Una espiritualidad que debe ser la de los condenados al purgatorio... Una necesidad de expiación... El esfuerzo desesperado por obtener el Perdón... ¿Perdón de qué? De existir... ¡Cuánta culpa! Haberse atrevido a aparecer aquí, del lado donde las cosas son... Al mismo tiempo es la pregunta que nos anima, al fondo de todo lo que hacemos... ¿Por qué existo? No podemos evitar buscar esa respuesta... Y hacemos de todo para justificar el hecho de haber nacido... Eso es lo que me parece a mí.

            Entonces me dediqué a romper todas las reglas, en esos años... A retar todas las concepciones de todo... Nada era lo que era... Todo estaba por verse... El impulso filosófico... atreverse a pensar todo como por primera vez... Y, al mismo tiempo, una manera de vivir que puede llevar más allá de la cordura... A lo hondo... Y, a esa edad, no supe nadar.

            En mis delirios y alucinaciones perdía el mundo, pero también ganaba aspectos de él... Deliraba y filosofaba al mismo tiempo... Recuerdo, por ejemplo, la sensación que me agarraba a veces... De estar en el espacio... Como si no hubiera atmósfera... Como si no estuviera, en ese momento, arropado por la tela mancomunada del sentido de la vida... Y me daba frío... Un frío que no era una baja temperatura... Era el frío de la ausencia de sentido... Y me daba miedo sentirme así, flotando en la inmensidad del universo, sin referentes estables que determinaran lo que eran las cosas... Lo que era yo.

            Y también sentí durante mucho tiempo que la gente no existía... Cuando conversaba con los demás tenía la impresión de estar hablando con los conceptos que los sostenían sin que se dieran cuenta... El agregado de ideas que habían acumulado para justificar su presencia humana... Y yo tampoco existía, mis conceptos también hablaban por mí... Y todos éramos como las mascotas de las ideas, que nos usaban para satisfacerse... Dándonos como recompensa lo que se les da a las mascotas, un poco de cariño animal... Un poco de sentido, de pertenencia... Que lo saquen a uno a hacer sus necesidades de animalito... Y ya, no preguntamos más.

            Pero cuando, por ejemplo, veía al demonio de Tasmania corriendo en su lugar, sin moverse... No sé qué filosofía podría haber ahí... Lo veía, corriendo, riéndose, y se transformaba en otras cosas... otros animalitos, el pato Donald, lo que sea... y a veces en cosas francamente incomprensibles... A mí me gustaba todo eso... Me gustaba estar loco... ¡Era interesante! No me daba miedo... Por lo menos no al principio... Pero cuando ya estás tan lejos de la orilla que no entiendes, en realidad, nada de lo que te pasa, la cosa cobra otro matiz... La realidad se vuelve un asunto... infernal. El mundo se puebla de demonios... el conjunto entero de ciudadanos se pone de acuerdo para vigilarte... Siempre saben dónde estás, saben todo lo que piensas, eres transparente... Pura agua, y no casi persona... Y, para mí, pasar del ahogo y el desespero a este nado que he podido improvisar me tomó años... diez, doce años... Y eso ha sido mi adultez, una clase de natación... y poco más.

            Lo que me interesa dejar aquí, por último, es la idea de que ahora, con esta columna y con mis libros, hago lo mismo que hice a los veinte años, con el comportamiento medio criminal y el reto a todo lo que pudiera agarrar... No he hecho otra cosa que retar todas las concepciones que definen al mundo... Estoy abocado al preguntar... Preguntar, insistir, volver a preguntar... Ninguna respuesta me satisface... Siempre hay más para donde echar... Este impulso no es para nada saludable, me parece a mí... Nunca voy a llegar a ningún sitio... Solo a más preguntas... Y eso, ¿es nado? ¿O ahogo?

            Lo saludable, tenemos que decirlo, es encontrar una satisfacción suficiente, casi plena... en una estructura de sentido determinada... Un conjunto, un sistema... unas cuantas preguntas bien formuladas con sus respuestas postuladas con la claridad suficiente... de manera que podamos organizar nuestras acciones y pensamientos dentro de esa estructura... Y así nos construimos una casita alrededor de la experiencia inmediata... una casita de sentido donde vive adentro la percepción... todo lo que nos dicen nuestros sentidos. ¡Eso es la salud! ¡La buena vida! Sea como sea la casita. Y... ¿es verdad? ¿La casita? ¡No sé! Yo no creo... Si hay tantas, tan diferentes e irreconciliables... ¿Cuál es la Verdadera Casa? ¡Cualquiera! Y ninguna... ¿Qué podemos hacer? Este animalito no puede más. Entonces, de pronto, la gente como yo... ¡Indigentes! ¡Ninguna casa nos gusta! Queremos es andar... coger calle... ¡Eso es lo que nos satisface! De pronto esta gaminería que llamo vida le pueda servir a los que sí quieren hacer hogar... ¡Ojalá! Que, andando, echando pata, mirando desde afuera por todas las ventanas, ayude, de alguna manera, a vivir mejor. Esa idea me tranquiliza... ¿No será esa mi casita del sentido? Creo que sí, puede ser... Tal vez, después de todo, tengo dónde llegar por las noches... ¡Me esperan! Las mil cositas innombrables que llamamos experiencia... ¡Me quieren! ¡Las ideas! Eso me dicen mis cuadritos sobre las paredes... ¿No nos dicen lo mismo a todos?


 

Afrodita neutra

…porque, como digo en La esfinge de los días, al centro del humano está un nadie… El Nadie. ¿Qué es? Lo que queda cuando le retiramos al alma toda la estructura del sentido… que es el Mundo mismo. ¿Cómo se quita esa estructura? Es un quitar con el pensamiento, por supuesto… la simplificación de la ecuación a sus elementos más fundamentales. Es una operación sencilla, si se sabe hacer… y si se tiene el estómago para aceptar sus resultados. Es solo cuestión de darse cuenta... de que las verdades, lo verdadero, no está ahí y ya... El alma no está ahí y ya... cada verdad, cada unidad de sentido en lo que llamamos La Vida, es ya una respuesta a una pregunta previa... La unidad de sentido, la verdad que llamamos Alma, es la respuesta a la pregunta ¿qué somos? Y ya el alma viene con unas ideas asociadas... que la inmortalidad, que la voluntad, la profundidad de sentimiento... todas también ideas y también respuestas... Así, la actividad de vivir está enmarcada dentro de una estructura, que no son sino preguntas y respuestas... En la base están las preguntas más grandes... ¿Por qué existimos? ¿Qué es el mundo? ¿Qué pasa cuando nos morimos? Y así... Encima van montadas más preguntas... ¿Qué debemos hacer en la vida? ¿Con quién me debo casar? ¿Qué cosas son bellas y por qué? Y, encima, más y más preguntas, más y más específicas y aparentemente inconsecuentes... pero no son nada inconsecuentes, ¡lo contrario! Porque en preguntas como ¿Qué color de pantalones me pongo hoy? O ¿Dónde almorzamos esta tarde? Ya vienen detrás las preguntas más grandes, que las sostienen desde abajo... Entonces, todo el tiempo, con todas las acciones y todos los pensamientos, estamos respondiendo a la estructura completa... Eso es este tema de vivir.

            Y si retiramos esa estructura... ¿qué queda? Nada que podamos nombrar... ni siquiera podemos decir que existe, porque el existir ya es un concepto, con más conceptos asociados, con sentido... Entonces lo que hay más allá de nuestras percepciones, intelecciones y afectos, que están todos amarrados, es... algo... que ni es ni no es... ni tiene ni no tiene sentido... por eso digo, en ese mismo libro, que no podemos ni vivir ni no vivir la vida.

            Entonces, cuando le retiramos al alma esa estructura de ideas, de preguntas y respuestas... queda lo que llamo El Nadie... la sensación pura e intransferible de ser nosotros mismos... que no podemos nombrar ni explicar, porque ya los nombres y las explicaciones están en la estructura... Por eso solo el individuo puede saber que es Nadie... Solo uno mismo puede sentir lo que es ser uno mismo... Una sensación sin nombre... Solo soy Nadie para mí mismo... como usted, lector, solo es Nadie para usted.

            Pero de lo que quiero hablar en esta columna es del amor... del enamorarse... ¿De qué nos enamoramos? ¿De quién? El amor es conceptual... Vemos los atributos de la persona... Cómo es, cómo se comporta... Qué reacciones emocionales tiene... en qué trabaja, qué cosas piensa... Pero, como más allá de todo eso estamos nosotros... Más allá de esas ideas está el Nadie... En el amor estamos constantemente superando las ideas del otro y cayendo hacia eso... Caemos hacia el Nadie que la otra persona es... Pero... como solo el individuo puede ser Nadie para sí mismo... Ningún otro puede conocer a otro Nadie... Ningún Nadie puede conocer a otro Nadie... Caemos, infinitamente, hacia el Nadie del otro... sin llegar nunca... Porque no podemos conocer a otro Nadie, y porque somos, nosotros mismos, un Nadie que solo puede conocerse a sí mismo... Caemos, nos despeñamos desde la persona, con sus ideas y sentido, hacia ese núcleo incomprensible e inabordable que permanece de la persona más allá de todo lo que es... Ese caer no acaba nunca... nunca llegamos... Pero nunca paramos de intentar llegar... mientras sigamos amando.

            Es como calcular el π... la relación entre el radio de un círculo y su circunferencia... ¡Es infinito! Se puede calcular con más y más precisión, infinitamente... sin llegar nunca... Nos acercamos... nos podemos acercar cada vez más, por siempre, mientras exista un universo en el que se pueda practicar la actividad de acercarse... y... ¡Siempre hay más! ¡Más números! ¡Más conceptos! Y nunca la circunferencia, que es circular, llega a ser simbolizada por la rectitud de las mediciones lineales... Nunca la niebla de los conceptos llega a agotar la luz irreductible en el centro de la persona... Eso es para mí el amor.

            Y eso es la realidad misma... el vivir mismo... Las preguntas que tenemos debajo de nuestra experiencia... que intentamos responder... Con las respuestas que postulamos en todo lo que hacemos o pensamos intentamos llegar a ese núcleo de la vida... Intentamos resolver, de una vez por todas, qué cosa es vivir... pero las preguntas, como el Nadie, son inagotables... nunca llegamos a responderlas... ¿Por qué existimos? La verdad es que no se puede responder... lo que nos trajo a la luz del mundo es el movimiento ciego de la materia... que no sabe nada de conceptos ni números... Pero nosotros somos seres del sentido... El sentido es tan nuestro como nuestros cuerpos... e incluso más fundamental, porque podemos perder partes del cuerpo y seguir viviendo... pero, mientras vivamos, buscamos el sentido de ese vivir... Y así, mientras amemos, buscamos llegar a eso que amamos... que queremos amar completamente... ¡Nunca llegamos! Nunca terminamos de amar... Amamos infinitamente, mientras amemos... Dos Nadies intentando no tener nombres juntos... Porque, si llegasen a conocerse, a conocerse como dos Nadies, ya no se conocerían... sin nombre, no podemos decir que existimos... Eso es lo que nos espera al fondo del amor... No existir, juntos... Dejar atrás todo lo que nos hace quienes somos... Ir más allá de la vida... Amar sin la palabra amor... Vivir sin teoría del Mundo... Dos Nadies, siendo juntos luz sin nombre... Dos cúmulos de realidad siendo reales, sin sentido... Eso es... Aquí estamos, tú y yo... Más allá de nosotros mismos... Existiendo sin el concepto del existir... sin nombre, sin alma, sin sentido, pero juntos...


 

¿Por qué existo?

El tema, entonces, es de preguntas y respuestas... Esos son los ladrillos de la casita del sentido de cada uno... En la base, como vengo diciendo, están las preguntas más grandes de todas... Hay preguntas por la Historia... preguntas por la sociedad... preguntas por el universo, y así... Pero cada uno de nosotros es, de una manera fundamental, un individuo... De una manera fundamental porque, aunque estemos hablando del universo o de ecuaciones matemáticas, lo estamos haciendo como individuos... Somos, primero y último, individuos para nosotros mismos... Que puede sonar redundante, pero esa es la naturaleza de la cosa... Hay circularidad en la casita del sentido... Cuando hay preguntas, ya esas preguntas, en su preguntar inherente, anticipan a unas posibles respuestas, que están codificadas en la pregunta misma... En el preguntar mismo. Y la pregunta por el individuo es, para mí, esta: ¿por qué existo?

         Entonces quiero preguntar por la pregunta... ¿Por qué existo? ¿Por qué existimos? Ya el plural aparece de inmediato, por todo eso de que somos animales sociales, etc... Eusociales, como las hormigas o las abejas... Ya nuestra consciencia está implicada en las consciencias de los demás, y las de ellos en las nuestras... Pero somos, primero y último, individuos... Tenemos que ser individuos para poder estar en grupos... Si se está espiritualmente primero en el grupo o primero en la individualidad es una pregunta irresoluble... No hay, nunca, un término sin el otro... Siendo individuos, primero y último, ya somos grupos, primero y último... Son las dos cosas simultáneamente... Pero, hechas las cuentas, cada uno es, al final, responsable de sí mismo, material y espiritualmente... Responsable de sí mismo, al final... Aun así, sabemos que la gente que se aísla se enloquece casi de inmediato... pierden las coordenadas del mundo... de la vida... Pero es el individuo el que enloquece... Es que el alma por sí sola brilla tanto que se extingue... Tenemos que repartirnos ese brillo, que es el peso del vivir... El peso de la pregunta por el vivir del individuo... Por el existir del alma.

         ¿Por qué existo? ¿Por qué? ¿Por qué existo? Es una pregunta que para poder formularse tendría que estar por fuera de la existencia... para poder interrogar a lo que existe desde fuera... Porque si ya la pregunta existe cuando se plantea, entonces, ¿qué es lo que pregunta? Si ya la respuesta está establecida en el momento de preguntar... ¿Que por qué existe lo que existe? ¿Por qué experimento la experiencia? ¿Por qué vivo la vida? Ya estamos existiendo... Ya estamos experimentando... Viviendo. Así que es una pregunta muy extraña de hacer... Pero, al mismo tiempo, ¿dónde es que no existen las cosas, para poner allá la pregunta? No sé... Es que ya yo existo al existir... Entonces preguntar esto es imposible, ¿no? Es que ni siquiera sabemos qué cosa es lo que estamos preguntando... Qué exactamente estamos poniendo en duda para poder ver si sí o si no... ¿Cómo ponemos en duda la capacidad de dudar? ¿Ganando seguridad infinita? No, obviamente no...

         Esa parte de la pregunta es así, imposible... ¡Interesante! Porque, aunque imposible, es necesaria... Ahí está, posible o imposible... Y estamos condenados a responderla toda la vida... ¿Condenados? ¿O liberados? La condena es si pensamos que estamos como encerrados dentro del preguntar por nuestra propia existencia... Liberados es darnos cuenta de que la vida es eso, una pregunta, y no algo establecido de antemano... Ya usted escoge, lector, cuál le gusta más... Eso es parte de responder la pregunta que nos tiene aquí.

         ¿Y la otra parte? ¡Yo! ¿Por qué existo yo? ¡Yo, individuo! ¡Yo, Nadie! Yo, el único que vive mi vida... El único que puede, en realidad, vivirla... Porque yo soy yo mismo... Como usted es usted mismo, y todos son, cada uno, la constatación intrínseca de sus propias vidas. Pero... al mismo tiempo... Nos queda algo por fuera... No podemos ser completamente nosotros mismos... Porque, al centro, o a un costado, o arriba, o más allá... En todo caso, en algún lado, hay algo en nosotros que no es, en realidad, nada... Nada que podamos nombrar... Eso del Nadie que he desarrollado antes... La sensación pura e intransferible de ser lo que somos... que, paradójicamente, no es nada... Porque todo lo que llamamos Ser es ya de alguna manera... Y eso del Nadie no es ni sí ni no, ni aquí ni allá... Ni es ni no es... Es innombrable... Tan pronto le explico, lector, lo que yo siento que se siente ser yo mismo, me estoy metiendo en el terreno compartido donde dos Nadies vienen a olvidarse de su ninguneo... Ese terreno es el Mundo... aquí, donde yo escribo... y usted lee estas líneas.

         ¿Por qué existo? Ni podemos parar de existir para mirar lo que es la existencia, ni yo soy tan concreto para que se me pegue la respuesta... ¿Entonces? ¿Qué hacemos? ¿Si toda la vida intentamos responder una pregunta que ni siquiera se puede plantear como pregunta? Y trabajamos, nos volvemos exitosos, o criminales, o buenas o malas personas, o lo que sea que se pueda llamar vivir... Así intentamos, con un desespero de Nadie, justificar esto de existir yo... ¡Es que es fuerte! ¡Haberse atrevido a existir! Entre todas estas cosas tan bonitas e importantes... entre las estrellas, las ideas... Entre toda esta gente que toda nos parece gente y ninguna nos puede decir que son, en realidad, tan Nadies como nosotros... Pero... ¿Es una condena? ¿O una liberación? Yo, la verdad, me esfuerzo por no responder... Me enfoco en la pregunta, la dejo abierta en su preguntar, que de todas formas es infinito... Nunca acaba... Porque como no se puede responder sino solo de una manera suficiente para nuestras necesidades, tan grandes o pequeñas como puedan ser... Y nunca de una manera final, consecuente con la finalidad que nos gustaría tener... Resolver el problema... Dejar dicho qué cosa fuimos, qué vinimos a hacer aquí, por qué... No, no se resuelve... Nos morimos, ya lo que fue, fue... Y queda la pregunta abierta en nuestro nombre... Abierta, hasta el infinito... Más allá de cualquier cosa que podamos concebir... Más allá de cualquier metáfora, cualquier dios... Así queda la pregunta, abierta en nuestro nombre como la tumba de un náufrago... Más abierta que el olvido, que ya es infinito... Tan abierta que en ella no existe la idea del cierre... Abierta... La apertura misma de lo que podemos llamar Mundo... El mundo mío, el suyo... Y ya. Eso es todo... Eso es lo que vine a decir. Eso es. Que sea suficiente.


 

El dios simio

…porque, por ejemplo, en el ajedrez ya hay unos movimientos posibles y otros imposibles… Ya en las capacidades innatas de cada pieza hay un orden, una manera de jugar… que producen posiciones, problemas para resolver y, al final, la posibilidad de ganar o perder el partido. Así, el animal humano también tiene unas capacidades natas… y en esas capacidades, antes de todo el enredo de la cultura y la Historia, ya está codificada una lógica… unos movimientos posibles y otros imposibles… pero, a diferencia del ajedrez, en el juego humano incluso los movimientos imposibles tienen efectos reales… son posibles en su imposibilidad. Así, imposibles, hacen posibles otras cosas… Estamos hablando ya de los mitos, la religión, las películas… estamos hablando de todas las historias que nos permiten imaginarnos de alguna manera, y no vacíos, desnudos como las piezas del ajedrez… ¡La imaginación! Ese país infinito donde todo lo que puede existir existe… ¡El sueño! La lógica ilógica del alma humana… Este simio que aprendió a soñar… A existir allá, en ese territorio donde nada existe… Y, no existiendo allá, logra existir aquí, en este juego de ajedrez de las cosas concretas… ¡Lindo! Y paradójico… Así es esto de vivir.

    Las condiciones natas son todo con lo que ya viene el animal humano... Tenemos que comer, es decir, ya inmediatamente tenemos que guardar y distribuir recursos... Tenemos que resguardarnos de las condiciones exteriores... el frío, el calor, la lluvia... Podemos matar y morir, podemos destruir las posesiones de los demás... Esas cosas se combinan y surgen otras posibilidades, de mayor complejidad... Que si yo te doy estos recursos entonces tú no me matas, aunque podrías, porque tienes más gente en tu tribu y mejor armamento... Que si acordamos no matarnos y no destruir nuestras casas entonces negociamos con nuestros recursos... Que los matrimonios estratégicos para formar alianzas, y un largo, largo etc... Pero, vista así, desnuda como las piezas del ajedrez, toda esa estructura de posibilidades es complejísima... Más compleja de lo que puede calcular este kilo y medio de masa cerebral... Aunque eso sería si lo fuéramos a calcular, como en el ajedrez... ¡Pero no! ¡No calculamos tanto! ¿Por qué? Porque tenemos valores, creencias, que nos dicen qué debemos hacer y por qué... Que los mandamientos, que el honor, que lo que es ser buen hombre o buena mujer, y así... ¡Historias! ¡Imposibles! Que hay un señor en el cielo que te vigila... Que la madre tierra... Que los superhéroes de las películas que nos demuestran lo que sería ser un hombre de verdad... Son heurísticas... algoritmos... ¡Software! Que simplifican lo que de otra forma sería un cálculo infinito... Porque son demasiados factores, y no somos capaces de predecir lo que el mundo hará, más allá de nuestros jaques y defensas...

    Por este lado de la esfera planetaria tenemos a ese señor... ¡Dios! ¡Infinito! ¡Eterno! Omnipotente, omnipresente... ¡No hay más allá de ese personaje! No hay más para dónde pensar... Así que tranquilos, humanos, no hay que calcular tanto... Seas peón o alfil, tienes tu lugar en el mundo... Tus acciones posibles e imposibles... Tranquilo, que sí sabemos qué cosa es la vida... Por qué hacer las cosas... Y si tienes dudas, si te entra la preguntadera... ¡Tranquilo también! Eso se llama crisis de fe... Ya pasará... Sigue haciendo lo que tienes que hacer y se te olvidarán esas pregunticas angustiosas... Ya, ya se te pasará.

    Este simio que somos soñó a la mejor versión posible de todos los simios... ¡Un simio que ya no es simio! ¡Que es la idea máxima de lo simiesco! Que ya no se masturba ni arroja sus excrementos en señal de dominación... Que no hace nada sin sentido... ¡Interesante! Todas sus acciones están justificadas... ¡Porque él sabe lo que hace! ¡Es el único que sabe! Un simio que dejó atrás su instinto... Su hambre, su violencia animal... que es violencia porque sí, porque puede... El simio hace las cosas porque puede... Si puede dominar, si puede matar sin consecuencias, lo hace... ¡Le gusta! ¡Le gusta matar! ¡Violar! ¡Es delicioso! ¡Porque sí! Si puede... Pero el simio de todos los simios no hace las cosas así... Las hace porque es lo que debe ser... Él ordena al mundo... Lo hace justo... ¡Qué bien! ¡Qué suerte que tengamos a ese primate montado por allá en las nubes! Si no... ¿Qué haríamos? ¿Cómo sabríamos que estamos obrando bien? Qué suerte... Solo tenemos que obedecer al mejor entre nosotros, y ya... La vida es perfecta.

    Pero, al mismo tiempo... ¿qué otra opción hay? ¿Vamos todos a ser como yo? ¿Que no cree en ningún valor ni en ninguna realidad? ¿Como usted, que me lee, y que supongo que está de acuerdo con algunas de mis ideas? ¿Todos así? ¿Preguntando? ¿Sin saber? Yo es que soy eso... Soy ese tipo de simio... Un simio que acepta que es un animal... Estas letras que usted lee son mi excremento que le arrojo... Con ellas domino lo poco que me fue dado... Ya, no hay más. Una gran arrojadera de excremento... eso es la humanidad.

    Entonces dejemos que crean... los que tengan necesidad de creer en su primate sagrado... ¡Es que no es fácil! ¡Ser libre! ¡Es mucha responsabilidad! ¡Da miedo! Inventarse uno mismo lo que tiene que hacer con su vida... Eso no es para todo el mundo... ¡Mucha angustia! Saber que no sabemos... ¡Duro! Pero, claro, no es una decisión... Uno tiene un tipo u otro de cerebro... Es un tipo u otro de simio, y ya... ¡Y es bueno que estén ahí los peones! Si fuéramos todos reyes esto no iría para ningún lado... Si cada individuo tuviera su propia idea de lo que son las cosas... ¡No se puede! Dejémoslos... Así están bien... Igual la vida no es para nada en particular, así que eso también es vida... ¡Qué chiste! El animal que no sabe que es animal... Que no puede saber... Porque ya la idea del animal es una ficción... Ya estamos, nos guste o no, siempre en la ficción... Así que escoja usted, querido lector, cuál le gusta más... La ficción del sentido garantizado o la ficción de que no hay sentido... Ninguna de las dos es la cosa misma... Solo ficciones. Pero, bueno, eso es lo que hay.

 


 

Vivir la nada

“Claro, sí. La vida no tiene sentido. ¿Pero qué significa eso para nosotros?”. Así abre mi libro de filosofía La esfinge de los días… La idea es que incluso en el lugar que llamamos “falta de sentido” estamos todavía dentro de la estructura… ¡La única! La grande… La que no tiene un por fuera… por lo menos no así como podríamos creer. Porque, desde que hay realidad, ya hay preguntas y respuestas… un marco. Simplemente no hay ninguna otra estructura de realidad.

Así que en este lugar dentro del sistema de la realidad que nos parece estar por fuera del sistema… estamos respondiendo a la pregunta: “¿para qué es la vida?” con la respuesta: “para nada”. Hasta ahí, bien… Pero luego de “encontrar” esta respuesta última, tenemos que seguir viviendo… o por lo menos los demás, si es que decidimos vivir nuestro último día a causa de este descubrimiento… Es eso… vivimos, siempre… Siempre vivimos… Y todo lo que pensemos o sintamos regresa, inevitablemente, a la vida… al vivir. ¿Cómo vivimos, entonces, la nada? ¿Cómo vivimos cualquier respuesta que nos sea dado descubrir? Pero, ¿qué cosa son las respuestas? ¿Qué pueden ser? Y, sobre todo, ¿qué no son?

“La verdad es axiomática para el axioma”, he dicho por ahí… Es decir, la respuesta es pregunta para la pregunta… No hay, nunca, una sin la otra… cualquiera de las dos, por su cuenta, produce a la que falta…  por lo menos de manera implícita. Porque si hay una respuesta, esa respuesta solo puede ser respuesta, pues... ¡Respondiendo! Y ahí ya está la pregunta... Y, si hay una pregunta, ya en el preguntar se abre el campo de las posibles respuestas... Ya hay, por lo menos, la posibilidad de responder... Ya está el proyecto de la respuesta... Que ya es, en sí mismo, un tipo de respuesta... Todas las ideas, las fórmulas matemáticas, los insights místicos, son eso... Preguntas o respuestas... Por eso digo que no hay más.

Entonces... descubrimos, como muchos lo hemos hecho, que la vida no es para nada... ¡Descubrir! ¡Qué osados! Como si la nada estuviera ahí esperándonos para que la encontremos... ¿Dónde? ¿Dónde está la nada? Aquí, escribiendo, no puedo contener la risa... ¡Mírala! ¡Doña Nada! Estaba escondida... Me río... Una risa nerviosa, usted me entiende, lector... Que me parece apropiada... Porque, por supuesto, la nada no está en ningún lugar... ¡No existe! Su existir es no estar en ningún lugar... Existe a través de su inexistencia... ¡Tramposa! La señora Nada... La doctora... Donde creas que la ves, ahí no está... ¡No está! ¡Nunca! Y ese no estar es su cuerpo, su alma... Su vida... Una no-vida, una no-alma... ¡Una anti-alma! ¡Anti-vida! Bonito, ¿verdad? Son bonitas las paradojas... Sí, son bonitas... Y verdaderas, de esa manera que tiene de ser verdadero el chiste, que dice sin decir... Dice lo que no queremos saber, y así, sin saberlo oficialmente, riéndonos, podemos sacar esas cosas... Algo así... Bueno, muy bien... Anti-alma... Existir sin existir... Lo que existe precisamente porque no existe... Nos entendemos, lector... Listo, perfecto... Y, nosotros, ¿qué hacemos con eso?

Vivir... eso hacemos. Eso tenemos que hacer, queramos o no. Volvemos a amanecer, cada día... Y el día nos pregunta con su luz y su movimiento: ¿para qué es el día? Es decir, ¿qué hacer y por qué? ¿Para qué es la vida? Ya anoche nos dimos cuenta... ¡Para nada! Y estamos obligados a vivir esa supuesta nada... Y hacemos cosas, almorzamos, trabajamos, vamos al gimnasio... O, como la vida no es para nada y no tiene sentido, no cumplimos con la expectativas de la sociedad... No trabajamos, consumimos drogas, cometemos crímenes... Porque no hay bien ni mal, ni nada significa nada, etc... Pero esas cosas sí significan... También responden... El crimen responde, la inacción responde tanto como la acción... No podemos, en suma, no responder... Estamos obligados a responder por el simple hecho de existir... Y, como la nada no existe, no podemos ponerla a existir a la fuerza, porque no hay nada ahí con que podamos hacer una cosa o la otra...

Entonces vivir la nada es imposible... Sin embargo, alguien como yo, que tiene a la nada en la mira siempre, vive hacia la nada... Estoy siempre intentando acercarme a la nada... Intentando comprenderla, hacerla algo en vez de lo que es... Porque las ideas siempre son algo, y no pueden no ser... Y yo vivo hacia la nada porque me parece que es lo que está más allá... Más allá de todas las ideas, de todas las preguntas y respuestas... De alguna manera, la nada es verdadera, así, sin ser ni verdadera ni falsa, sin ser nada... Porque “nada” también es un concepto, y no la cosa misma... Pero, al mismo tiempo, es como la conclusión de todo... Lo que sería verdad, si se pudiera pensar, o percibir...

En últimas, la nada responde a la pregunta grande... ¿por qué existimos? ¿Qué es la vida? Como todo lo que podamos responder es solo contextual a nuestras circunstancias... A nuestro cerebro, que evolucionó de una manera específica y no de ninguna otra que –tenemos que estar dispuestos a conceder– era posible... Era posible ser diferentes... Tener otros conceptos, otras emociones... Ser otro tipo de animal, con otra vida... Como seguramente existen en otros planetas o en otros universos... Somos una vida, y no la vida... Una posibilidad entre, tal vez, infinitas... Así que nada de lo que pensemos es la cosa misma... La verdad que se decanta de todo esto es que ninguna vida ni ningún sentido es universal o absoluto... Solo son vidas imaginadas, soñadas... Por eso “nada” es la conclusión lógica... Lo único que parece ser igual sin importar la variedad de accidentes y circunstancias... Lo único que no tiene que existir para existir.

Pero no sentimos eso, ¿verdad? Nuestras vidas nos parecen, espontáneamente, La Vida... La vida como tal... La que es, la única... La verdadera... ¡Y menos mal! ¡Que estemos así de convencidos! Si no, ¿qué haríamos? ¿Qué sería la vida? ¿La historia? No sé... No sé cómo sería eso... Pero no parece bueno. Incluso yo, ahora, proponiendo a la nada como lo único que no se mueve, más allá del movimiento infinito de nuestras ideas, estoy haciendo lo mismo... Encontrando algo fijo, algo universal o absoluto... Un principio organizador que garantice, de alguna manera, el sentido de todo... Diciendo que nada tiene sentido, también estoy poniendo un nudo encima de toda la estructura... ¡Para que no se vaya a desbaratar! Para mí es como un proyecto intelectual... Hago de la búsqueda de sentido un sentido ya, aquí, ahora, todos los días... Y no encontrarlo, no poder encontrarlo, me responde a mis preguntas... No encontrándolo, lo encuentro... No llegando, renunciando a la posibilidad de poder llegar, ya, de alguna manera, llego... A ese lugar que no está en ningún sitio... Algo hay que hacer... De alguna manera tenemos que responder... Respondernos... Porque estamos obligados... A vivir... ¡A nada! A llegar a la nada... Y, como no podemos llegar, eso da una especie de tranquilidad... Como si ya estuviéramos ahí... Y sí, ahí estamos, aunque no nos demos cuenta.

 


 

Conclusión: respuesta sin pregunta

Y al final… ¿qué queda? ¿De todo esto de vivir…? ¿De tanto responder a la pregunta de lo que es la vida? ¿Qué queda? Pero, ¿qué puede quedar? ¿Qué estaba en el mundo, mientras vivíamos, que pueda permanecer? Los recuerdos… ¿verdad? Nuestro nombre, nuestra progenie, el legado… todas esas falsas inmortalidades… Todas esas mentiras. No queda ni el polvito que levanta nuestra huida hacia el país sin nombre… No quedan ni las cenizas que, con el tiempo, son indistinguibles de cualquier otra tierrita… cualquier sucio como el que barremos en los pisos de nuestras casitas.

Con esta entrada concluyo lo que ha sido esta labor filosófica de un año larguito… El colmillo de la esfinge se cierra sobre sí mismo… Ha respondido de manera suficiente a las condiciones interrogativas que la generaron. Seguiré dando mi versión de las cosas… en otros lados, en más libros… Pero, por lo pronto, respondo a lo que fue esta empresa… Ella misma se responde, como nos respondemos todos a nosotros mismos en la angustia de justificar nuestro lugar entre las cosas del mundo.

¿Y cuál fue la pregunta que abrió esta serie de textos? ¿O cuáles preguntas? Yo creo que es la pregunta por el preguntar mismo… Así, yo creo… porque uno no sabe siempre por qué hace las cosas… el inconsciente funciona como algo exterior a uno. La pregunta por la pregunta… La pregunta “¿qué es una pregunta?”. Y creo que he ofrecido algunas buenas respuestas… Creo que respondí, lo mejor que pude, a esa pregunta… Que es, en realidad, una no-pregunta… Porque no hay, realmente, preguntas… Ni la pregunta por el preguntar. ¡No hay preguntas! No hay… Sin embargo, respondemos… Y, como respondimos, con el vivir, con la felicidad o la desdicha, esa respuesta solo puede ser respuesta frente a una pregunta… Tenemos, por lo tanto, que estar seguros de que hubo una pregunta… Tenemos la necesidad de que la vida sea una pregunta, y la pregunta aparece… proveniente de esa necesidad… de ese egoísmo… y así logramos vivir, y no solo estar aquí, mientras estamos.

Cuando terminamos las cosas… un libro, una columna, la vida misma… surge el significado de lo que esas cosas fueron… surge la respuesta a la condición interrogativa que las produjeron… y esa respuesta es, al mismo tiempo, otra pregunta… en dos sentidos. En uno, cada respuesta es una nueva pregunta… porque siempre queda la posibilidad de volver a responderla… a rectificar la respuesta… a que la respuesta se vuelva insuficiente, o anacrónica, y nos demos cuenta de que no, eso no era… ¡Casi siempre pasa! El Quijote fue una cosa en su momento, y es otra ahora… así con todo. Al mismo tiempo, la respuesta que establece lo que fue la cosa es la pregunta de la pregunta… Al tener respuesta, la pregunta inicial cambia… se vuelve su propia respuesta… de la misma manera que, cuando nos hacemos adultos, nuestra niñez adquiere un cierto sentido… ¡Ya se veía que era escritor! ¡Que era loco…! Y si hubiéramos hecho algo diferente con nuestras vidas, habríamos sido, retrospectivamente, otros niños… ¡Cuánto potencial desperdiciado! ¡Se veía que no iba a servir para nada! Son el mismo niño, pero, frente a uno u otro adulto, terminan siendo niños diferentes.

Empecé como pintor… Así respondía a la pregunta por mi existencia. Estudié artes en el pregrado y me dediqué al color… al color y al sentido del color… a la pregunta por el sentido de los colores. Yo estaba muy enredado en esos años… tenía un dolor terrible en todo el largo de mi vida… No soportaba ser yo mismo. Me drogué hasta el borde de la locura… y aún más allá… Luego estuve entrando y saliendo de clínicas psiquiátricas… En Cómo abrí el mundo cuento lo de las drogas y la locura… En Los laureles del vencido, que sale en junio de este año, cuento lo de las clínicas… El primero es eufórico y delirante, incluso gracioso para algunos… gracioso con ese humor negro que es al mismo tiempo un dolor… El segundo es un nuevo tipo de escritura dentro de lo que llevo… Es triste, sobrio y bonito… y lleno de reflexiones en torno a la derrota, al sentido de la vida sin sentido… al sentimiento religioso que nos mantiene con esperanza incluso cuando nos dicen los psiquiatras que no vamos a servir para nada, que mejor nos dediquemos a cosas manuales, sin ideas… porque las ideas, y todos esos libros de filosofía que nos gusta leer, no van a hacer sino enredarnos más la paranoia… Es un nuevo tipo de libro… de cómo una mente quebrada puede volver a organizarse… lo mejor que puede… y lo que significa eso para la vida, para todas la vidas.

Empecé como pintor… y, a los veintiséis, con dos años de haber salido por última vez de la clínica, me volví escritor… Escribí mi primera novela, Osamentas relampagueantes, que todavía me parece, me perdonan la arrogancia, extraordinaria. Al siguiente año escribí La oquedad de los Brocca… ambas novelas forman un pequeño conjunto… La primera aborda el problema de la realidad exterior… la segunda el de la realidad interior… En esos dos libros ya están todas las preocupaciones que llevo casi una década desarrollando hasta el límite de sus consecuencias. Luego hice una maestría en Estados Unidos… y la tesis de esos estudios fue Cómo abrí el mundo. Empecé un doctorado que no terminé por problemas que luego consignaré… Y me regresé a Cartagena, desde donde escribo hoy esto…

Entonces, ¿qué niño fui? ¿Qué niño es ahora ese que fui? Un niño inquieto… con mil preguntas y mil curiosidades que componen, juntas, la dirección de su vida… Un niño que no estaba tranquilo en el mundo por tener tantas preguntas y por no aceptar nada de lo que querían enseñarle… Él tenía la necesidad de ver él mismo qué eran las cosas… Nadie le podía decir nada, porque solo él podía responderse… Eso muchas veces ha sido visto como arrogancia, y tal vez lo sea… Pero él y yo somos así… Tenemos que ver nosotros mismos para qué es la vida… Arrogancia, tal vez, pero también valentía, si me permiten que lo diga… y, sobre todo, una gran soledad… La misma soledad del loco y del místico… que ven cosas que nadie más ve.

El colmillo de la esfinge fue la posibilidad de hablar sobre esas cosas que veo… Y agradezco mucho a los que me leyeron. Alivia mucho la soledad… sentirse escuchado. Y agradezco a El Malpensante por la confianza… me permitieron siempre decir lo que quisiera.

Con esta entrada termino de responder… por ahora, como siempre que se responde. Las respuestas siempre son respuestas por el momento, y ya… Respondemos porque es la única manera de vivir… Respondemos aun sin haber pregunta que responder… Respondemos para salvarnos de la ausencia de pregunta. Es un acto de creación, la vida… Cada respuesta es un invento. Eso es traumático y al mismo tiempo muy lindo… Saber que la vida es literatura. Es lindo… y el trauma de no saber nada puede ser lindo también… porque todos estamos en lo mismo… Ni tú ni yo sabemos nada… Eso nos hermana más que cualquier cosa. Si queda algo de este trabajo, que sea eso… La humildad de ser ignorantes… y el amor que nos podemos tener entre ignorantes… la compasión. Todos estamos asustados… en vez de asustarnos más los unos a los otros, tengámonos paciencia… Amor. Esa es la respuesta que pongo… El amor no tiene que ser lógicamente consistente para que lo sintamos… No tiene que tener sentido. En este mundo sin sentido por lo menos tenemos eso… Y nos podemos amar aun sin saber lo que es el amor… lo que es la vida. Que este conjunto de textos sea una demostración de mi amor… y que, al leerlo, logremos amar… Eso es todo… Esa es mi respuesta. Ojalá sirva de algo.

 

 

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